Hace algunos días, defensores de derechos humanos se manifestaron frente al Senado contra la aprobación de los legisladores de crear una Guardia Nacional. En la manta que llevaban se leía: “No voté por la guerra”.

Estas palabras nos hacen suponer que dichas personas votaron por Andrés Manuel López Obrador para presidente y por el partido Morena para el Congreso, porque durante la campaña él prometió regresar al ejército a los cuarteles y ellos esperaban que así sería. Y permiten también suponer que si hubieran sabido esto, tal vez no habrían votado por él.

Al mismo tiempo, podemos inferir que quienes no votaron por AMLO porque se oponían a esa promesa de campaña, pues consideraban que si el ejército se retiraba de las calles dejaría el territorio en manos de la delincuencia y en la indefensión para los ciudadanos. Hoy, con la creación de la Guardia Nacional y las decisiones presidenciales por las cuales el Ejército y la Marina están muy activos en la persecusión del huachicoleo, es probable que esas personas votarían por él y hasta podrían irse a parar frente a Palacio Nacional con una manta que dijera: “No voté por usted, pero gracias”.

Esta paradoja no es una excepción. Quienes han sido despedidos de sus empleos, han dicho que votaron por AMLO porque estaban convencidos de que él los apoyaría, y cuál no sería su sorpresa al ver que no fue así.

Y quienes no votaron por él, convencidos de que conservaría a una burocracia enorme e improductiva, ahora están felices porque esos despidos y las reducciones presupuestales hablan de un adelgazamiento del Estado que es uno de los puntos centrales del neoliberalismo que en su discurso tanto denosta.

Quienes votaron por él porque apoyaban la cancelación de la reforma educativa, hoy están viendo que el problema no era, como dijeron los maestros de la CNTE, la capacitación o la evaluación, sino que todo se reduce a pesos y centavos, como lo evidenciaron quienes tomaron las vías del tren en Michoacán. Y quienes no votaron por él porque se oponían a sus críticas a los empresarios, a los que se acusa de afán excesivo por dinero, están ahora viendo que éste es lo que en efecto mueve a las personas, como lo demuestran, además de los maestros, los obreros huelguistas en las maquiladoras, los habitantes de lugares cuyo desarrollo el gobierno federal se ha propuesto impulsar y hasta el pueblo cuando tiene la oportunidad de robar combustible, con todo y los discursos en que Andrés Manuel les pide que no sea eso lo que los motive en la vida.

Para quienes no votaron por su partido por estar convencidos de que en una democracia no debe haber carro completo sin contrapesos, ahora quizá ya se dieron cuenta de que es la primera vez en mucho tiempo que el presidente puede tomar decisiones y llevar a cabo acciones, precisamente porque tiene el apoyo mayoritario del legislativo y las propuestas no se quedan, como en sexenios anteriores, atoradas en negociaciones eternas con la oposición.

Para quienes votaron por él porque parecía que le importaría cuidar el medio ambiente, hoy se dan cuenta, con los proyectos en la Lacandonia y Tabasco, que no es así y que se va a arrasar con árboles y arrecifes. Y para quienes no votaron por él porque ese interés ecológico parecería impedir sus negocios, hoy están muy contentos porque ya vieron que eso no sucederá.

Para quienes votaron por él porque proponía un gobierno incluyente con amor y paz, hoy tal vez no lo harían porque ya vieron que a los gobernadores que no son de su partido se los trata mal, se los ignora, se los castiga y hasta se permite (¿o fomenta?) que se los abuchee. Y para quienes no votaron por él porque ese discurso de amor y paz les parecía imposible, hoy ya se percataron de que no habrá tal.

Así las cosas en este mundo donde la realidad se impone por sobre nuestros deseos y nuestras promesas.


Escritora e investigadora en la UNAM
sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com

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