Hace algunas semanas se llevó a cabo en Arabia Saudita, por segunda vez, un importante y enorme evento de negocios organizado por el príncipe heredero Mohamed bin Salman, para debatir sobre inversiones. Estaban invitados todos los personajes importantes de los negocios globales en el mundo, al punto que se le apoda “Davos en el desierto”.

El asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi dentro de la embajada saudita en Estambul cimbró las cosas, porque todos los indicios apuntaban precisamente al príncipe, de quien el hombre era feroz crítico.

El escándalo internacional por esa muerte brutal fue tan grande que muchos de los que debían participar se retiraron. Dueños de negocios como Richard Branson, empresas como Siemens y Airbus, ejecutivos como los CEOS de JPMorgan, HSBC, Blackrock y Uber y funcionarios como el secretario del Tesoro de Estados Unidos y la directora gerente del FMI dijeron que no asistirán al evento.

Pero como sucede tantas veces, estos retiros solo fueron para pretender que los países occidentales estaban muy enojados, cuando la realidad es que no les importa mayormente. Por eso no solamente muchos sí asistieron, sino que los de esos bancos, ministerios e instituciones mandaron a ejecutivos importantes, si bien no a los del más alto nivel.

Y es que, ¿quién se atreve a poner en riesgo inversiones multimillonarias como las que está haciendo Arabia Saudita en el mundo? Por solo mencionar algunas, una ciudad futurista de 500 mil millones de dólares en Japón, una participación mayoritaria en un megafondo de tecnología de 93 mil millones de dólares y fuertes aportaciones a docenas de startups.

Y es que, ¿quién se atreve a poner en riesgo las compras multimillonarias de armas que les hace Arabia Saudita a varios países, entre ellos Estados Unidos? Por lo menos el presidente Trump ya dijo que él no. Y otros países también.

Uno de los asistentes a la cumbre lo puso muy claro: “Yo vengo aquí a hacer negocios. Es lo único que me importa. Todo lo demás es ruido”.

Este es el mundo en que vivimos. Uno donde a cada quien le importa lo suyo y nada más.

En México no cantamos mal las rancheras en esto de “yo soy lo único que importa aunque el mundo se caiga”. Hace apenas unos días Ricardo Monreal, coordinador de los senadores de Morena, anunció que había una iniciativa para eliminar las comisiones y pagos por servicios que cobran los bancos.

Sus palabras provocaron un enorme desmadre: caída de la bolsa y del precio del dólar.

Tiene razón Monreal (y los otros que se quieren colgar la medalla de la iniciativa), cuando dice que es alarmante y abusivo el cobro. Allí están a la vista del que quiera ver los números de las ganancias de esas empresas, además de que lo sabemos bien los usuarios que lo vivimos en carne propia.

Pero lo que no tiene razón en pensar que de un plumazo puede hacer lo que se le ocurre. Y mucho menos, tiene razón en creer que puede hacerlo sin consultar a los especialistas en economía, como sucedió en esta ocasión en que el próximo secretario de Hacienda no estaba ni enterado. Monreal lo justifica diciendo que hay autonomía de poderes, pero esa es una inmensa tontería, porque no hay nada que permita aceptar la ignorancia y el descuido y el no asesorarse con los que saben a la hora de presentar iniciativas y hacer leyes. Eso hace mucho daño al país y, como en este caso, nos afecta a todos a los que ellos dicen que quieren cuidar y proteger.

Y claro, luego tienen que retractarse y decir que van a escuchar a las partes involucradas, que es lo que debió hacerse antes.

Deberían reflexionar en lugar de querer ganar la cabeza de la nota y por eso hablar de más y antes de tiempo. Están actuando con demasiada precipitación, resultado sin duda de la arrogancia que les da saberse mayoría. Pero una mayoría que se equivoca es, hay que decirlo, muy dañina.

Escritora e investigadora en la
UNAM. sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com

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