La productividad sigue causando frustración, sobre todo al gobierno, quien suponía que aumentaría con tan sólo hacer reformas “estructurales” en sentido tradicional, como las hizo México desde la década de 1990.

La OCDE muestra una estadística, sobre el promedio de horas que trabajan los mexicanos. México es el de mayor número de horas entre los 34 países del organismo (2 mil 246 por año), arriba de Corea del Sur y EU, éste último, famoso por lo mucho que trabajan los estadounidenses (mil 779 horas).

En otra estadística, el gobierno dice que en 2017 se crearon 801 mil nuevos empleos, cifra impresionante, con lo cual el aumento sobre 42 millones de ocupación remunerada según el Inegi habría sido 1.9%. Pero el Producto Interno Bruto sólo creció en 2.1% hasta septiembre, lo que significa que la productividad por trabajador sólo aumentó 0.2%.

Hay muchas causas de la baja productividad. En una primera vertiente es la creciente ausencia de industria, que es el sector mayormente susceptible a economías de escala, donde Adam Smith basó su observación sobre el efecto favorable de la especialización del trabajo.

Obviamente no puede haber especialización si no aumenta el volumen del producto y éste no aumenta si no hay mayor inversión y el mercado crece. La ausencia por décadas de una política que estimule la industria y la bajísima inversión pública aquí se reflejan.

Pero hay una segunda vertiente. Partiendo de que un trabajador ya tiene una tarea asignada, enfrenta infinidad de barreras a la eficiencia y por eso dedica más horas que en otros países para cumplir con sus encargos. Este fenómeno afecta sobre todo al sector servicios. Y la causa está en el ambiente general, de indiferencia sobre si se hacen las cosas y si se hacen bien, cambios frecuentes de reglas, pérdida de confianza entre gobierno y ciudadanos y entre contratistas y contratados, falta de cumplimiento de los convenios, impuntualidad en las entregas, e inseguridad física, entre muchos otros. La gran mayoría se deben a la falta de visión en el gobierno para mantener reglas simples y estables, una conducta de eficiencia y honestidad y un Estado de Derecho.

Por eso los trabajadores por su cuenta o asalariados pasan tanto tiempo haciendo tareas tan simples como solicitar un estado de cuenta bancario, aclarar movimientos de tarjeta de crédito, tramitar licencias y cambios frecuentes de licencias con muy poca justificación, como en las tarjetas de circulación de vehículos. Y recolectando y llevando a todos lados documentos originales comenzando con actas de nacimiento.

A nivel de empresas se observa en el gran número de empleados que necesitan para cumplir con reglamentos y responder a oficios de autoridades y horas interminables que pasan los ejecutivos discutiendo cómo satisfacer las exigencias de éstas.

Esto sólo augura una continua degradación del clima económico. La situación fiscal tan rígida que tiene México limita el aumento de la inversión pública. El camino de la desregulación, reconstrucción de la confianza entre ciudadanos y autoridades y simplificación, basada en esa confianza, nunca se ha explorado en México. Pero ya va a ser hora de hacerlo, porque es de los pocos caminos que quedan para aumentar el producto.

Arthur Lewis ya advertía que lo importante no es la cantidad de factores de producción, sino un conjunto de intangibles, como seguridad jurídica, calidad de la infraestructura y confiabilidad de trabajadores y contratistas, entre otros. Por ahí debió transitarse en las últimas décadas, antes de plantear reformas grandiosas.

Analista económico.
rograo@gmail.com

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