El tema ya fastidia y se ha vuelto cada vez más confuso. Un galimatías sin pies ni cabeza. Y para López Obrador, un peligro en forma de bomba de tiempo.

El riesgo es cada vez mayor, porque implica percibir al presidente electo como un político dubitativo, indeciso, necio y no como el piloto de mente lúcida y mano firme por el que votamos para la conducción del país. Los cambios de opinión, de señales y de diagnósticos, no han hecho sino oscurecer lo que tendría que ser una pista de aterrizaje sólida y luminosa.

A ver: está claro que el actual es cada día más un aeropuerto saturado y obsoleto; que el NAICM planteado en Texcoco es un proyecto viable, que fue estudiado por años y por el que los inversionistas —gobierno y empresarios— no habrían apostado si fuera hundible; en cambio, la propuesta de Santa Lucía parece improvisada por la premura, endeble por sus limitaciones de solo dos pistas y muy complicada porque requeriría de costosas vías de interconectividad con el actual Benito Juárez.

Para empezar, los señores Jiménez Espriú y Rioboó, quienes actúan como Dios Padre y Espíritu Santo, tienen que explicarnos sin rodeos por qué favorecen el proyecto de Santa Lucía sobre Texcoco y por qué el señor Rioboó participó como perdedor en la licitación para Texcoco, que entonces le pareció muy buena y ahora denuesta. Y por qué ambos personajes rechazan una y otra vez los dictámenes técnicos incluso con los alegatos de que si se llevan ya el 30 o nada más el 22 por ciento de las obras; que se perderán 150 mil o nada más 100 mil millones de pesos por la cancelación. Francamente ridículo.

Que quede claro, ni yo ni muchos otros somos panegiristas del proyecto original que ya está en marcha; es más, si hay evidencias de corrupción, tráfico de influencias o alguna otra irregularidad, que se sancionen con todo el rigor de la ley. Incluso si la decisión es la cancelación de la obra. Pero que se haga cuanto antes y sin más cuentos chinos. La gente se cansa.

Y a propósito, lo de la consulta popular o encuesta es una mala broma. ¿Por qué tendríamos que preguntar a un campesino de Tlapa, Guerrero, o a un veterinario de Matamoros o a un empleado de banco en Tapachula? Y si el argumento es que tienen derecho a decidir porque es dinero público, pues sometamos a consulta o encuesta algunos otros temas también públicos: el presupuesto de egresos 2019; el cuadro básico de medicamentos del IMSS; la estrategia diplomática con el gobierno de Trump; ya entrados en gastos, el texto final del TLC, y claro, el Tren Maya, cuya máquina —como diría mi entrañable Oscar Chávez— ya va pita, pita y caminando.

Está bien. Ya sabemos que el nuevo aeropuerto sería la principal obra de infraestructura de dos sexenios. Pero también que hay otros temas a los cuales ya deberíamos estar prestando atención: una estrategia integral agroalimentaria; una verdadera revolución educativa y no una reformita: la redefinición de nuestro modelo económico y algunos otros asuntos más o menos importantes.

Pero lo urgente es evitar el debilitamiento de la imagen interna y externa de López Obrador y por lo tanto del país. Elegimos a un líder fuerte y así ha de seguir siendo. Y él es el único que puede salir de su propio laberinto.

PD. Vacaciones para ustedes y para mí. Espero reencontrarnos el 3 de octubre.

Periodista. ddn_rocha@hotmail.com

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