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Escribir historias de ciencia ficción es uno de los pasatiempos favoritos de Érika, pero a sus 13 años dejó por un tiempo esta actividad porque una “bolita” que le salió en la mano derecha le molestaba al escribir. Se trataba de un sarcoma sinovial monofásico con alto grado de malignidad.

“Me dolía cuando apoyaba la pluma, pero no pensé que fuera nada malo, hasta que mi mamá me vio el tumor y como es súper sobreprotectora me trajo al hospital”, relata Érika entre risas.

Cuando madre e hija llegaron a su clínica familiar les dijeron que tendrían que enviar a la menor al Hospital de Especialidades del Centro Médico Nacional La Raza para que le realizaran estudios porque “su protuberancia podría ser cáncer”.

En 2016 Lucía dejó de cumplir años, ya que justo ese día le dijeron cuál era el diagnóstico de su hija: “Me explicaron que mi niña tenía cáncer, que le harían quimioterapia y mi mundo se derrumbó”, dice Lucy, como le gusta que le digan, mientras abraza a Érika.

Pasó poco tiempo y el 9 de febrero de ese año intervinieron a la niña, le extirparon el tumor y como el cáncer se podía extender le dieron quimioterapias y radioterapias con las que lograron eliminar el mal.

“El cáncer me acercó con mi familia, todos estuvieron al pendiente de mí, también en la escuela, incluso aquí hice amigos. La enfermedad me enseñó que a veces uno se queja de cosas tontas”, dice.

Hace apenas una semana le hicieron exámenes de extensión y en la última resonancia Érika estuvo limpia de tumores.

La estudiante de tercer grado de secundaria dice que su clase favorita es “artes plásticas” y sueña con estudiar fotografía. “También  me gustaría seguir escribiendo mis cuentos de ficción”, explica.

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