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J osé Cirilo Caamal les habla en maya a los jóvenes que lo acompañan y que se dispersan alrededor de la Basílica de Guadalupe.

Han viajado cerca de mil 330 kilómetros desde la comunidad de Kancab, municipio de Tecax, en Yucatán.

Vinieron en autobús, pero el regreso será corriendo o, si el tiempo apremia, en bicicletas. Deben estar de regreso el día 12 de diciembre, por la tarde, para llevar a sus seres queridos el fuego guadalupano que les fue entregado a las faldas del Cerro del Tepeyac.

Algunas de las 52 personas que acompañan a José Cirilo no hablan español: “Unos lo entienden, pero no lo hablan; otros ni siquiera lo comprenden”, dice a EL UNIVERSAL en la explanada de la Basílica.

Al preguntarle si alguna vez eso le ha ocasionado problemas en sus peregrinaciones, responde tajante que no, puesto que “la fe no tiene idioma”.

Como José Cirilo, son muchos los peregrinos que han arribado a la Ciudad de México y después de un día o dos regresan a sus lugares de origen; en todos los casos el retorno es caminando o corriendo. El objetivo es celebrar a la Virgen de Guadalupe, en el 485 aniversario de su aparición.

Compartir su motivación. Sabina Martínez García y Valentín Salamanca Román son originarios de Oaxaca, de la comunidad de Tembladeras del Castillo, municipio de Acatlán de Pérez Figueroa. Vienen en un grupo de unas 10 personas, pero la convicción es fuerte en ellos: deben llevar el fuego guadalupano hasta su hogar.

“El sacerdote nos da la bendición y enciende la antorcha; prácticamente ahí tomamos el fuego que tratamos de cuidar hasta llegar a nuestras comunidades. Pasamos varios días y noches corriendo… ese fuego para nosotros representa a Jesús y es una esperanza”, expresa Valentín.

Comparan esas llamas con el amor de Dios: “Lo que nos mueve es la fe de llevar el fuego para compartirlo con otras personas, que es como compartir el amor de Dios. Nosotros como misioneros hacemos eso de venir hasta acá, traer el fuego a este recinto sagrado y llevarlo para que el 12 de diciembre brille en los altares de nuestras capillas y en la mente y corazones de las personas de nuestras comunidades”.

Ellos llegaron el jueves a la capital del país, y el viernes por la madrugada emprendieron el camino de regreso, que consta de unos 400 kilómetros. El arribo a Tembladeras del Castillo —donde apenas viven unas mil personas— está planeado para el domingo 11 por la tarde. Serán casi tres días de caminata, en los cuales se alimentarán de los víveres que compraron con los recursos que fueron juntando a lo largo del año, mediante boteos, colectas y ventas de manualidades, dice Sabina.

“Hacemos paradas a la orilla de la carretera, hacemos fogata y preparamos nuestros alimentos. Para dormir hacemos pequeños equipos y nos turnamos para estar en guardia con nuestra antorcha, mientras el resto del equipo descansa un rato”, cuentan.

No deben dejar que el fuego se consuma. Para ello vinieron equipados con una antorcha, estopas y diesel. “Ese mismo fuego tiene que llegar a las comunidades tal y como salió de aquí de la Basílica”, aseveran.

Sabina lleva 11 años y Valentín 12 haciendo las peregrinaciones; aseguran que continuarán hasta que “Dios se los permita”, ya que ven en ellas una forma de acercar a los jóvenes a la fe.

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