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Hermosillo.— Orlando tiene 10 años, vive en el populoso barrio El Mirador, en el norponiente de esta ciudad. Cursa cuarto grado de primaria en turno vespertino, su madre o su abuela van por él a la escuela para cuidarlo de que no sea robado o atacado por delincuentes.

Orlando es el mayor de cuatro hermanos y a su corta edad está pendiente de ellos, porque en ocasiones se queda sólo con ellos y debe cuidarlos del peligro de que algún malviviente quiera entrar a su domicilio, construido entre maderas y hules de plástico, o que puedan provocar un accidente con alguna travesura.

“Mi mamá no nos deja salir al patio si ella no está, dice que nos pueden pasar cosas malas, a veces mi abuela va por nosotros, nos quedamos en su casa”, dice el pequeño.

Adentro del domicilio, ubicado en la calle Retorno, juegan a las escondidas, dibujan y ven televisión.

Recuerda que hace tiempo tuvo una computadora en la cual jugaba, pero su abuela Lucía, quien tiene una hija con parálisis cerebral, necesitó dinero y la tuvo que vender.

Espera con ansia pasar a quinto grado para que el gobierno le regale una tablet, pero también lo ve como un peligro, porque algunos niños de su escuela han sido despojados de ella, por delincuentes, en el trayecto de la escuela a sus casas.

Comenta que en su colonia hay muchos drogadictos, a quienes observa lentos, tambaleándose y en ocasiones tirados en la calle. “Ellos hacen daño, se roban todo para comprar drogas”.

Se esconde de ellos y les tiene miedo. Orlando dice que los delincuentes se han llevado muchas cosas de su escuela, hasta los han dejado sin cables de energía eléctrica.

“Aquí está muy feo, no podemos jugar afuera de la casa y cuando se pone oscuro —a las seis de la tarde— no se ve nada”, dice.

Se trata de un área donde se encuentran varios asentamientos irregulares, entre ellos: El Chaparral, Gómez Morín, El Mirador y Barrio Chulo, donde viven cerca de 500 familias.

Le encanta jugar futbol, a veces se va con amigos de su barrio a un campo alejado de ese sector y en otras les permiten jugar dentro del comedor Ejército de Salvación, a donde también acude de lunes a viernes antes de ir a la escuela.

“Cuando sea grande quiero ser policía para que los niños puedan salir a jugar al patio de sus casas y no estén encerrados, porque siempre están tristes y enojados”, expresa.

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