Eligieron desobedecer el mandato paterno. Se reconocen como hijas de genocidas y por primera vez marcharon este sábado en Argentina "por la memoria, la verdad y la justicia" de aquellos a quienes su padres secuestraron, torturaron y asesinaron durante la dictadura (1976-1983).

Algunas dan sus apellidos a la AFP y otras los callan por miedo a la reacción de una sociedad que aún juzga a los responsables de unos 30 mil desaparecidos.

"Historias desobedientes. 30 mil motivos. Hijos e hijas de genocidas por la memoria, la verdad y la justicia", reza la bandera que porta este grupo de siete mujeres de entre 40 y 60 años.

Su paso es trémulo en medio de una multitud en la marcha Ni una menos contra la violencia machista, la que eligieron para debutar públicamente como organización.

Había cerca de ellas, jóvenes de partidos de izquierda, cuyas filas de militante fueron diezmadas con fiereza por sus padres, en su mayoría condenados por delitos de lesa humanidad.

A su paso, el silencio y la sorpresa de todos. Luego el aplauso, la emoción y las lágrimas.

"Son muy valientes. Desde su historia personal y desde su conciencia del genocidio", saluda Martina Miraballes, una docente de 53 años que aplaude emocionada a este grupo de mujeres.

Patricia Isasa sonríe, las abraza, llora. Lleva en el cuello un cartel: "Soy víctima de terrorismo de Estado y de los PADRES TORTURADORES de ESTAS MUJERES que ABRAZO. Juntas decimos NUNCA MAS".

Fue secuestrada a los 16 años en Santa Fe por su militancia estudiantil. Estuvo encarcelada hasta los 19. Sobrevivió.

"Estuve en tres campos de concentración, me pasó de todo, me violaron, me torturaron", relata.

Sus torturadores fueron juzgados y condenados. Ninguno es el padre de estas mujeres 'desobedientes' a quienes acompaña.

"Es histórico que las hijas de los represores hagan un esfuerzo enorme por superar el patriarcado y denuncien a sus padres. Vivieron en carne propia el maltrato y el abuso. Todos somos víctimas de estos hombres crueles", dijo.

"Soy hija de un médico obstetra, carapintada (golpista) e involucrado en delitos de 'lesa'", dice a la AFP Erika Lederer, de 40 años y militante de un partido de izquierda.

Su padre, Ricardo Lederer era segundo jefe en la maternidad clandestina que funcionó en el Hospital militar de Campo de Mayo donde las prisioneras daban a luz y los bebés eran robados como botín de guerra.

Cuando se vio acorralado por la justicia prefirió el suicidio. Murió sin condena.

Sospechó de su padre siendo niña.

"Empecé a hacer preguntas difíciles. Recuerdo un 'escrache' que le hacen a mi viejo en Pagina12 por defender a quien era uno de sus amigos: (Ramón) Camps", el feroz jefe policial condenado por decenas de delitos de lesa humanidad a quien Lederer visitó en prisión hasta su muerte en 1994.

Es abogada aunque amaba la Filosofía que su padre no le permitió estudiar "porque era 'de zurdos'".

"En casa había mucha violencia intrafamiliar, entonces vos decís, si a mí me hace estas cosas, con gente que no conoce mucho más", dice.

Cuando supo la verdad sintió "vergüenza y soledad".

"Soledad porque son temas que no podés hablar con nadie y vergüenza porque sabes que está haciendo cosas mal. Yo recuerdo el (mandamiento) 'no matarás'", dice con una sonrisa nerviosa.

Le reprochó "mil veces" su papel en la dictadura. "Le preguntaba 'y, ¿te arrepentis de algo?'. Pero no, nunca asumió la culpa", lamenta.

Liliana Furió tiene 54 años, tres hijos, una esposa alemana y se define como militante feminista.

Mi padre, el torturador: Hijas de genocidas argentinos marchan contra la dictadura
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Su padre, el exteniente Paulino Furió cumple prisión domiciliaria condenado a perpetuidad en 2013 por delitos de lesa humanidad en la provincia de Mendoza.

"Repudio con todas mis fuerzas lo que significó formar parte de ese Ejército genocida, pero tiene un costo muy alto porque yo lo quiero más allá de ese horror. Entonces uno se siente muy vulnerable, partido al medio", explica ruborizada.

Aceptarlo fue un proceso largo.

"Le pedí que por favor diga dónde están los cuerpos, los archivos, para saber dónde están los nietos que faltan encontrar, pero la respuesta fue el pacto de silencio que no podemos comprender", relata.

Asegura que aportó datos a la justicia para encarcelar "a un personaje nefasto" que prefiere no revelar.

"Queremos echar luces con nuestro testimonio. Si eso ayuda, que haya un riesgo no importa", afirma.

Para María Laura Delgadillo, otra de las hijas "el temor más grande no es el afuera sino el adentro de la familia".

"Mis cuatro hermanos no quieren participar. Cada cual procesa como puede", explica.

ml

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