Su sueño era estudiar música en Europa. Amaba su violín y murió aferrado a él en las aguas del Mediterráneo. Con tan sólo 22 años, Baris Yazgi, un kurdo originario de Turquía, se embarcó junto con decenas de refugiados más en un bote en el mar Egeo el pasado 23 de abril. Junto con él, murieron otras 16 personas. La familia se desmoronó. Su hermano Cengiz se ha dedicado estos últimos meses a contar la historia de Baris, con la esperanza de impedir tragedias similares.

“No sé por qué se subió a ese bote, supongo que ya no tenía esperanzas”, dijo Cengiz al diario británico The Independe nt. Baris no llevaba documentos cuando se ahogó. Tras dos días sin noticias de él, y enterarse de que había habido un naufragio, fue Cengiz quien habló a la Guardia Costera. Pero, sin papeles, ¿cómo sabría si su hermano estaba entre las víctimas?.
Entonces recordó el instrumento musical del que Baris no se separaba por nada. “¿Han encontrado un joven con un violín?”, preguntó. Para su pesar, la respuesta fue: “Sí”. “Lo reconocimos con fotos”, dijo Cengiz al diario turco Hürriyet. “Amaba tanto su violín que no quiso dejarlo ir cuando se ahogó”.

Más de 65.6 millones de personas en el mundo se han visto obligadas a huir de sus hogares, el mayor número de refugiados jamás registrado, advirtió ayer Naciones Unidas en el Día Internacional del Refugiado.

Huyen de la guerra, del acoso del crimen organizado, de la pobreza y de la falta de oportunidades. En busca de un futuro digno, corren innumerables peligros. El Mediterráneo, por poner un ejemplo, se ha convertido en tumba de miles de personas como Baris. Este año, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), la cifra mortal, sólo allí, asciende a mil 985. El año pasado, en el mismo periodo, fueron 2 mil 911.

De cuando en cuando, las tragedias de estos migrantes cobran rostro. Como cuando en 2015 la foto del cuerpo de Aylan Kurdi, el niño kurdo de tres años que apareció ahogado en una playa de Turquía, dio la vuelta al mundo.

Baris también quería una vida mejor. El pueblo kurdo donde vivía su familia quedó devastado durante el conflicto kurdo-yazgi, por lo que tuvieron que refugiarse en Estambul.

Baris, el menor de nueve hermanos, parecía condenado a no tener oportunidades. En la escuela no le iba bien, recuerdan compañeros suyos entrevistados por The Independent.

Pero tenía talento musical. Solía tocar la guitarra de un hermano y escribir canciones. En un intento por protegerlo “de los malos hábitos”, recordó Cengiz en una entrevista para un medio turco, le regaló un violín. Fue lo mejor que pudo hacer. Baris tocaba música clásica, empezó a dar clases, a tocar en cafés, incluso en las calles de Estambul. Pero sus sueños eran grandes. Decidió dejar a su familia y viajar a Europa. Quería estudiar música en Bruselas y tenía la ventaja de que otro hermano suyo, Fuat, vivía en Gante. “El violín era su vida. Dio sentido a su vida”, recuerda Fuat, citado por la agencia DPA y quien huyó de Estambul desde 2001. Él trabaja como cocinero en esa localidad belga.

En enero de 2016, Baris se decidió a reunirse con su hermano. Pero las cosas no salieron como pensaba.

Desde Estambul, Cengiz contactó a algunas personas en Bélgica para que ayudaran a su hermano menor a entrar a una escuela de música. “Nadie le ayudó, no pudieron o quizá no quisieron”, contó el joven. Decepcionado, Baris dijo a su familia que quería volver a Turquía. Llegó a Estambul el 15 de julio. Esa misma noche, una intentona golpista contra el presidente turco Recep Tayyip Erdogan ensombreció el panorama nacional… y el futuro de Baris.

Los kurdos fueron vistos con más recelo que antes. Baris se arrepintió de haber regresado. La familia dice haber encontrado, tras la muerte de Baris, un billete de autobús hacia la costa del Egeo fechado el 17 de julio de ese año. La familia le advirtió que era peligroso marcharse (el pacto migratorio entre la Unión Europea y Turquía, que prevé la devolución de los migrantes que llegan a las islas griegas, ya había entrado en vigor). Baris pareció escucharlos y regresó a su vida tocando el violín y trabajando en la recepción de un hotel en Estambul. Su padre había muerto meses atrás.

Un día, se marchó de la casa de Cengiz con su violín… ya no volvió. El bote en el que se embarcó el pasado 23 de abril naufragó. “Supongo que al final dejó de resistirse y se subió al bote”, dijo Cengiz. El sueño de Baris se ahogó con él. Tras recuperar el cuerpo, la familia lo enterró en Estambul. En Gante, el conjunto De Propere Fanfare, con el que el joven violinista tocó, publicó en YouTube un video en su honor. “Las autoridades me dieron su violín y la ropa que llevaba puesta”, explicó Cengiz a The Independent. Tras el duelo, este kurdo tomó una decisión: contar la tragedia de su hermano para ver si así evita que más personas pierdan la vida en el mar.

Fuat encabeza su propia lucha, pero con la otra cara de la moneda, los traficantes que se aprovechan de las ilusiones de los refugiados. Desde la muerte de Baris, intenta que quienes lo convencieron de irse en la embarcación paguen ante la Justicia. Hasta ahora, no ha tenido éxito. “Detenemos a los traficantes, pero luego son puestos en libertad y los vemos a la semana”, le dijeron en la guardia costera, según contó a DPA. Suat critica que tanto las autoridades como la gente de Canakkale se han acostumbrado al negocio ilegal de los traficantes y a la muerte de los refugiados. “Eso es asesinato. Pero a nadie le importa”, dijo.

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