Ella es una Física con doctorado en química cuántica; él se graduó con un Bachelor of Science en Economía; ella lleva años en la política; él es un exitoso hombre de negocios devenido en político. Él encabeza a la primera potencia mundial; ella, la cuarta a nivel global y la primera en Europa. Sin embargo, la canciller alemana Angela Merkel y el presidente estadounidense Donald Trump no podrían ser más diferentes. Sus posturas se contraponen en muchos temas, pero el más visible hoy en día es el de la migración.

Quizá por ello la reunión entre ambos, realizada este viernes en la Casa Blanca, fue tensa y ni siquiera apretón de manos hubo. Fue el encuentro entre una política de brazos abiertos a los refugiados y otra que les cierra las puertas con decretos migratorios.

La canciller alemana, quien creció no sólo en una Alemania dividida por el Muro de Berlín, sino justo en la República Democrática Alemana (RDA), sabe lo que significan los muros y se opone a ellos. Apenas en febrero pasado, externó su opinión de que los muros no resuelven los problemas migratorios. No es la única en Alemania.

“Berlín, la ciudad de la división europea, de la libertad europea, no puede permanecer en silencio mientras otro país planea edificar otro muro. Los berlineses sabemos mejor que nadie cuánto dolor provoca una división cimentada por un muro y alambradas”, dijo el alcalde de la capital alemana, Michael Müller, frente a los planes de Trump.

Trump, en cambio, ve el muro como un freno a “delincuentes, narcotraficantes y 'bad hombres'”, un paquete en el que tienen cabida incluso los migrantes cuyo delito ha sido cruzar la frontera ilegalmente en busca de una vida mejor, de más oportunidades.

El estadounidense no concibe una política abierta a los refugiados como la de la líder alemana, a la que llamó, durante la campaña electoral del año pasado, un “error catastrófico”, una “locura” que se traduce en ataques terroristas, según dijo. Y en ese sentido, justificó también la decisión de Reino Unido de abandonar la Unión Europea. En opinión de Trump, los países no desean que venga gente de fuera a “destrozarlos”.

Para él, los migrantes son “el enemigo”. Pese a que los más recientes ataques en Estados Unidos han sido perpetrados por estadounidenses, él se enfoca en los extranjeros.

Merkel, cuyo país recibió en 2016 a más de 300 mil refugiados -en 2015 fueron más de 900 mil-, opina distinto. Lo manifestó incluso después del ataque contra el mercado navideño de Berlín, cuando, frente a las críticas porque el autor entró como refugiado, ella dijo: “No queremos aceptar que nos paralice el temor al mal”.

Los alemanes, subrayó, tendrán la “fuerza para vivir como queremos vivir en Alemania: libres, unidos y abiertos”. Para ella, la lucha contra el terrorismo yihadista “no justifica la sospecha generalizada contra los musulmanes”.

NO SÓLO ES EL TEMA MIGRATORIO

Merkel y Trump tampoco coinciden en otros asuntos. Frente al proteccionismo económico que plantea el estadounidense, ella defiende la libertad de comercio.

Divididos están también en el tema de la libertad de prensa y de expresión. En el país donde la primera enmienda defiende justo ese derecho, la Casa Blanca ha declarado la guerra a medios tradicionales, a los que acusa de difundir “fake news” e incluso les ha cerrado las puertas en más de una ocasión.

La líder alemana es una firme defensora de las elecciones libres, la libertad de prensa y de conciencia, que ha llamado “elementos esenciales de un Estado de derecho”.

Es en medio de estas diferencias que se dio la reunión Trump-Merkel, una donde él insistió en que la inmigración es un “privilegio, no un derecho”, y en la que ella subrayó que es mejor reunirse que “hablar los unos sobre los otros”.

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