Donald John Trump (Nueva York, 1946) empezó su carrera a la presidencia de los Estados Unidos con una declaración de guerra. “Cuando México nos envía a su gente, no mandan a los mejores. (…) Envían gente con muchos problemas, y traen sus problemas con ellos. Traen droga. Traen crimen. Son violadores”, acusó. Prometió construir un muro en la frontera mexicana. Desde entonces, se convirtió en el enemigo público número uno de México; y en un “peligro” para el sistema democrático estadounidense.

La presencia de este magnate inmobiliario en la competencia por la Casa Blanca ha desafiado todas las leyes escritas. Trump, una celebridad multimillonaria sin experiencia política, daba el salto tras años coqueteando con la idea de ser el hombre más poderoso del mundo; y lo hacía con la controversia y la confrontación como bandera. Algo que ya apuntaba en su primer libro, The Art of the Deal, todo un éxito de ventas: “a veces, la única opción es la confrontación”.

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Indomable desde pequeño, Trump tuvo que ser educado en una escuela militar, donde forjó su carácter actual. Heredó de su padre —severo y duro con sus hijos— un negocio inmobiliario que él convirtió en un imperio internacional ligado a cinco letras bañadas en oro: TRUMP.

Un éxito que le convirtió en una celebridad, y desde la década de los ochenta se ha dedicado más a vender una marca que a construir edificios. Promocionaba filetes, vodkas y juegos de mesa con su nombre mientras los casinos de su propiedad se declaraban en bancarrota.

Habitual de la prensa sensacionalista por sus relaciones extramatrimoniales, su popularidad explotó al participar en películas de consumo masivo y, especialmente, con su programa, El Aprendiz.

Trump había conseguido que todos en Estados Unidos lo admiraran y convirtieran en un sinónimo de éxito y dinero.

No extraña que su película favorita sea Ciudadano Kane, la historia del auge —y caída— de un magnate ávido de aprobación y poder.

Bajo esa imagen se esconde un personaje oscuro. El “escritor en la sombra” que le ayudó en su libro, Tony Scwartz, lo describió como “sociópata”.

Tras los más de 17 meses que ha durado su campaña presidencial, la descripción ha pasado por decenas de calificativos nada agradables. Sus propuestas migratorias se consideran racistas y xenófobas: ironías de la vida, dos de sus tres matrimonios han sido con mujeres nacidas fuera de Estados Unidos y, de la última y actual —Melania— hay dudas de la legalidad de su estatus migratorio al llegar al país.

Los escándalos sexuales y acusaciones de violación despertaron una imagen de misógino y abusador. Su facilidad de manejo de las masas menos educadas con un discurso poco elaborado le compararon a los mejores populistas y demagogos. Los insultos e improperios a sus rivales le presentaron como un insensible desafiante políticamente incorrecto.

A pesar de eso, su increíblemente efectivo manejo de los medios de comunicación y de las técnicas populistas le han llevado a liderar el Partido Republicano, aquél que tenía como emblemas Abraham Lincoln y Ronald Reagan, elevándolo a posturas extremistas que asustan a los más moderados y tradicionales.

Sin embargo, la masa pide Trump y Trump les da lo que piden. Ahora falta ver si le recompensan con las llaves de la Casa Blanca y lo que venga después.

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