Buenos Aires.— El sábado pasado, Waldik Gabriel Silva Chagas, un niño de 11 años, fue asesinado por un guardia civil metropolitano en la ciudad de Sao Paulo, en Brasil.

Silva Chagas estaba en el asiento trasero de un automóvil Chevette gris, en compañía de otras dos personas, cuando un balazo le dio en la nuca, durante un intercambio de disparos que, según la fuerza policial, inició luego de que un motociclista llamara a los oficiales diciendo que había sido víctima de un asalto a manos de hombres que se movían en un automóvil como el Chevette.

La Secretaría de Seguridad Pública abrió una investigación y separó a los agentes que participaron. Pero la modalidad no es nueva: 24 días atrás, otro niño, de 10 años, llamado Italo Ferreira, fue ejecutado por un policía en una persecución. La sociedad paulista está conmocionada frente a estos casos de violencia policial.

“Es relativamente común que haya este tipo de persecuciones y tiroteos cuando los automóviles no paran en las barreras, aunque los policías que participan saben que no están obrando dentro de la ley”, dijo a EL UNIVERSAL Ignacio Cano, sociólogo y coordinador del Laboratorio de Análisis de la Violencia de la Universidad del Estado de Río de Janeiro (UERJ). “Pero cuando hay víctimas tan pequeñas, queda subrayada la idea de que no hubo un enfrentamiento, al menos con la víctima”.

En el caso de Silva Chagas, la policía informó que los supuestos ladrones iniciaron el tiroteo cuando circulaban por la zona este de Sao Paulo, la más pobre de la ciudad, con varias favelas. En los asientos delanteros del Chevette gris viajaban dos personas, dos presuntos delincuentes que escaparon luego del intercambio de balas, dejando al niño herido.

En el caso de Ferreira, no había adultos. Él y otro niño viajaban en un Daihatsu de 1998 que robaron en el barrio acomodado de Morumbí y, según una de las pericias, el disparo fue realizado por la policía cuando el coche estaba detenido. La policía militar informó que Ferreira disparó desde el automóvil en movimiento a los agentes, que lo persiguieron no más de 300 metros.

Los dos niños asesinados eran pobres y negros. “Según nuestras investigaciones, encontramos que si uno es blanco tiene 8% más de posibilidad de sobrevivir a un enfrentamiento con la policía”, dijo Cano, del Laboratorio de Análisis de la Violencia. “Pero más determinante es estar adentro o afuera de una favela. Si el enfrentamiento es adentro, es más probable el uso de un arma y la muerte de alguno de los civiles”.

La policía de Sao Paulo está acusada de ejecuciones extrajudiciales en informes elaborados por Naciones Unidas y el Foro Brasileño de Seguridad Pública. En 2014 hubo más de 58 mil asesinatos en Brasil; de éstos, 5.3% fue cometido por fuerzas de seguridad federales, estatales y municipales. Según las investigaciones de la UERJ, 44% de la población piensa que “un buen bandido es un bandido muerto”, pero la opinión pública se perturba cuando la víctima es un niño, aunque sea un presunto bandido. “Es una paradoja”, dijo Cano.

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