Centroamérica pasó de ser receptora de misiones de paz de la Organización de Naciones Unidas (ONU) a proveedora de fuerzas militares y policiales de los “cascos azules” de la máxima instancia política mundial en teatros bélicos en Asia y África o en escenarios convulsos, como Haití.

Tras la firma, en agosto de 1987, del acuerdo de paz de Esquipulas por parte de Nicaragua, El Salvador, Guatemala, Honduras y Costa Rica, los cinco países iniciaron un complicado proceso regional para la pacificación y la ONU —así como la Organización de Estados Americanos (OEA)— se involucraron en tareas para fomentar la confianza entre las naciones.

Las guerras civiles de El Salvador, que estalló en 1980, en Guatemala, que comenzó en 1960, y en Nicaragua, que se desató con fuerza desde 1982, atizaron la desconfianza. Costa Rica y Honduras se convirtieron en bases militares de la “contra” nicaragüense, mientras que la revolución sandinista de Nicaragua se consolidó como principal respaldo bélico de las guerrillas comunistas de El Salvador y de Guatemala.

A partir en especial de la década de 1970, la región se transformó en otro foco del enfrentamiento comunismo versus anticomunismo. La Guerra Fría y los principales protagonistas —Estados Unidos y la Unión Soviética— del choque Este-Oeste se instalaron con fuerza en Centroamérica.

Washington reforzó sus viejas alianzas político-militares con El Salvador, Guatemala y Honduras, mientras Moscú y lo que fue el campo socialista de Europa del Este, con Cuba como su punta de lanza, consolidó su sociedad con Nicaragua. La caída en 1989 del Muro de Berlín, que provocó el desplome del bloque comunista europeo y llevó a la desintegración en 1991 de la Unión Soviética, fue elemento clave en la paz centroamericana.

En este contexto, la ONU aprobó en noviembre de 1989 el despliegue de la Misión de la ONU para Centroamérica (ONUCA), su primera en el istmo y con la tarea inicial de la verificación fronteriza para impedir los flujos ilícitos de armas para abastecer a las fuerzas irregulares insurgentes de derecha y de izquierda.

ONUCA, que fue vital en 1990 para la desmovilización de la “contra” y su reinserción social, así como para el desarme y la pacificación en Nicaragua, se transformó luego en ONUSAL, la misión de la ONU para la paz establecida en 1991 en El Salvador. ONUSAL operó hasta 1995.

En diciembre de 1996, y en un hecho que cerró un sangriento ciclo de guerras en Centroamérica, la guerrilla comunista guatemalteca y el gobierno de Guatemala suscribieron un histórico acuerdo de paz. La Misión de la ONU para Guatemala (MINUGUA) fue desplegada en enero de 1997 y funcionó hasta 2004, en una labor que incluyó desminado, desmovilización y desarme.

Entre otras tareas, las misiones dirigieron comisiones de verdad en Guatemala y El Salvador para aclarar violaciones a los derechos humanos y ayudaron reestructurar, depurar y reducir aparatos policiales y militares para que dejaran de ser factores políticos y retornaran a sus cuarteles.

Tras albergar a esas misiones, el istmo ha aportado “cascos azules”. Guatemala ha enviado efectivos a las misiones de la ONU en Haití, Líbano, Costa de Marfil y la República Democrática del Congo, mientras que Honduras los aportó a las de Haití y Sahara Occidental. El Salvador ha enviado a Mali, Haití, Irak, Afganistán, Líbano, Liberia, Costa de Marfil, Sudán, Timor Oriental, Chipre y Sahara Occidental.

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