El 6 de enero de 2016 Corea del Norte realizó su cuarta explosión nuclear subterránea —las tres previas fueron en octubre de 2006, mayo de 2009, febrero de 2013— y la primera realizada con lo que afirma fue una bomba de hidrógeno, desencadenando un sismo de 5.1 en la escala de Richter y la condena generalizada tanto de aliados, adversarios y de la ONU.

Esta acción muestra el completo desdén del actual líder Kim Jong-un por el movimiento mundial en contra de la proliferación nuclear, por la paz y seguridad internacional y regional —particularmente en el noreste de Asia—, y por una eventual unificación de la península coreana.

Más aún: la explosión de una bomba termonuclear representaría un gran paso tecnológico para Corea del Norte, país del que se especula posee alrededor de 10 armas nucleares y que busca alcanzar la tecnología para miniaturizar la bomba y portarla en misiles de alcance suficiente para llegar a la parte continental de Estados Unidos.

¿Cuáles son los motivos que han llevado al régimen de Pyongyang a tomar esta decisión con el enorme costo político?

Hay que recordar que el programa nuclear norcoreano tiene sus orígenes en la década de los años 50 con apoyo soviético aunque principalmente con tecnología propia, y si bien se adhirió al Tratado de No Proliferación Nuclear en 1985, el programa con fines pacíficos para generar electricidad ha sido sólo una fase de un proyecto más ambicioso para obtener plutonio, uranio, tecnología para detonantes y misiles Nodong, Taepodong 1, 2 y Musudan.

Un acuerdo marco alcanzado en 1994 para desmantelar el programa a cambio de asistencia económica y combustible, así como la construcción de reactores de agua ligera, se desmoronó en 2002 en medio de fuertes sospechas de que Corea del Norte seguía reprocesando plutonio en Yongbyon. El periodo de negociaciones multilaterales —las Conversaciones a Seis Bandas— de 2003 a 2009 no pudieron lograr que el régimen norcoreano suspendiera su programa y evitar que realizara dos pruebas subterráneas en 2006 y 2009.

Una tercera prueba nuclear en 2013 y la continuación de lanzamientos de misiles confirmó la intención del régimen norcoreano de no sólo fabricar más bombas de plutonio, sino de perfeccionar un ambicioso programa de enriquecimiento de uranio —cuyas actividades son más difíciles de detectar—. Con la explosión del 6 de enero, Corea del Norte parece haber alcanzado la tecnología para la bomba de fusión de isótopos de hidrógeno, y se burla una vez más de la Agencia Internacional de Energía Atómica. Sí, sin duda, Corea del Norte es un peligro para el mundo entero.

Corea del Norte intenta demostrar al mundo que pertenece al club nuclear y, como tal, debe ser escuchado y puede imponer condiciones. Una fuerte aversión contra los sucesivos gobiernos surcoreanos ha impedido la estabilización en la Península, mientras que una aversión aún mayor —alimentada por la historia— ha envenenado la relación Pyongyang-Tokio.

Pero la causa principal del programa nuclear norcoreano es el temor de que Estados Unidos y sus aliados acaben con el régimen dinástico de la familia Kim.

Ante un estado técnico de guerra (sólo hay cese el fuego desde 1953) y bases estadounidenses al sur del Paralelo 38, el gobierno norcoreano exige hablar en calidad de pares con Washington, exigiendo garantías políticas, económicas y militares para la existencia misma del régimen, a lo que Estados Unidos ha respondido con “paciencia estratégica” en frecuente consulta con sus aliados y ante la exigencia previa del desmantelamiento del programa nuclear norcoreano. Por lo menos ésta ha sido la visión de las administraciones Bush y Obama. Y mientras tanto, el programa nuclear sigue avanzando.

Esta detonación es la segunda desde que Kim Jong-un asumió el poder en 2012, y si alguien aseguraba que él tendría mano blanda en comparación con su padre Kim Jong-il y su abuelo Kim Il-sung, está equivocado.

Las sanciones impuestas por el Consejo de Seguridad de la ONU mediante las resoluciones 1695, 1718, 1874 y 2087 parecen no tener efecto real en el régimen. Habrá que ver en los próximos días si cambia la naturaleza de las nuevas sanciones.

Las reacciones a corto y mediano plazo en la región y en el mundo son inciertas, aunque compartirán el rechazo al programa nuclear.

Como resultado de la acción norcoreana, Corea del Sur y Japón probablemente fortalecerán cooperación en el ámbito multilateral. Asimismo, el próximo gobierno de Estados Unidos, sea demócrata o republicano, mantendrá una mayor presión contra Pyongyang mediante sanciones unilaterales y multilaterales. Habrá que ver si Rusia respalda completamente mayores sanciones a Corea del Norte en la ONU.

Probablemente China es una de las pocas opciones con las que cuenta la comunidad internacional para controlar a Corea del Norte en su ambición nuclear. Se sabe que Mao Zedong no accedió a compartir tecnología nuclear con Kim Jong-il en 1964 tras la primera prueba china y actualmente la postura oficial es a favor de la desnuclearización de toda la Península Coreana, para lo cual auspicia desde 2003 las fracasadas Conversaciones a Seis Bandas.

Si bien fueron aliados desde la Guerra Fría, sin embargo se percibe ahora el enfriamiento en las relaciones bilaterales (la primera visita del presidente Xi Jinping a la Península en 2014 fue a Corea del Sur) y la frustración por la falta de avances en las negociaciones multilaterales. De hecho, la detonación puede ser interpretada también como un mensaje a Beijing de independencia en política y “no subordinación”.

El problema ahora radica en la respuesta que pueda tomar China dentro del Consejo de Seguridad: apoyar a su vecino o impulsar mayores sanciones. Es un delicado balance que implica también la decisión que tomen otros países, cuyas medidas podrían afectar indirectamente a intereses financieros chinos. Hasta ahora la posición de Beijing en el Consejo de Seguridad es sumamente cauta, algo que en el análisis político es algo entendible, aunque ya es totalmente inaceptable.

Profesor investigador y coordinador del Programa de Estudios Asia Pacífico del ITAM

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