Tras una gira de 10 días, el presidente Barack Obama finalmente regresó al dudoso confort de la Casa Blanca. Durante su recorrido, el presidente ha escuchado los ecos de aquellas voces que, desde casa, le exigen dar un drástico golpe de timón a su estrategia para combatir a las fuerzas del Estado Islámico (EI) en Siria.

Pero, además, ha observado con atención el desafío de quienes han encontrado en los ataques terroristas de París la mejor oportunidad para cerrarle el paso a su programa para recibir hasta 10 mil refugiados sirios durante 2016, una cifra muy lejana a los 65 mil que le había solicitado la ONU y la Cruz Roja.

Precisamente, tras el Día de Acción de Gracias del próximo jueves, una fecha que millones de estadounidenses se desplazan de costa a costa para reunirse con sus seres queridos, los miembros del Congreso regresarán para lanzar una ofensiva definitiva contra el plan de Obama para recibir a unos refugiados que hoy son vistos como la encarnación del terrorismo más peligroso.

Con esto en la mira, la Casa Blanca ha redoblado sus esfuerzos para explicar ante gobernadores de más de 30 estados y ante la opinión pública el engorroso proceso para abrir las compuertas a un refugiado de origen sirio o iraquí. Por cada petición, las agencias federales (incluidas las de inteligencia) invierten un tiempo que llega a durar hasta dos años antes de dar el visto bueno a una petición de asilo.

A pesar de estas garantías, los republicanos y sus aliados en las filas del partido demócrata, aprovecharán el debate de la iniciativa de la que depende el presupuesto. Un vehículo que les servirá para incrustar la iniciativa contra los refugiados sirios y para colarle a Obama una propuesta que le resultará muy difícil vetar sin comprometer la aprobación del presupuesto.

Mientras Obama se prepara para una batalla que llegará después del Día de Acción de Gracias, el presidente de Francia, Francois Hollande, se dispone a realizar una visita a la Casa Blanca. El encuentro les permitirá intercambiar puntos de vista en torno a una estrategia en la que, por primera vez, Estados Unidos parece asumir la actitud remisa y cautelosa ante la amenaza terrorista del Estado Islámico, mientras Francia se ha embarcado en una campaña militar de represalias para cobrar venganza por los atentados del pasado 13 de noviembre.

Tras estos ataques la fiebre revanchista ha llevado al presidente francés, Francois Holland, un político de 61 años y con aversión a las medidas drásticas, a transformarse en un general al frente de sus ejércitos para bombardear a las huestes del Estado Islámico (EI) en Siria y para impulsar reformas constitucionales que podrían poner en entredicho el régimen de libertades en esa nación que ha sido baluarte de la igualdad, la libertad y la legalidad.

Mientras, al otro lado del Atlántico, Barack Obama se ha convertido en ese americano impasible que observa con atención mientras resiste las presiones desde distintos frentes para autorizar el envío de tropas y apostar por dar un giro más a la tuerca de una estrategia militar que no ha funcionado, ni funcionará, mientras no se combatan de raíz las causas que siguen alimentando el extremismo religioso y el fenómeno terrorista que hoy acecha no sólo desde Siria, Irak o Afganistán, sino desde los barrios miserables de París o Bruselas.

Para muchos, esta actitud de Obama es inexplicable. De hecho, su rechazo a medidas de represalia en caliente, le han granjeado el repudio de quienes consideran que, en muchos sentidos, Barack Obama ha traicionado el legado histórico de una potencia militar forjada bajo el liderazgo de presidentes y generales que nunca dudaron en acudir al repicar de los tambores de guerra.

Cuando Estados Unidos reaccionó con una guerra de represalias y el endurecimiento de sus políticas de seguridad, que pasaron por el reforzamiento de la frontera con México y un ambiente de persecución contra los inmigrantes, desde Francia fueron muchos los que se llevaron las manos a la cabeza.

La implantación de la Ley Patriota, y el nacimiento de los programas de espionaje masivo a través de internet y las llamadas telefónicas que denunció Edward Snowden, escandalizaron a muchos en Francia y galvanizaron durante muchos años la actitud de los franceses contra ese Estado policial que había encontrado en los ataques terroristas la mejor coartada para colocar contra la pared a millones de sus ciudadanos y convertir a muchos en sospechosos habituales.

Según el estudio realizado por Pew Research en 2014, el 82% de los franceses consideraban como inaceptable que EU se convirtiera en el Gran Hermano; en el espía de sus propios ciudadanos.

Hoy, las tornas de la historia han cambiado. Los ataques en París han transformado a la clase política francesa en unos halcones dispuestos a la guerra y a medidas de excepción sin precedentes, mientras Obama se muestra impasible y se mantiene en la búsqueda de una estrategia que no lo convierta en rehén del pasado.

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