Sigue habiendo errores de cálculo por parte de Washington, a decir de varios reportes que han emergido estos días. Ya sea por inteligencia inadecuada, por haber creído en ciertas posibilidades a partir de interpretaciones de Guaidó u otros miembros de la oposición, o por haber confiado en supuestos compromisos por parte de actores cruciales del régimen, la administración Trump ha tenido que salir a explicar las razones por las que la “Operación Libertad” para sacar a Maduro de su silla no ha sido exitosa aún, y quizás tardaría semanas o meses en fructificar. Llama la atención, sin embargo, que una de las explicaciones ofrecidas por el Secretario de Estado Mike Pompeo, tiene que ver directamente con Rusia. Según Pompeo, Maduro estaba ya listo para abordar un avión y retirarse de su cargo, pero fue disuadido de hacerlo por Moscú. Más tarde, el Secretario de Estado llamó al ministro exterior ruso Lavrov para advertirle de no intervenir en Venezuela. Estos hechos, además de otros que hemos estado compartiendo en este espacio, nos obligan a subir de plano y analizar este factor adicional.

En efecto, más allá de comprender la dinámica interna en el conflicto, es indispensable reconocer que, en estos momentos, la dimensión internacional está jugando un rol crucial en los eventos. Por un lado, no se entiende la fuerza que ha adquirido Guaidó y el movimiento que encabeza, sin el respaldo de Washington y decenas de otros gobiernos. Tampoco se entiende la supervivencia de Maduro sin el apoyo que éste ha recibido de países como Cuba, o potencias globales como Rusia. Por tanto, si acaso ha habido errores de cálculo por parte de EEUU y sus aliados, estos no solo se limitan a una estimación inadecuada acerca de cuál sería la reacción de ciertos actores políticos y militares en Caracas, sino que parece estarse subestimado la importancia que el Kremlin iba a asignar a la supervivencia de Maduro en el poder y la capacidad de Putin para impulsar esa agenda.

Si miramos el panorama amplio, no parece casual que Guaidó se autonombrara presidente legítimo de Venezuela—con el impulso de EEUU y varias naciones más—justo en enero, precisamente un mes después de que Maduro visitara Rusia, se anunciara que Moscú incrementaría sus inversiones en Venezuela, dos aviones bombarderos estratégicos rusos Tupolev Tu-160 (con capacidad de transportar armas nucleares) aterrizaran en el aeropuerto Simón Bolívar y se informara que el Kremlin estaba considerando el despliegue de largo plazo de dichos bombarderos estratégicos en Venezuela. Así, mientras la Casa Blanca escalaba su ofensiva mediante sanciones y buscaba más apoyo de otros países para Guaidó, Putin seguía enviando señales de soporte a Maduro, incluida la invitación y visita a Moscú de la vicepresidenta Delcy Rodríguez. Adicionalmente se informaba que se estaba incrementando la presencia de “contratistas rusos” para garantizar la seguridad de Maduro. Por si eso no bastaba, unos días después, el Kremlin enviaba a Caracas dos aviones con unos 100 militares (ahora sí con insignia) incluido el general Vasily Tonkonshkurov, jefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Tierra, además de 35 toneladas de equipo militar.

A pesar de que, tras los sucesos del martes, Moscú declaró inmediatamente que sus efectivos no intervendrían, los pasos que Guaidó dio esta semana, así como la fuerza con la que Washington empujó la embestida, no pueden ser entendidos fuera de este contexto. La guerra retórica que se ha activado entre EEUU y Rusia al respecto de Venezuela, no ha parado. El último de esos eventos es, precisamente la acusación de Pompeo al Kremlin de ser responsable de que Maduro se mantenga en la silla, así como una renovada amenaza de intervenir militarmente en el país sudamericano. ¿Qué es, entonces, lo que podría estar sucediendo y cuál es el riesgo?

Primero, a pesar de que muchos piensan que Estados Unidos es un actor “unitario”, es necesario entender que los procesos de toma de decisiones en ese país son muy complejos y que, particularmente en tiempos de Trump, analizar estos procesos se vuelve mucho más complicado. De un lado tenemos actores internos como el Senador Rubio y el sector que representa, quienes han logrado posicionar en esta administración el empuje contra Cuba y Caracas, entre otros asuntos. Luego, están las voces duras como Bolton, que consideran que es hora de terminar con la “Troika de la Tiranía”—Cuba, Venezuela y Nicaragua—pero quienes además de estar pensando en la región, tienen siempre su mirada puesta en Moscú. Funcionarios como el Asesor de Seguridad Nacional o Pompeo, además de otros en espacios como el Pentágono o el Senado, altamente preocupados a raíz de las estrategias que ha implementado el Kremlin para elevar su influencia en distintas partes del globo, se encuentran verdaderamente ansiosos tras el incremento del involucramiento ruso en Venezuela—país ubicado en el hemisferio occidental, zona percibida por Washington como de su influencia exclusiva—y están decididos a mostrar toda la determinación que haga falta para contener esas acciones.

Segundo, Trump siempre es un enigma. Hay que comprender que, desde su campaña, el actual presidente se ha mostrado mucho más dispuesto a acercarse y negociar con Putin que otros políticos de su propio partido. Ya sea por motivos personales o porque de verdad cree en ello, sus distintos encuentros, llamadas telefónicas y mensajes, han confirmado que él, de manera individual, preferiría arreglar todos los asuntos con el presidente ruso. Sin embargo, Trump continuamente está mirando hacia sus bases internas y hacia los actores como Bolton, Pompeo o los legisladores republicanos, quienes le han respaldado en las agendas que más le importan. Al final del camino, las decisiones tomadas en cuanto a Caracas son el resultado de la mezcla de consideraciones y posiciones como las que describo, y las interacciones entre esos muy distintos actores.

Tercero, lo que está pasando en Venezuela es que esos actores y su posición resultante—apoyar con todo a Guaidó y el cambio de régimen—además de toparse con distintos obstáculos propios de Venezuela, se están topando también con Putin. Es decir, de un lado, está la evaluación de la cúpula militar y otros actores políticos: hasta el momento, parece ser menor el costo de mantenerse a lado de Maduro, que el costo de abandonarlo. Pero del otro lado, está el factor internacional, encabezado por países como Cuba y ahora muy marcadamente Rusia y todo lo que eso implica como incentivo para que los aliados de Maduro lo sigan respaldando. Debido a que estamos en plena guerra informativa, es imposible verificar la veracidad de la afirmación de Pompeo en cuanto a que el Kremlin convenció a Maduro de no abandonar su cargo. Pero lo que esta declaración refleja, en todo caso, es no solo un nivel de influencia de Moscú en asuntos del país latinoamericano, sino que EEUU está convencido de la determinación de Putin a confrontarse directamente con Washington en ese tema, convirtiendo a Venezuela en un instrumento más de su nueva guerra fría.

Y cuarto, esto último conlleva riesgos considerables. Si bien para Trump, la presencia estadounidense en sitios como Siria es una pérdida de recursos y esfuerzos, y ha estado dispuesto a abandonar esos territorios dejando el campo libre a Rusia, el caso venezolano parece ser muy distinto. Si a esto añadimos la belicosidad con la que se están expresando personajes como Pompeo o Bolton, podríamos estar arribando a un camino sin retorno. En otras palabras, la serie de mensajes enviados—mensajes que incluyen tanto discurso, como actos; por ejemplo: liberar a Leopoldo López en abierto desafío al régimen—no son solo mensajes entre rivales venezolanos y Maduro, sino entre EEUU y Moscú. Esto está activando una espiral de acciones y reacciones que hasta hace unos días parecían inclinar la balanza a favor del Kremlin. Con la “Operación Libertad”, se buscaba reequilibrar esa balanza. Ante esa embestida, Rusia pudo haber, efectivamente, convencido a Maduro de que le cubriría sus espaldas, o bien, quizás sin haberlo dicho explícitamente, sus actos le estarían dando al régimen esa sensación de fortaleza. El problema es que, si la espiral Washington-Moscú sigue escalando, y Rusia opta por aumentar su presencia militar a niveles mayores, podría llegar el punto en el que, a pesar de la oposición interna e internacional que existe al respecto, EEUU se vería obligado a cumplir sus amenazas e intervenir, aunque fuese de manera indirecta o limitada. Más de uno en Washington está convencido de que es hora de enviar un mensaje de fuerza, no a Maduro, sino a Rusia. De lo contrario, las palabras emitidas desde la Casa Blanca pierden credibilidad y provocan vacíos que, en este caso, Putin se encuentra listo para llenar.

Twitter: @maurimm

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