La inseguridad es un problema estructural en tanto es causa y efecto de la pobreza, inequidad, injusticia: la desigualdad socioeconómica, jurídica y política, en cada comunidad o país. Es un síntoma de salud en cada sociedad, acentuado con la globalización de la economía y sus efectos. Ejemplo de esto es que el prestigiado semanario británico The Economist publicó en junio pasado un artículo que reseña el libro El nivel oculto: ¿cómo sociedades más equitativas reducen el estrés y aumentan el bienestar para todos, cuyos autores, los epidemiólogos R. Wilkinson y K. Pickett, tienen como idea central que existe un vínculo directamente proporcional entre la distribución del ingreso y la salud física y mental de los miembros de una sociedad. Este texto complementa estudios anteriores de los mismos autores, quienes ya habían explorado el nexo entre altos niveles de desigualdad con muchos problemas sociales, obesidad, crimen, violencia, deserción escolar y baja movilidad social. La conclusión fue: entre más desigual es una sociedad, peores resultados tendrá. Los autores señalan que cuando existe una inequitativa distribución en el ingreso se genera una crisis mental, manifestada principalmente en un estado generalizado de ansiedad. La ansiedad, demuestran, es muy alta en los países con mayores tasas de desigualdad, al grado de que el 10% de los más ricos en los países muy desiguales, sufren de un mayor nivel de ansiedad que el 10% de los más pobres en países más equitativos. Las manifestaciones de enfermedades mentales como abuso de alcohol y drogas, dañarse a sí mismo o ludopatía aumentan a medida que los niveles de desigualdad económica son más grandes. Además, la desigualdad erosiona paulatinamente el sentido de comunidad al expandir las distancias entre ricos y pobres; los más ricos adquieren patologías narcisistas, se vuelven menos empáticos y desapegados a la realidad. La comunidad les interesa menos y piensan que su simple estatus les merece un trato especial. Una conclusión importante de todo lo anterior es que las consecuencias —físicas, mentales y sociales— derivadas de la desigualdad son un incentivo suficiente para que incluso quienes se encuentran en los estratos más altos se beneficien de una redefinición y redistribución socioeconómica.

En México hemos vivido una tragedia humana como resultado de ese círculo vicioso, fruto de treinta años de un modelo socioeconómico impuesto por el neoliberalismo. Esto ha sido denunciado por Andrés Manuel López Obrador a lo largo de su recorrido por todas las comunidades, pueblos y plazas públicas del país. El ahora presidente de la República ha dicho: “la mejor manera de enfrentar la inseguridad y la delincuencia es combatir la pobreza. Atender las causas profundas de la violencia”; “para garantizar la paz y la tranquilidad, lo que estamos haciendo es impulsar el desarrollo económico y social, en eso consiste el 80% de la estrategia de seguridad”; “que haya trabajo, que mejoren los salarios, que haya bienestar, que se atienda a los jóvenes primero”; “lo que debe de importarnos es… que se busque el bienestar para los ciudadanos... más de la mitad de los hogares… que tienen que ver con los más pobres, van a recibir un apoyo”; “preferencia para estudiantes pobres e indígenas… un programa de apoyo a la gente más olvidada, marginada, pobre del país. Lo vengo diciendo desde hace muchos años y así va a ser, vamos a atender a todos, vamos a escuchar a todos, vamos a respetar a todos, pero la preferencia la van a tener los humildes”. La violencia e inseguridad seguirán mientras no se resuelvan los problemas estructurales, por eso, el presidente de la República, tiene como eje fundamental: “por el bien de todos, primero los pobres”.

Ex senador y titular de la CFE

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