En los últimos años el orden internacional se ha reconfigurado en forma acelerada, para mal. Donde había equilibrios hay tensiones; donde prevalecía la visión estratégica y el buen juicio, predominan la estridencia y las ocurrencias; donde había optimismo, ahora hay miedos. La diplomacia se ha visto acallada por las voces altisonantes.

Este escenario es la resultante de la interacción de múltiples fuerzas y actores, pero no hay que quitar mérito a quienes lo merecen. En Gran Bretaña los miedos y la incompetencia llevaron al Brexit y, de ahí, a un callejón que no se le ve salida. La Rusia de Putin ha retomado el vuelo de la vieja tradición expansionista, poder duro e iniciativas poco útiles para el orden internacional. Siria es el mejor ejemplo. Los factores de contención ya no funcionan. Netanyahu en Israel jala cada día más la liga, hasta ponerla a un tris de reventar. Maduro lleva a Venezuela a la desolación y Nicaragua parece seguir sus pasos. Y nadie les pone el alto. Sálvese quien pueda. La construcción del multilateralismo se diezma día a día con los golpes fundamentalistas de Trump, May y Putin, entre otros. Curioso, en este nuevo escenario, China aparece como el actor más cuerdo. ¿Quién lo iba a decir?

Este es el escenario internacional que habrá de enfrentar el nuevo gobierno de México. Sin duda un cambio radical, pues durante décadas la vecindad tensa pero estable con Estados Unidos había permitido a los gobiernos de México vivir sin ocuparse de lo que sucedía en el mundo y mantener en pausa el contar con una estrategia de política exterior. Poco se hizo en las últimas décadas por entender y por posicionarse frente al mundo cambiante.

Ahora el nuevo gobierno deberá enfrentar abundantes focos rojos y amarillos con un andamiaje institucional débil y con muy pocos activos. Reaccionar no es lo mismo que reposicionarse. Poco puede hacer México para influir en los escenarios globales. No ha habido ni habrá liderazgo internacional para un país de nuestro bajo perfil frente al mundo.

Habrá que comenzar por el principio. Objetivos estratégicos claros y tiros de precisión. Un ejemplo. Centroamérica y El Caribe son el área de influencia natural de México. Hemos ignorado olímpicamente esta realidad. Para ellos México es enorme. Trabajar con estos países puede representar claros beneficios geopolíticos. Así sucedió con Cuba durante varias décadas, caso emblemático de una política exterior independiente que le trajo respetabilidad a México sin costos en la relación con Estados Unidos. En los 80 Contadora fue un éxito, otra iniciativa de México sin injerencia estadounidense,

Los recursos invertidos en esta zona tienen un efecto multiplicador. Este efecto se acrecienta si lo internacionalizamos. Los europeos siempre han visto con simpatía a Centroamérica y bien les vendría ahora un socio regional del tamaño de México, que diseñe y encabece los esfuerzos. La República Popular China, en los últimos 10 años, se ha posicionado magistralmente en la región, desplazando a Taiwán y a otros actores. Si queremos jugar en las grandes ligas, esta sería una oportunidad. Y todos ven con desconfianza a Estados Unidos, que de la indiferencia pasaron al desprecio por la región. Otros actores del hemisferio, hacia el norte y el sur, podrían converger en este esfuerzo. Ya ha sucedido antes. Así, proyectamos mejor a México, armamos alianzas que se traducen en contrapesos, fortalecemos nuestra posición geopolítica en el hemisferio y jugamos un rol activo en el juego internacional. No es tan complicado.

Claro, para ello habrá que pensar más en gobernar que en hacer política; en construir futuro y no sólo en salir del paso y, sobre todo, en estar convencidos de que, lo que no hagamos los mexicanos por México, no lo hará nadie más, ahora menos que nunca.

Consultor en temas de seguridad y política exterior.
lherrera@ coppan.com

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