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A pesar de la evidencia en sentido contrario en estos 100 días, sigue siendo una pregunta frecuente: ¿Se va a convertir México en Venezuela? Contesto, mecánica y simplemente, que no veo ninguna razón para que tal cosa ocurra. AMLO no es como Hugo Chávez, un militar golpista, ni tampoco tiene petróleo a mansalva para comprar voluntades, ni mucho menos ha conseguido articular un corpus discursivo como el que logró articular la cabeza del movimiento bolivariano. La base teórica de López Obrador son sus discursos, los cuales son, sustancialmente, una interpretación sesgada -a su más amplia conveniencia- de la historia del país. Es, por tanto, un desarrollista que ha conseguido la proeza política de cambiar el estado de ánimo a la población. Como lo había discutido en trabajos anteriores, sobre las elecciones de Tabasco en los años 80 y 90, AMLO es un hombre con una vocación justiciera y es, al mismo tiempo, un muy potente empresario político electoral. Esa dualidad ha sido plenamente captada por mi compañera María Amparo Casar en su texto sobre el gran benefactor, que hoy se ve en toda su magnitud.
El presidente no tiene por tanto una identidad autómatica con Hugo Chávez (tiene similitudes como las que también tiene con Trump o con Macron). Es lo que tenemos y es por lo que votó el soberano no una réplica de un modelo externo. A mí me encantaría que el gobierno se inspirara en la experiencia del PSOE de los 80 o en los brillantes gobiernos de la izquierda en Chile y Uruguay a los que tampoco se parece. No veo ánimo de construcción institucional sobre una base racional e impersonal, ni reclutamiento basado en el mérito. Además, crece un discurso con un sesgo anti racional que ha aflorado de manera alarmante. Las críticas a instancias internacionales como IATA, la impaciencia (cada vez menos disimulada) con los expertos de la sociedad civil y por supuesto contra la comunidad científica a la que prácticamente tacha de charlatanería, nos recuerda ese prejuicio anticultural tan marcado en ciertos sectores populares que consideran que leer y hablar con rigor es una forma de alejarte del pueblo llano. ¡Se cree muy, muy!
La forma de hacer gobierno en el entonces DF del hoy Presidente es la más reveladora de lo que cabe esperar. Inició con la reducción de salarios y el empobrecimiento de las capacidades de gestión de la ciudad, en favor de la distribución de la renta de manera directa, que ahora está desplegando con toda su fuerza. Nunca endeudó indebidamente la hacienda pública y combatió un importante bolsón de corrupción en la tesorería. Pero globalmente erosionó las capacidades gubernamentales y las facultades de los entonces delegados para establecer un centralismo discrecional que, de paso, condenó a la insignificancia a la Asamblea Legislativa.
La figura del gran redentor tiene raíces tan cercanas a nosotros, que me parece sorprendente que no se perciban. López Obrador es el alcalde más querido que ha tenido esta capital. Su ascendiente era tal que pudo imponer a Juanito o hacer valer su voluntad con Claudia Sheinbaum. Buena parte de sus pobladores lo recuerdan con cariño y gratitud porque les entregó ayuda personalizada y están dispuestos a defender lo que sea, incluidos los venenosos video escándalos que contaminaron a su círculo más cercano. Esa lealtad de la gente le permitió a su partido instalarse en la capital con un modelo de operación doble que no se parece en nada al venezolano. Si se ve a la Ciudad de México como el laboratorio del obradorismo, tenemos una ciudad que se ha mantenido fiel a una coalición gobernante la cual, aun peleándose y cambiando de signos, sigue siendo la misma. Las Brugada, Sheinbaum, Padierna, Santillán eran PRD y hoy se presentan como el nuevo partido. Incluso vemos que el perredismo moribundo del último mancerismo también se pasa a Morena.
La capital es una ciudad contrastante que se ve a sí misma como justiciera, plena de derechos, y sin embargo se gobierna con una estructura basada en el clientelismo. Se cree culta y lo que más crece son los centros comerciales, asume que es el estado del arte en materia de infraestructura y vive en crisis En 20 años, la gente no ha dejado de ser pobre, ni tiene educación de calidad por parte de la administración local, ni tampoco tiene servicios médicos a la altura de una gran urbe, pero la percepción es que estamos a años luz de la barbarie del neoliberalismo. Carece de una procuraduría funcional o de una policía profesional. Tampoco tiene una burocracia profesional, porque la prioridad de los gobiernos siempre fue otra, pero la mayoría de la gente siente que el gobierno refleja sus preocupaciones y eso le da legitimidad y popularidad. El sector más favorecido en vez de sentirse apabullado convive con esta realidad que divide el oriente del poniente con una ciudad vetusta y disfuncional en su infraestructura, al mismo tiempo que es una urbe tremendamente próspera debido al vínculo histórico de la clase política con los desarrolladores y el reparto de favores y conexiones personales para un desarrollo inmobiliario y recalificador de terrenos.
Si queremos ver el futuro de México debemos mirar lo que ha sido la historia de esta capital, mucho más que Caracas. Ni más pero ni menos.