Cuando Andrés Manuel López Obrador entró al edificio de la Asamblea para la toma de posesión de Claudia Sheinbaum, quedó claro que, aunque nativo de Macuspana, la Ciudad de México es su tierra. Además de la forma extática en que el presidente del Congreso lo veía y olvidaba que era la toma de posesión de Claudia y no un tributo al titular del Ejecutivo, es evidente que esta ciudad le ofrenda al Presidente el más sincero de los afectos. 

Pocos gobernantes han logrado conseguir la compenetración que el jefe del Estado tiene con un sector mayoritario de la capital. Será interesante ver cómo se desarrolla, en los próximos años, esta particular historia de amor, pues la Ciudad de México tiene una larga tradición anti presidencialista que, con el correr de los años, se ha convertido en uno de los rasgos distintivos de la cultura política local, incluida la forma de actuar de los medios de comunicación, quienes cuestionan con fuerza a la autoridad federal. Por lo menos desde tiempos de Miguel de la Madrid (quien fue sonoramente pitado en el estadio), Carlos Salinas de Gortari (quien vio como la ciudad votaba masivamente en su contra) o Ernesto Zedillo (quien fue plantado por primera vez por Rosario Robles con el aplauso sonoro de los capitalinos), López Obrador hizo de su gestión gubernamental una oposición permanente al gobierno de Vicente Fox y en sus conferencias matutinas, ganaba el corazón de los chilangos, oponiéndose a todo lo que el entonces popular presidente decía. Marcelo Ebrard ganó simpatía negándose a tomarse una foto con Felipe Calderón, misma que se consiguió prácticamente cuando terminaban ambos el sexenio. Miguel Ángel Mancera, a pesar de ser un hijo político de López Obrador y Ebrard, fue discordante con el trato de sus predecesores al gobierno federal y lo pagó con creces. La gente no le perdonó su cercanía con Enrique Peña y aquí, en la capital, la tradición de resistencia al gobierno federal se manifestó constantemente por lo que se veía como agachonería política debido al trato cercano con el ahora expresidente.

Con López Obrador las cosas serán diferentes, pues el gobierno de Sheinbaum no será una regencia, pero sí un gobierno muy dependiente del federal. No es que no tenga autonomía, pero la forma en la cual llegó a la candidatura y su cercanía personal con el Presidente, la llevarán a actuar de manera concertada y nunca buscar desencuentros con el jefe del Estado. 
 
La ciudad quiere a López Obrador por varias razones: la primera es porque no habla como nosotros, los chilangos tenemos probablemente uno los acentos menos atractivos, desde el repelente tono del poniente, hasta el cantadito sonoro del peladito. El habla capitalina es poco atractiva, por eso las melodías tabasqueñas suenan agradables y graciosas, cae bien y gusta porque su acento algo tiene de entrañable y dulce. Además, conquistó el corazón de los capitalinos porque, aunque se mantuviera como una ciudad con enormes contrastes -los pobres siguen siendo pobres y viajan en transporte público igualmente ruinoso y muchos de ellos carecen de agua potable, banquetas, centros deportivos y equipamiento urbano mínimo, que uno supondría se derivaría de 20 años de gestión de la izquierda- López Obrador los hizo sentir incluidos. Puede parecer paradójico que un gobierno que no resolvió los temas de desigualdad, ni hizo más productiva la ciudad, ni incrementó los sueldos e incluso encareció el suelo urbano al establecer una alianza duradera con los sectores del desarrollo inmobiliario que hasta la fecha lo siguen apoyando, tenga todavía, después de todos estos años, una enorme ascendencia sobre los capitalinos menos favorecidos. No me sorprendería nada que si la cultura chilanga se convierte en cultura nacional (no estoy seguro de que ocurra), el Presidente consiga conquistar el corazón de la gente. La cuarta transformación solo existiría en la mente de los menos favorecidos. Igual que los capitalinos seguimos creyendo que la nuestra es una ciudad moderna, innovadora, pletórica de derechos y con una propensión a la igualdad, aunque en la realidad los ricos sean cada vez más ricos y la infraestructura urbana, como las autopistas, solo sirva a los que más dinero tienen, los desarrollos inmobiliarios de millones de dólares hayan poblado el poniente, mientras el oriente de la ciudad, por carecer, carece hasta de agua. Pero el habitante de la Ciudad de México se siente incluido y respaldado por un Presidente con una narrativa justiciera. Es probable que el país completo adopte esta cultura chilanga y veamos que la vieja postura anti presidencialista se diluya en favor de una entrega completa al jefe del Estado.

Analista polítco. @leonardocurzio

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