Probablemente la gustada frase de López Obrador, de que “la mejor política exterior es la política interior” refleja el desconocimiento y temor que tiene de la política internacional y la geopolítica, incluyendo la relación México-Estados Unidos. Una especie de “agorafobia política”: el temor a lo que hay afuera de México. Aquí tiene poder, legitimidad, el apoyo de millones que lo vitorean por donde vaya; en los mítines se encuentra en su hábitat natural, aplaudido por todo lo que diga. Fuera de México hay oscuridad e incertidumbre.

Por lo cual, siempre ha mostrado recelo respecto a lo internacional, por desconocimiento, falta de mundo e incomprensión de la complicada geopolítica. Ese temor es producto también de una visión parroquial del mundo. Lo foráneo como un peligro. De ahí su idea de que quienes estudian en el extranjero adquieren malas mañas que no había en México, de ahí su reticencia a que académicos y científicos viajen al extranjero, su idea de que la ciencia debe nacionalizarse antes que globalizarse.

Y también seguramente por eso su rechazo a presentarse en Osaka a la cumbre del G-20. Se sentiría probablemente perdido, desubicado, sin poder asimilar lo que ahí ocurra. Muchos expertos y actores sociales lo urgen a presentarse a ese importante foro, tanto para encontrar a Donald Trump como para plantear la grave situación en que nos hallamos frente a Estados Unidos. Pero él y sus voceros insisten en que si no va, es porque en México hay mucho qué hacer.

Dicen que abandonar el país unos días hará que se hunda en el desconcierto; México exige su presencia constante, o se desvencija. Pero las necesidades del país, incluso muchas de gran relevancia, requieren a veces la presencia del Ejecutivo en dichos foros internacionales. El país no se hundirá, y en cambio la agenda mexicana podría posicionarse de manera favorable. La verdadera razón de su ausencia en esos foros es la agorafobia.

Y justo ese pánico escénico internacional se refleja en las posiciones que desde hace mucho presenta respecto a Trump; hubo un momento de envalentonamiento cuando ofreció contestar puntualmente cada tuit agresivo de Trump, en tanto calificaba a Peña Nieto como el “payaso de las cachetadas que cualquiera ningunea”. Pero después ya insistía en que con respeto y amistad apelaría a la razón de Trump para convencerlo de que a ambos países convenía llevarla bien. A ambos países quizá, pero no a Trump, que es lo único que a él le importa.

Trump sacó a AMLO de su agenda interna al amenazar —con fecha precisa— elevar los aranceles a México de no aceptar sus condiciones migratorias. Y despertó la agorafobia de AMLO. De ahí su alegría al surgir un acuerdo antes de la fecha fatal. Se dijo feliz con lo acordado. Marcelo Ebrard en cambio se mostró más cauteloso, incluso preocupado, por lo que pueda venir. Son muchos los que consideran que era mejor enfrentar a Trump con instrumentos jurídicos, internacionales y comerciales, y resistir antes que doblarse de manera inmediata y casi incondicional. Es la posición incluso de Muñoz Ledo (y quizá de otros morenistas).

De modo que, tal como lo señaló en estas páginas Enrique Berruga, Trump le cambió la jugada a AMLO, pues por ahora “la mejor política interna es la política exterior”, invirtiendo su premisa básica. Y de ahí probablemente, el empoderamiento a Marcelo Ebrard, no sólo por ser oficialmente el canciller, sino porque tiene más mundo, conocimiento de la geopolítica y de la diplomacia, capaz de encarar con más idea la amenaza de Trump. Y probablemente por ello AMLO seguirá dándole más poder en tanto no termine el embate trumpiano. O hasta que la negociación fracase, si fuera el caso.

Profesor afiliado del CIDE.
@ JACre spo1

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