Sin duda la Ciudad de México es y ha sido la caja de resonancia del país entero. Lo que aquí sucede adquiere dimensiones que en otros estados de la República pasaría inadvertido ante la opinión pública.

Por ello, es importante no solo observar lo que sucede en nuestra ciudad capital, debemos repudiar de manera conjunta y no olvidar los actos violentos registrados recientemente contra actores políticos, quienes fueron asesinados por aparentes motivos político-electorales en diferentes estados de la República.  Homicidios perpetrados contra militantes del PRD, Movimiento Ciudadano y el PRI.

Todos debemos manifestar nuestro repudio ante esta barbarie y ser solidarios con las instituciones encargadas de la procuración de justicia. Actores políticos, partidos y  la sociedad en su conjunto hoy debemos cumplir con esa obligación, ante hechos que por su propia naturaleza son denostables y requieren de una atención efectiva, con estricto apego a la legalidad.

Somos un país de instituciones y las correspondientes deben procurar la justicia para mantener un estado de derecho, que permita que el próximo proceso electoral garantice la democracia efectiva para todos.

Lo anterior no siempre es fácil cuando en repetidas ocasiones “ya saben quién”, también conocido como el Mesías de  Macuspana, mote que le fue adjudicado por uno de sus recientes devotos que pasó del infierno al cielo con un chasquido de dedos —bueno todos sabemos que el dedo es lo suyo—, ha mandado al diablo a las instituciones; por lo que hay que recordarle que el Estado de Derecho se sostiene precisamente en las instituciones. La obligación del Estado es aplicar la ley a raja tabla, sin distingos y sin presión de actores políticos que por moda existen.

La Ciudad de México sin duda es la más avanzada en reconocer a sus habitantes como una sociedad organizada e informada, que difícilmente habrá de sucumbir al engaño o a las falsas expectativas.

 Una sociedad noble, solidaria, que aún confía en una transformación, que mediante la democracia, fortalezca a las instituciones y no se concentre el tan anhelado cambio en un solo actor.

Al que se manifiesta pacíficamente se le debe tratar como manifestante. Al que se manifiesta violentamente y comete un delito, se le debe tratar como delincuente y no es una visión de Derecho Positivo en su expresión mayúscula. Simple y llanamente, los gobernantes están obligados a aplicar, con rigor, las leyes y ejercer sus facultades mediante los procedimientos legalmente establecidos, sin que esto sea para atender una posición partidista o personal.

En la Ciudad de México recientemente se han registrado cuando menos tres confrontaciones violentas, donde al calor y como consecuencia de la efervescencia electoral, Morena y PRD han dejado ver su mutuo repudio.  

Como  sucede con los matrimonios que por más de 30 años han compartido el mismo techo, el mismo auto, han adquirido las mismas costumbres y las mismas mañas y al momento de la separación, se acusan mutuamente de las prácticas que siempre compartieron juntos.

Y hoy resulta que se responsabiliza a la autoridad, o sea al Jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera; pero nadie habla de la civilidad, nadie habla de la responsabilidad personal que debe asumir un dirigente de un partido o un candidato o candidata de facto, cuando en su discurso arenga a la violencia, arenga a la confrontación y va sembrando el odio al paso de cada evento de campaña.

Es como si alguien llegara a tu casa, te ‘mentara la madre’ y esperara ser recibido con cortesía y muestras de cariño.  ¿Y entonces?

Cuando se habla de moral, algunos siguen pensando que es un árbol que da moras y se llenan la boca llamándose redentores y pacifistas, cuando tienen una larga historia que los vincula con la violencia y el odio. ¿Con qué autoridad moral?

Deberíamos entender entonces, que erradicar la violencia, erradicar los delitos, erradicar la corrupción y las prácticas que detienen el progreso democrático y productivo del país, solo será posible cuando surja del estado de conciencia individual  y de la aportación que demos en cada momento de nuestra vida pública y personal, a favor de la sociedad. En el caso de actores políticos y de aquellos que se dicen o son reconocidos como líderes en los diferentes ámbitos de la sociedad en su conjunto, es mayor aún.

Trasladar la responsabilidad a otros, simple y llanamente es muestra de una posición no solamente cómoda sino, además, cobarde.

Es el momento de que todos demostremos lo importante que es México y lo importante que es la Ciudad, atendiendo el llamado que recientemente hiciera el Jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, a todos los partidos políticos a comprometerse en un Pacto de Civilidad, aunque la palabra “pacto” a algunos les cause gran escozor.

Nada justifica la violencia, insisto, nada la justifica, pero tan denostable es la agresión, como la provocación.

Ex secretario de Movilidad en la CDMX

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