Este fin de semana las redes sociales, especialmente Twitter, se incendiaron. Ricardo Alemán, un periodista muy conocido y nunca lejano a la controversia, publicó algo que a muchos nos pareció excesivo aun para los laxos estándares de lo que coloquialmente se conoce como “la comunidad tuitera”: un mensaje con un inconfundible llamado a atentar contra la vida del candidato puntero, Andrés Manuel López Obrador, escrito por alguien más, al que Alemán añadió, de su autoría, un “Les hablan…”.

No creo, de ninguna manera, que Ricardo Alemán pretendiera provocar un magnicidio. Si bien su rechazo —desprecio dirían algunos— por el candidato de Morena y sus seguidores es ampliamente conocido, su agresividad se ha quedado siempre en palabras, como debe de ser. Sin embargo, la reacción de una abrumadora mayoría de usuarios generalmente sensatos fue de rechazo absoluto a la expresión, a la idea de que fuera “una broma” y a la explicación que ofreció.

Las consecuencias fueron casi inmediatas: tanto Televisa como Canal Once dieron terminada su respectiva relación profesional con Alemán, no así el diario Milenio, en el que colabora. Los motivos de ambas televisoras coinciden con los puntos de vista que varios expresamos a lo largo del fin de semana, incluido el que esto escribe. Con la violencia no se juega, sobre todo en el contexto de la crispación política que vive el país y los asesinatos que se acumulan por doquier. Además de las decenas de miles de muertos que enlutan al país, tan sólo en este proceso electoral son ya más de ochenta los candidatos asesinados en lo que va del proceso electoral. Mientras escribo estas líneas me entero del más reciente caído, un aspirante a la alcaldía de Coyuca de Catalán, en Guerrero.

¿Un tuit puede incitar al asesinato? ¿Deben enfrentar las mismas consecuencias todos los que se creen graciosos o ingeniosos y alientan actos de agresión física? ¿Es lo mismo el discurso político de choque o confrontación que la incitación abierta a cometer un crimen?

Diversas voces en los medios se han volcado sobre el tema y la gran mayoría coincide en que Alemán se excedió y se mantuvo inflexible, pese a múltiples exhortos para que retirara el tuit o se retractara plenamente de su contenido. Al no hacerlo, asumió también las consecuencias.

Pero no es la suya la única voz que hace eco a un llamado a la violencia. Y no me refiero solamente a usuarios de Twitter o a los trolls que por ahí deambulan buscando ofender, provocar o intimidar. Prominentes partidarios de Andrés Manuel López Obrador lo mismo advierten de “chingadazos”, como John M. Ackerman, que de fusilamientos en el Cerro de las Campanas, como Paco Ignacio Taibo II. Es conocida la sucia estrategia de varias campañas para amedrentar a sus críticos en las redes o los medios a través de mensajes francamente amenazantes, muy personales. Yo no he sido ajeno a alguna de esas campañas, pero muchos colegas míos han enfrentado situaciones mucho peores, así que ni me quejo ni cambio mi estilo.

Pero, insisto, en un país sacudido por la violencia y por el encono y a división estamos obligados a reconocer que las palabras sí tienen consecuencias y no, no se las lleva el viento. Lo que a usted o a mi puede parecer una gracejada para otro puede ser un exhorto, y lamentablemente hay quienes, ya sea en voz alta o soterrada, expresan su deseo de que una bala pueda cambiar los rumbos políticos del país.

Ni son chistes ni son tonterías. El discurso del odio y la confrontación, las campañas de miedo, calumnias o los infundios generalizados sólo generan un clima de cada vez mayor rencor. Y permítanme decirles que no, los mexicanos que piensan distinto o tienen preferencias diferentes a la suya o la mía no son inferiores, no son despreciables, no son ni chairos ni zombies ni mafiosos ni corruptos. Son, simple y sencillamente, mexicanos con otros puntos de vista y merecen el mismo respeto, el mismo trato digno, el mismo espacio que usted, que yo, que nuestro vecino, amigo, socio, familiar, compañero.

No se puede ser demócrata apelando al recurso más autoritario y dictatorial, el de la exclusión, la discriminación o, el peor de todos, el de la violencia...

Analista político y comunicador

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