Vaya semana, apreciados lectores. Una secuencia de sacudidas para los mercados y el tipo de cambio; una marcha en contra de las consultas populares como mecanismo de decisión gubernamental, seguida por el anuncio de una nueva consulta; un aparente juego de vencidas entre un senador y el próximo gobierno de la República.

Vamos por partes:

La turbulencia financiera comenzó a raíz de, o de la mano de, la así llamada consulta acerca de la ubicación del NAIM. En algo que me sigue pareciendo enredado, el presidente electo que prometió en campaña cancelar el proyecto actual y reubicarlo (para lo cual estará plenamente facultado en cuanto tome posesión) optó por la confusa e innecesaria figura de la consulta.

No es ilegal porque nadie prohíbe que una organización civil la lleve a cabo, pero no es un mecanismo vinculante ni tampoco está regulada a menos que la realice el INE. Es innecesaria porque puede hacerlo sin necesidad de consultar y porque nadie se podría decir sorprendido de que cumpla un compromiso de campaña. Generó confusión por la manera en que se dio y porque algunos creyeron que el resultado sería otro. Los mercados reaccionaron como cada vez que se les sorprende: caída de la Bolsa y del tipo de cambio. Los pronunciamientos altisonantes de las cúpulas empresariales solo sirvieron para agravar el problema.

Dos semanas después, quienes más se oponen a la decisión aeroportuaria salieron a marchar. La autodenominada “Marcha Fifí” tuvo una modesta convocatoria y se vio salpicada por la presencia de pequeños grupos o personas identificadas con la extrema derecha, pero en redes sociales desató una auténtica guerra de elogios y descalificaciones desmedidos. Los términos usados por unos y otros le hacen flaco favor al debate de ideas en nuestro país: tan respetable una marcha como cualquier otra, y tan abierta a la crítica también. Así debería ser, pero unos se desgarraron vestimentas porque las clases medias salieron y otros porque se les criticó.

Poco tardó el presidente electo en anunciar otra consulta, ahora para uno de sus proyectos emblemáticos, el Tren Maya. De nuevo, no requiere de esa validación porque fue una bandera de campaña y porque no hay gobernador de la región interesada que se oponga, por el contrario, el proyecto suscita muchas expresiones de apoyo y hasta aplauso. Pero la nota se vuelve no el Tren Maya ni la inversión ni los empleos ni la infraestructura, sino la consulta. Tomar una buena noticia y diluirla no es la mejor idea, a menos no en materia de comunicación.

Antes de esa marcha y del anuncio de la nueva consulta, la sorpresiva declaración del líder de Morena en el Senado, Ricardo Monreal, de que buscaría acabar con los excesivos cobros de comisiones por parte de los bancos ocasionó una verdadera tormenta que obligó al equipo económico del próximo gobierno a salir a aclarar paradas. Monreal insistió y el presidente electo fue quien tuvo que salir a atajar. Independientemente de los méritos que pueda tener la propuesta y de su devastador impacto en los mercados, lo que más preocupa es la impresión que se genera de falta de coordinación tanto en las próximas acciones de gobierno como en el mucho más sencillo asunto de alinear el discurso. De nuevo, mala comunicación que solo mete ruido innecesario y hace que una idea que a muchos sonó sensata terminara en caos.

En un par de semanas entrará en funciones el nuevo gobierno encabezado por Andrés Manuel López Obrador. Tiene a su favor un amplio mandato, legitimidad democrática, mayoría en ambas cámaras y las expectativas de millones, pero para ser exitoso tendrá que transmitir también la idea de orden y disciplina hacia adentro y hacia fuera. Eso implica romper la inercia retórica de las campañas y entrar a la disciplina y orden de un gobierno que tendrá la posibilidad real de enderezar tantas cosas que están muy mal en nuestro país.

Están todavía a muy buen tiempo. Ojalá lo hagan, por bien de todos.


Analista político y comunicador.
Twitter: @gabrielguerrac
Facebook: Gabriel Guerra Castellanos

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