Nació en Apizaco, Tlaxcala, el 2 de febrero de 1952.

Alternativa, el 18 de marzo de 1979 en la Plaza México.

Toros de Campo Alegre.

Padrino: Mariano Ramos.

Testigo: Curro Leal.

Tu barro suena a plata, y en tu puño

su sonora miseria es alcancía;

y por las madrugadas del terruño,

en calles como espejos, se vacía

el santo olor de la panadería.

Suave Patria

Ramón López Velarde

Inconfundible. Con la piel curtida y el pelo entrecano, lleva la camisa amarrada y el pantalón ajustado; pañoleta al cuello, fajilla, zapatos tenis y cachucha torera. Cuando se pone un traje, hunde el tallo de un rojo clavel en la solapa y se cala un elegante sombrero de fieltro. Habla el caló gitano con gracejo natural. ¡Es ‘El Pana’, un personaje de novela!

¿Quién más que él para tirarse de espontáneo, para pedir de rodillas una oportunidad, para llegar a los tentaderos sin invitación, acompañado de una folclórica comitiva?

De origen humilde, Rodolfo Rodríguez González corrió la legua, inspirado en los maletillas de antaño y en diestros como Lorenzo Garza. Torero de fuerte raigambre popular, empezó a crearse su propia leyenda al calor de su antiguo oficio de tahonero adoptando el apodo de ‘El Pana’, que al figurar en los carteles se convirtió en sinónimo de interés y pasión a lo largo de sus doce actuaciones en la temporada de novilladas de 1978 en la Plaza México.

Recibió la alternativa el 18 de marzo de 1979. Aunque estuvo lejos de triunfar, la Plaza México se llenó al conjuro de su nombre.

Vestido siempre con ternos bordados en plata o pasamanería, El Pana ha sabido ser también un actor, un hombre-espectáculo, un gran intérprete de su personaje, un torero intensamente humano, un ilusionista en cuya figura las palabras romanticismo, torería, personalidad y bohemia recuperan su vigencia, su significado. Con valor y teatralidad, el pintoresco torero tlaxcalteca logró captar la atención de los espectadores, aburridos por la monotonía en que estaba sumida la Fiesta.

Que no se piense que su “cuento” depende únicamente de su forma de llegar a la plaza a bordo de una calandria tirada por caballos o equilibrando sobre la cabeza una bandeja de bolillos; del gigantesco puro que se fuma en la plaza o su larga y trenzada coleta natural: ‘El Pana’ torea. Hubiera sido imposible mantener tantas tardes el edificio del triunfo sin cimientos. Recuerdo muchas faenas de contenido barroco e intensa emoción en las que toreó con sentimiento y profundidad, destacándose por su encomiable proclividad a realizar las más variadas y vistosas suertes con el capote, las banderillas y la muleta, ejecutadas todas con un sello muy personal.

Deslenguado y ladino, ingenioso y magnético, el personal Pana lesacó provecho a su indiscutible tirón popular, pero fue cerrándose puertas al imponer apodos burlescos a diversos personajes de los que dependía en cierta forma su futuro.

Pero dejemos que el excéntrico diestro hable de sí mismo, siempre en tercera persona, con gracia y a la vez con una autosuficiencia que esconde su inseguridad y que debe interpretarse como una manera de defenderse de las humillaciones que ha recibido: “El Pana es la reminiscencia de los torerillos románticos que andaban pidiendo aventón por todas las carreteras de la república. De los que caían de noche como paracaidistas en las ganaderías y se quedaban en los potreros a esperar la tienta del otro día. De los que se brincaban a torear cuando no los dejabanEl Pana tiene un toreo impredecible, hasta cierto punto enigmático, porque nunca sabe lo que va a hacer. Nadie sabe qué ideas van en su “cacahuata” antes de llegar a la plaza porque como es un torero que sabe improvisar, que ha querido ser diferente, nunca lleva una faena hecha. El Pana no torea con nadie, todos torean con El Pana, que es la figura”.

Por ser el toreo la interpretación de un arte según el sentir de cada quien, tiene lógica la existencia de heterodoxos, personajes extraordinarios cuyas claves abordó José Alameda en uno de sus lúcidos y reveladores ensayos. Son diestros que refrescan el ambiente, encendiendo alarmas que obligan a una revisión a fondo de la desgastada maquinaria del espectáculo.

‘El Pana’, un lidiador distinto a los demás, gozó de una enorme popularidad y dejó marcados para siempre a un puñado de románticos aficionados. Chapado a la antigua, controvertido y desigual, limitado técnicamente, pero sobrado de expresión y personalidad, el pintoresco Pana llegaba a la corrida en calesa, fumándose un puro, y hacía el paseíllo arrastrando las zapatillas por la arena. Cuando lograba acomodarse, toreaba con mucho sentimiento y un sabor especial. Colorista, en el aire de Luis Procuna –uno de los heterodoxos de Alameda-, el tlaxcalteca rescató suertes condenadas al olvido y cautivó con su estilo barroco, recamado de pinturería.

Carentes de una visión clara del espectáculo, aparentemente peleados con su dinero, en lugar de programarlo con ganado “a modo” para que pudiera lucir su imaginativo toreo de capote y de muleta, los empresarios de los años ochenta, empezando por Alfonso Gaona, cayeron en el contrasentido de echarle corridas duras que lógicamente lo desbordaban, con la malsana intención de arrancarle la cabeza.

Así pasaron los años, agregando nuevas historias a su caudal de anécdotas socarronas, pero toreando apenas dos o tres corridas al año. Presa de una irregularidad crónica, el desprecio lo deprimió y lo llevó a la perdición alcohólica hasta que en 1995, tras pedirle de rodillas una nueva oportunidad al empresario Rafael Herrerías, reapareció para tumbarle una oreja a ‘Chocolatero’ de El Sauz, al que le dio un trincherazo catártico. A los pocos días, con una absurda invasión del ruedo para defender una causa que no le incumbía, nuevamente se echó la soga al cuello y cuando al fin volvió a la plaza de sus triunfos el 16 de abril de 2001, me escribió esta insólita carta para hacerme una petición:

Heriberto Murrieta

Presente

Querido hermano:

Ahora que se me presenta la anhelada oportunidad que tú me has conseguido de reaparecer en la Monumental de Insurgentes, después de tanto sufrimiento por el que tú sabes que he pasado, y debido a que ahora se está legislando sobre la donación voluntaria de órganos, quiero poner mi granito de arena y ser de los primeros en dar ese paso tan trascendental.

Debido a que estoy desesperado y harto de tanta mediocridad, habré de salir el próximo domingo a darlo todo. Si un toro me mata, quiero pedirte que obsequies todos mis órganos a mis hermanos mexicanos que los necesiten, que lo mucho o poco que quede de mi menda sea cremado y que mis cenizas sean esparcidas por todas las ganaderías tlaxcaltecas donde pastan las vacas bravas.

6Sin más por el momento se despide tu hermano que mucho te agradece tus molestias y tu apoyo, no sin antes mandarte un fuerte abrazo.

Rodolfo Rodríguez El Pana

Matador de toros

Aunque este cronista nunca ha puesto ni quitado a ningún torero de ningún cartel, puede ser que las constantes evocaciones del personaje idolatrado desde la niñez hayan servido para que la empresa lo sacara del ostracismo y lo programara en el citado cartel. A la dichosa corrida llegó ‘El Pana’ a pie, acompañado por una pintoresca caravana de aficionados, curiosos y borrachines que se contoneaban bajo las notas de una charanga no menos típica. Aquella tarde no lo mató ningún toro, pero Rodolfo conservaba una fijación: “No es chorizo ni nada de eso. En tardes de mucho compromiso he visto las características del animal que en un futuro no muy lejano tendrá que arreglarle su asunto al ‘Pana’. En verdad te digo que quisiera morir en las astas de un toro”.

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