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La situación del centenario Cuartel de la Montaña, que en 2013 el presidente de Venezuela Nicolás Maduro mandó acondicionar como mausoleo y museo a la memoria de Hugo Chávez, dista mucho de lo que viven los otros museos del Estado, que alguna vez fueron motivo de orgullo y que figuraron entre los más importantes centros culturales de América Latina.

“Desde el 99, comenzaron a morir los museos. Hoy están muertos. No existen. No tienen actividades importantes y tampoco actividades no importantes”, dice la doctora Bélgica Rodríguez, crítica de arte, investigadora y exdirectora de la Galería de Arte Nacional.

La situación en que se encuentran la propia galería, el Museo de Arte Contemporáneo Sofía Ímber y el Complejo Cultural Teresa Carreño (el segundo más grande de América del Sur); la suspensión del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos en junio pasado; el cambio de rumbo en las célebres Monte Ávila —que editaba, por ejemplo, los clásicos de la literatura universal— y Biblioteca de Ayacucho, y la expulsión del Ateneo de Caracas de su sede, son casos evidentes sobre cómo operan los espacios culturales, los artistas, los escritores y editores.

La crisis social, económica y política ha minado o desaparecido grandes programas de cultura del Estado; ha dejado en la orfandad a festivales, concursos, premios, museos regionales, revistas, programas culturales, bibliotecas y librerías; ha orillado iniciativas privadas: en artes o en letras, dicen entrevistados, ser crítico del régimen implica que la obra no exista. Ha pasado, por otra parte, que se han fortalecido iniciativas independientes.

“Ya basta de desatender el justo clamor de un pueblo sofocado por una intolerable crisis”, escribió el director Gustavo Dudamel, director de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar, que ha es uno de los programas que ha recibido un gran apoyo del Estado.

“El ignorante promueve la ignorancia, sin darse cuenta de que está provocando el aislamiento y la destrucción de su propio país y que al final, conllevará irremediablemente a su propia destrucción. Digo esto como artista, ya que el arte no tiene ideología”, manifestó en una carta a los jóvenes de Venezuela, el artista de 94 años Carlos Cruz-Díez, uno de los mayores creadores en la historia de ese país.

Vía telefónica o por correo electrónico, varios protagonistas de la cultura en Venezuela contaron a EL UNIVERSAL cómo hacen su trabajo:

Dónde está el arte.
Solía visitar museos, pero ya no lo hago, me da miedo: no hay luz, no hay vigilancia; encontré goteras en el Sofía Ímber. El Teresa Carreño era nuestro orgullo, tenía un telón de boca de Jesús Rafael Soto que desapareció; hoy es un centro que sirve para que Maduro condecore a militares y premie a médicos con dos años de estudio. Es una tragedia la del campo cultural”, dice Bélgica Rodríguez.

Hace cuatro meses, galerías como Ascaso y Freites ofrecen exposiciones, pero a puerta cerrada. La galería privada, en muchos sentidos ha suplido el trabajo del museo público. Sin embargo, pasa que, por ejemplo, a las seis de la tarde, todos deben dejar los espacios, por razones de seguridad. “Caracas es una ciudad de peligrosidad extrema; estamos secuestrados. Hay una delincuencia extrema patrocinada por el Estado”, comenta Bélgica Rodríguez.

La crítica de arte cita el caso de la Galería Nacional donde en su museografía lo arqueológico se presenta como el arte “verdadero de Venezuela” y el colonial es definido como “arte del usurpador”. “Antes de 1999, nuestros museos tenían catálogos y exposiciones que eran la envidia de América Latina; teníamos al mes dos o tres exposiciones de arte universal. Aquí se formaron las mejores colecciones. Si algo identificaba al arte y la actividad cultural en Venezuela es que nunca fuimos chauvinistas, pero hoy en los Museos de Venezuela no pasa nada”.

Las revolución inventada.
Jorge Gómez Jiménez, editor de Letralia aclara, de entrada, que el sector cultural “oficial” es prácticamente el único que recibe aportes económicos importantes. “Con los años, el gobierno ha ido acentuando su tendencia a exigir una lealtad acrítica a quienes reciben sus aportes. Mantenernos en una esfera marginal nos evita la molestia de recibir la llamada de un burócrata para exigirnos la publicación de contenidos acordes con la ideología oficial”.

Para el escritor Alberto Barrera Tyszka, el problema central viene de la idea de que Venezuela vivía una revolución. Explica que, guiado por esa fantasía, el chavismo le quitó cualquier tipo de independencia al Estado y eso, cuando el Estado es el mayor poder económico, “influye mucho, sobre todo en el terreno cultural”. Lo que pasó entonces, abunda, es que “se fue sustituyendo la noción de diversidad, que tiene toda expresión artística, por la noción de fidelidad al poder que tiene toda supuesta revolución. Si eres crítico al gobierno, no solo no recibirás ningún tipo de beneficio del Estado sino que, además, oficialmente, tu obra será ignorada. Esa fue la línea que, a partir de la llegada del chavismo, comenzó a imponerse en Venezuela”.

Cómo hacer libros.
El editor Sergio Dahbar sostiene que “el experimento ideológico, político y económico que surgió hace 18 años nos ha ido llevando a la censura y a la imposibilidad de tener productos culturales que nos confronten con otras formas de pensar”.

Con su editorial, Dahbar publica títulos sobre temas de corrupción, periodismo y política que son críticos del régimen, sin embargo un problema es que no hay materiales para hacer libros y periódicos: “No hay libertad y no hay fuentes; y no hay insumos con los que se trabaja: papel, tinta, planchas”.

Describe que pocos pueden pedir libros por Internet pues se requiere una cuenta en dólares en el extranjero para hacerlo, y que editoriales extranjeras están limitadas para distribuir sus libros porque “no puedes sacar divisas de Venezuela, está prohibido. Y nadie va a venir acá a hacer negocio si no puede sacar el dinero”.

Dahbar cuenta que otro de los espacios que más ha perdido nivel es el Festival de Teatro de Caracas: “Hoy no funciona, lo que hay es un intento, es un festival muy precario”.

El escritor y editor Héctor Torres describe lo que es publicar en Caracas hoy: “La venta de libros ha caído enormemente. Si Caracas muerde, un libro mío editado en 2012, vendió durante su semana de arranque cerca de 200 ejemplares, La vida feroz, editado a finales de 2016, habrá vendido eso desde entonces. El costo actual de un libro en Venezuela es, en promedio, entre 5 y 6 dólares, que al cambio corresponden a unos 45 mil bolívares, lo que corresponde al salario quincenal base de un empleado. A esos precios, y con una inflación indetenible, todo rubro compite con la comida. Y pierde, por supuesto. La industria editorial se encuentra, de hecho, pasando por uno de sus peores momentos en muchos años”.

Kira Kariakin, promotora cultural y organizadora del Jamming Poético de Caracas, dice que en Venezuela algunas instituciones siguen tratando de sobrevivir y otras agrupaciones surgieron alineadas ideológicamente, con autores censados en directorios. Uno de estos, comenta, es el de la Red Nacional de Escritores Socialistas de Venezuela que, en todo caso, “no encuentro que tengan gran peso dentro de la escena general”.

Para ella, la ausencia de subsidios ha provocado cambios que tienen mucho de positivo: “Que surgieran grupos nuevos autónomos, que las librerías tomaran un rol más activo como centros culturales, que el teatro independiente buscara espacios alternativos, la edición otras modalidades, especialmente la digital, las galerías fungieran de museos. como Ascaso y Freites, con muestras, curadurías y catálogos excepcionales. Los municipios reforzaron sus agendas y espacios culturales, generando una oferta rica, libre de pesadumbres ideológicas. Alternativas a las ferias de libro del Estado y festivales de lectura, han surgido el Festival de Lectura de Altamira, La Feria Internacional del Libro de Carabobo y la Feria Internacional del Libro del Caribe”. Destaca, finalmente que la poesía encontró una revitalización a través de talleres dictados por grandes maestros así como por recitales y eventos cada semana en todo el país.

Para el escritor venezolano Alberto Barrera, quien trabaja desde México, al panorama de crisis social y política hay que agregar el de la crisis económica. “Esa es fundamental en términos de la acción y de la oferta cultural. Venezuela vive la peor crisis económica de su historia. Tenemos una inflación de 700% Al ciudadano común, la plata no le alcanza para comprar comida o medicinas. En un contexto así, la cultura no es una prioridad... Y, aun así, sigue existiendo, como espacios de resistencia. Hay editoriales alternativas que publican libros, que organizan eventos de discusión. Hay grupos de teatro que ofrecen funciones gratis. Y sigue habiendo una oferta cultural que se adecúa a las condiciones. En el panorama oficial todo es más difícil. El estado descomunal y petrolero se ha quedado sin dinero y esto, obviamente, quien lo resiente primero es el sector cultural”.

Sobre cómo la creación se mantiene, Héctor Torres dice: “A pesar de las dificultades y del alto costo de la vida, cada vez que convoco un taller, la participación es alta. Hay una enorme necesidad de encuentro, de entrar en contacto con otra forma de la realidad. El ser humano siempre busca sobrevivir al horror, y responde a él con ese magnífico recurso del que dispone, que es la capacidad de crear lo posible”.

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