La ronda inicial de debates Demócratas en Miami el 26 y 27 de junio (dado el elevado número de precandidatos se dividió en dos bloques, cada uno con diez) marca el arranque de facto en la lucha por la eventual nominación de ese partido, en lo que será una cruenta, crítica y larga primaria que oficialmente no iniciará sino hasta el 3 de febrero con el caucus de Iowa. Los siguientes debates se celebrarán en Detroit julio 30 y 31 (con los mismos criterios de elegibilidad del primero, a decir, alcanzar el 1% de apoyo en más de tres encuestas nacionales y contar con un mínimo de 65 mil donadores) y el 12 y 13 de septiembre (en una ciudad por definirse aún y con el doble de esos raseros, con objeto de ir podando el número de contendientes a la nominación). Esta es de hecho la primera contienda Demócrata desde 1952 que podría irse hasta la convención nacional del partido en julio de 2020 para definir la candidatura presidencial.

A botepronto, los debates pusieron de manifiesto varias cosas significativas. Primero, que no hay nada escrito: dos mujeres, las senadores Kamala Harris (en virtud de su desempeño en el debate) y Elizabeth Warren (a raíz de la andanada de propuestas de calado -con las que se podrá estar o no de acuerdo- de política pública que ha venido formulando) han mostrado que esta contienda ya no es sólo acerca de y entre los favoritos, Joe Biden y Bernie Sanders. Segundo, que a pesar de este importante repunte para ambas, ninguna de las dos está todavía en posibilidades de dominar la refriega. El ex vicepresidente y el senador por Vermont conservan ventajas considerables, especialmente el respaldo que disfrutan entre votantes de clase trabajadora y las importantes reservas financieras de campaña que han acumulado. Biden sigue siendo el principal favorito en las encuestas (incluidas las parejeras con Trump), y es improbable que tanto él como Sanders -a pesar de sus nada desdeñables flancos débiles- vean su apoyo simplemente evaporarse en los próximos meses. Tercero, que otros precandidatos como Julián Castro, Corey Booker y Pete Buttigieg tienen margen para incidir de manera importante en la narrativa que tendrá que ir forjando el Partido Demócrata en paralelo a la precampaña. Y cuarto, que la distorsión que están generando la atención mediática vía redes sociales y el flujo de dinero tempranero a las precampañas están premiando una contienda escorada a la izquierda.

A raíz de lo ocurrido en esa primera ronda de debates así como en las dinámicas políticas -tanto al interior del partido como las que previsiblemente se darán entre ahora y el resto de los debates de 2019 y el arranque de la primaria cara a la nominación- hay cinco apuntes que considero relevantes para entender lo que se les viene encima a los Demócratas.

1) Mario Cuomo, el ex gobernador de Nueva York, alguna vez apuntó que se hacía campaña en poesía pero se gobernaba en prosa. Hoy, los Demócratas tienen la mejor partitura pero aún no encuentran la letra, en poesía o prosa, para una narrativa ganadora y que atraiga a la mayoría, sobre todo de tres estados claves -Michigan, Pennsylvania y Wisconsin- frente a Trump.

2) Aunque ganen la contienda presidencial (los mercados de apuestas dan hoy a Trump un 49% de posibilidades de reelegirse), los Demócratas no podrán instrumentar ninguna de las propuestas públicas que están articulando en la precampaña si en 2020, además de la Oficina Oval, no obtienen la mayoría en el Senado. Si bien para ello tendrían que ganar 3 (si obtienen la presidencia) o 4 (si se reelige Trump, en virtud de que el vicepresidente desempata cualquier votación) escaños netos de los 34 escaños en contienda para esa cámara, muchos de los 22 escaños que estará defendiendo el GOP son escaños seguros y los Demócratas podrían perder un par en estados más conservadores (en este momento los mercados de apuestas le dan 31% de posibilidades a los Demócratas de obtener la mayoría en el Senado). Por ello, algunos de los precandidatos Demócratas con sondeos que apenas rebasan el 1%, como Beto O’Rourke de Texas o el gobernador de Montana, Steve Bullock, podrían servir mejor a su partido abandonando la primaria y en su lugar compitiendo por los escaños en el Senado de esos dos estados.

3) Con tanto precandidato -muchos de ellos ocupando los mismos carriles ideológicos y de perfil y canibalizando a los mismos donantes y sectores del partido- el peligro es que para la convención en Milwaukee, la primaria Demócrata haya acabado asemejándose a la proverbial cubeta de cangrejos o peor aún, se haya erigido en pelotón de fusilamiento en círculo.

4) Si bien es evidente la profunda falla tectónica al interior del partido entre moderados/centristas y progresistas, éstos harían bien en recordar que el grueso de los votantes Demócratas -y sobre todo los que tienen que recuperar- no son los que están activos o son estridentes en redes sociales. Fueron candidatos moderados y/o de centro en distritos y estados menos progresistas los que propiciaron el tsunami azul en las elecciones intermedias de 2018, dándole al partido el control de la Cámara de Representantes. Candidatos en estados y distritos muy progresistas son los que se pueden dar el lujo de articular visiones como las del llamado “Green New Deal” en materia ambiental de Alejandra Ocasio Cortez, pero esas políticas públicas en distritos de Pennsylvania, Wisconsin o Michigan difícilmente serán las que les darán la victoria en 2020. Escuchando solamente a las voces en Twitter no es la manera de ganar.

5) Ambas facciones, moderados y progresistas, coinciden a grandes rasgos en los tres problemas seminales del país cara al 2020: el fracaso del modelo económico y social de fines del siglo 20 en proveer bienestar y prosperidad a la mayoría y no solo al 1% de la población; la dislocación social y las políticas extremas de identidad; y la crisis que enfrentan la democracia y las instituciones ante la embestida de Trump. Pero ambas facciones cometerían un grave error en pensar que Trump es una aberración y no un síntoma de peligros más profundos al contrato social estadounidense.

El gran reto para los Demócratas será definir en qué consisten las soluciones y políticas liberales del siglo 21, y cómo demostrar que Trump es la antítesis de esos valores.

La batalla que se viene ya no es entre Demócratas o entre quien se alce con la nominación y Trump y su GOP. Es entre la realidad y la ficción. Y la ficción podría ganar, a menos que los Demócratas -precandidatos, militantes y simpatizantes- sean muy metódicos, muy serios y muy inteligentes a partir de este momento, y utilicen un criterio muy simple para escoger quién abandera al partido: la persona con las mayores posibilidades de derrotar a Trump.

Consultor internacional

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