Ciudad de México.— Hoy 89 millones de mexicanos saldremos a votar por el próximo presidente y otras posiciones federales y locales. Es un día de fiesta cívica que espero transcurra en paz y civilidad. Los resultados de una elección limpia tendrán que ser respetados por los participantes y los mexicanos debemos pasar la página, independientemente de que nuestros candidatos resulten triunfantes. El 2 de julio debemos ser un México unido por un mejor futuro.

La agria competencia electoral deja una polarización sin precedente que será misión de los gobiernos electos sanar. Si las tendencias son conducentes con el resultado, muchos de los triunfadores deben entender que recibieron la oportunidad de un electorado hastiado del manejo de siempre, impuesto por los de siempre. Los vencedores, por lo tanto, iniciarán la reconciliación que lleve a nuestra nación por una ruta que permita sortear los múltiples retos que enfrentamos.

En el pasado celebré la civilidad con la que se conducían los procesos electorales estadounidenses y cómo al día siguiente de la elección se terminaban las pugnas y se volvía al trabajo. Pero con el arribo de Donald Trump y su retórica de odio, esa nación ya no es más. Mi patria, México, tiene ahora la oportunidad de dar una lección de civilidad al mundo. Un paso de estafeta que refleje lo que deseamos, comenzando por la urgencia de imponer el Estado de Derecho y un desarrollo incluyente.

Sé que tenemos inmensos retos internos y un clima adverso con el imbécil que gobierna al vecino del norte. Pero este país y la resiliencia de nuestra gente no conoce límites. Esta nación es la nueva tierra de oportunidades; pensémoslo, creámoslo y actuemos así. En cuanto a los activos, México siempre cuenta con sus hijos que vivimos fuera del territorio nacional, que, con el corazón y muchísimos dólares, apuntalamos la patria.

En 2018 se espera que las remesas enviadas desde Estados Unidos alcancen la cifra récord de 30 mil millones de dólares. El dinamismo laboral inducido por la reforma fiscal estadounidense ofrece un espasmo de prosperidad insostenible en el largo plazo que, sin embargo, beneficia temporalmente las finanzas y los envíos de quienes estamos allá. Si el nuevo gobierno tiene visión, puede construir mecanismos que haga de la diáspora ambas cosas: un socio del desarrollo y un beneficiario de sus frutos. Quienes estamos fuera estamos listos para colaborar bajo condiciones claras y convenientes.

La nueva administración debe desarrollar una alianza política, sí, con las comunidades mexicanas en Estados Unidos, pero sobre todo con el liderazgo latino estadounidense. Es vital construir un bloque que, así como hacen los judíos con Israel, garantice el respeto de México y sus nacionales dentro y fuera de sus fronteras. Una coalición no sólo basada en buena voluntad, sino en medidas pragmáticas que defiendan el buen negocio de la integración de América del Norte (más de 1.1 billones de dólares anuales en comercio y cientos de miles de millones en inversión directa).

Las minorías estamos bajo el ataque constante de la administración Trump en Estados Unidos, tal y como lo ha estado México. Esta adversidad presenta, al mismo tiempo, una oportunidad para motivar y concretar una alianza exitosa por nuestra defensa, progreso y acceso a oportunidades en América del Norte, y desde aquí para el mundo.

Hoy votaré como cualquier ciudadano mexicano en mi patria, pero el 2 de julio será un nuevo día con otras oportunidades. Sepan todos aquí, en nuestro México, que quienes vivimos en el exterior los tenemos siempre presentes y que con esfuerzo y gusto colaboramos con el desarrollo nacional. No hay dos tipos de mexicanos, somos uno solo que amamos a la misma nación. Hoy a votar y mañana a trabajar por el país que todos queremos.

Periodista

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