Hasta hace poco, el exluchador solía subirse a un cuadrilátero para revivir las batallas que marcaron su vida, su cuerpo y su pensamiento. En unos meses cumplirá 70 años, y aunque lo deseara, no puede alejarse de las arenas, su hábitat por más de cuatro décadas en un medio sobre el que tiene derecho a hablar.

“A los luchadores de ahora no les tocaron los aficionados que eran tremendos contra los rudos. Ahora veo que le ponen su esfuerzo para agradar, pero creo que les falta corazón para hacer bien su trabajo como luchadores arriba del ring, no veo a alguien que se entregue bonito”, lamenta quien en unos días, el 17 de septiembre, será homenajeado en la Arena México. “Para ser un buen rudo, debes haber reprobado por lo menos un año de primaria, ser malora, ser inquieto, yo de chiquito fui inquieto y malora de chaval, reprobé un año de primaria, debes ser así para ser un buen rudo”, advierte un poco en serio, otro tanto en broma.

Su experiencia le dice que no es fácil ser luchador. “Depende de muchas cosas, tienes que meterte al 100 por ciento a la lucha libre. He visto compañeros que se quedaron en el camino. También les sugiero que entrenen con un maestro capacitado, tener cuidado en lo que hacen, si traen un ángel o una buena estrella, es posible que lleguen. Que ahorren dinero y se preparen en una carrera, que no vivan esperanzados en la lucha libre”.

Su sueño, acepta, era ser un personaje enmascarado, lamentó perder la máscara, “pero agarré popularidad. En ese tiempo perder era quedar en el olvido”.

Así que volver al recinto donde logró rapar al Perro Aguayo, con su capucha en la mano, lo enorgullece. “Es la catedral de la lucha libre. Ahí depende del público si te hace estrella, a mí me hizo un monstruo sagrado la afición. Espero que se cumpla el 17 y estar en este gran festejo”.

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