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La psiconeuroinmunoendocrinología, una rama de la ciencia que estudia cómo las emociones, el sistema nervioso y las hormonas se interrelacionan con nuestro bienestar, nos brinda información clave sobre los hábitos alimenticios y entre ellos, el desayuno juega un papel fundamental.
Según Lourdes Ramón, experta en esta disciplina, el mejor momento para desayunar es aproximadamente una hora y media después del amanecer. Esta recomendación se basa en la sincronización de nuestro cuerpo con los ciclos circadianos, que siguen el ritmo natural de luz y oscuridad del día.
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¿Por qué esperar para desayunar?
Al despertarnos, la luz del sol activa una serie de procesos hormonales en nuestro cuerpo, comenzando con una reducción en la producción de melatonina, la hormona del sueño y un incremento en los niveles de cortisol, la hormona del estrés, que nos ayuda a mantenernos alerta y activos. Según Lourdes Ramón, nuestro organismo está diseñado para no necesitar una ingesta inmediata de tras levantarnos, ya que el cortisol moviliza nuestras reservas energéticas para enfrentar las primeras horas del día.
Es por esto que muchas personas no sienten hambre inmediatamente al despertarse y desayunar un poco más tarde permite al cuerpo adaptarse mejor al nuevo ciclo diurno, maximizando la absorción de nutrientes y alineando los procesos biológicos de manera más efectiva.
Respetar el ciclo natural de luz y oscuridad no solo afecta nuestro nivel de energía, sino también nuestro bienestar emocional. La luz del amanecer estimula la producción de serotonina, un neurotransmisor asociado al bienestar y la felicidad, lo que mejora nuestro estado de ánimo.
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Al sincronizar nuestra primera comida con este ciclo, podemos aprovechar al máximo los beneficios hormonales que nos ofrece la mañana. Así es, cómo esté hábito puede ser la clave para un bienestar integral y una vida más consciente y equilibrada.
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