Washington.— Si el próximo mes de mayo se confirma el cara a cara entre el presidente estadounidense, Donald Trump, y su par norcoreano, Kim Jong-un, será el “evento más sorprendente y predecible que uno pudiera imaginar en el drama actual sobre el programa nuclear norcoreano”. Así lo señala a EL UNIVERSAL Scott Snyder, director del programa de política Estados Unidos-Corea del Council on Foreign Relations.

Sorprendente, explica, por ser un anuncio inesperado en el contexto internacional actual; predecible, porque Trump “telegrafió su deseo de reunirse con Kim” cuando todavía era candidato y porque el líder norcoreano puede recoger frutos de una hipotética reunión. Para Snyder, una de las claves será ver si Trump es capaz de controlar la amenaza nuclear y de misiles de Corea del Norte, y hacerlo con las maniobras necesarias para evitar que Kim se anote triunfos sin entregar nada a cambio.

¿Podrá Trump conseguir el nivel de acuerdo y verificación de desnuclearización necesario para derribar el régimen actual sin verse inmerso en un proceso de negociación intenso que dependería de la capacidad de su diezmado e inexperto equipo diplomático?

En opinión de Snyder, el presidente de Estados Unidos tiene poco que perder, y en parte es gracias a su estrategia deslenguada y agresiva.

Espacio político. Las amenazas de aniquilar Corea del Norte y los desafíos con un ataque preventivo habrían allanado el terreno para generar un “espacio político” en el que, “incluso con un mal acuerdo”, Trump conseguiría algo “mejor que un conflicto apocalíptico” al que parecía lanzarse el mundo.

La otra gran clave, o más bien incógnita, es por qué Kim ofreció el encuentro. El experto señala que hay un “gran rango” de razones, que van “de la desesperación hasta una sorprendente intuición estratégica. Combina una alta propensión a tomar un riesgo personal con el fuerte deseo de gestionar activamente incertidumbres generadas por los crecientes riesgos de supervivencia del régimen”, apunta el analista. Para la familia Kim, dinastía que dictatorialmente lleva al frente de Corea del Norte desde principios de la década de los 70, lo más importante para afianzar su régimen sería la “afirmación exterior”, algo que sólo podría llegar con la mejora de la relación con Washington.

Ser considerado como un igual por la Casa Blanca, con la “normalización y aceptación” de sus contactos, legitimaría su dictadura: afianzando esa posición entre la comunidad global, podría abandonar su programa nuclear como “garantía de supervivencia”.

“En esencia, la familia Kim siempre ha querido que Washington atribuya a Pyongyang el mismo peso estratégico que [el presidente de EU Richard] Nixon dio a Beijing cuando usó la carta de China para contrarrestar la amenaza soviética”, señala Snyder. Dominando desde el principio las riendas de la cumbre presidencial, Kim se asegura que la comunidad internacional le dé legitimidad “sin tener que hacer frente al historial atroz de derechos humanos”.

Además, el gesto de Kim, en parte apresurado y sorprendente, “huele a desesperación” y a forma “astuta” de esconder que la presión económica internacional y el aislamiento político por culpa de las sanciones además de un potencial conflicto militar que “daría jaque mate al régimen” preocupa, y mucho, al líder norcoreano. Así, su intención con la cumbre es tener las mejores expectativas para que la presión de las sanciones desaparezca mientras mantiene un espacio maniobrable para mantener su posición de disuasión nuclear.

Todas las miradas estarán puestas en Trump. De confirmarse el encuentro, todos los protocolos de diálogo entre naciones saltarán por los aires: normalmente un presidente llega a una reunión en la fase final de una negociación para “cerrar” el acuerdo. La heterodoxia de Trump y su ideario de hacer política como nunca antes le permiten saltarse los cánones habituales.

Trump parece que está dispuesto a sacrificar el estatus mundial y legítimo que otorgará a la dinastía Kim para facilitar un acercamiento entre naciones. Los riesgos son enormes, principalmente por la inexperiencia del mandatario y su equipo en relaciones internacionales, y más en un entorno tan volátil y sensible como el coreano. Para Snyder, una opción para evitarlo sería mantener “la participación activa de Corea del Sur” en la negociación, e incluso pedir formar parte de la reunión intercoreana prevista para finales de abril como primer paso y acercamiento. “El involucramiento de Corea del Sur junto a EU podría ayudar a las deficiencias en dotación de personal [estadounidense]”, apunta Snyder.

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