Madrid.— La festividad del Día de Muertos llega este año con una importante sobrecarga emocional, porque las familias que perdieron a sus seres queridos durante la pandemia no pudieron despedirse de ellos ni enterrarlos como era debido, lo que genera experiencias particularmente dolorosas, que muchos de los deudos no han logrado superar.

“Si no se elabora el duelo, cuando hay fechas sensibles como la conmemoración de difuntos, cumpleaños o aniversarios del fallecimiento, las emociones se agudizan y pueden conducir a la angustia, a un estado anímico bajo o a una pena desesperante”, señala a EL UNIVERSAL Valeria Moriconi, sicóloga especializada en pérdidas.

En tiempos de coronavirus, la ausencia de la despedida, así como el hecho de dejar asuntos pendientes y no poder realizar los rituales, provocan que la pérdida de alguien cercano se sienta de forma más aguda, dificultando su elaboración emocional.

Es necesario trabajar el duelo, cumplir con el ritual de la despedida aunque sea de forma diferente, simbólica, íntima, porque se deben cerrar situaciones pasadas, conflictos no resueltos o declaraciones de admiración al difunto que no se han podido realizar por la ruptura abrupta de la relación, advierte la experta.

“La falta de despedida hace que se puedan ir enquistando emociones y sentimientos relativos al duelo y que a medio o largo plazo se traduzcan en una dificultad relacional o en un estado de ánimo más bajo, con ansiedad o imágenes intrusivas recurrentes y también aislamiento social o trastornos del sueño. El hecho de no poder metabolizar las emociones relativas a la pérdida hacen que todo eso se vaya estancando y que dificulte el día a día”, indica la sicóloga.

Un duelo que se ha quedado fuera de la conciencia, sin elaborar, puede acompañar a la persona afectada durante años, incluso toda la vida, según la terapeuta que subraya que estos problemas afectan por igual a niños y adultos, sean hombres o mujeres.

“El duelo no es una condición patológica en sí, sino una condición normal de la existencia de cada uno. Nos encontramos frente a la elaboración del duelo cada vez que encaramos una pérdida y la pérdida no siempre significa muerte, porque debido a la pandemia por ejemplo hemos perdido libertad de movimiento, control y muchas veces posibilidades económicas.

“Estás pérdidas, cuando se suman a la pérdida de alguien cercano, hacen que esa balanza de dolor y angustia sea más difícil de afrontar”, resalta.

Los rituales sirven para homenajear al difunto, empezar a tomar conciencia de la realidad de la pérdida y construir una nueva relación con el finado, recuperar en definitiva la vinculación perdida con el que se ha ido, como ciertos aspectos identitarios, aclara la especialista.

“Ahora no hay posibilidad de hacer el ritual como acostumbrábamos, porque no podemos ir a los hospitales ni a los sepelios.

“Pero sí que podemos hacer rituales simbólicos, para que estos sean un puente hasta la posibilidad de celebrar un ritual más tradicional. Por ejemplo, escribir una carta de despedida o hacer una reunión virtual con las personas queridas, donde se puedan compartir anécdotas y características de la relación con el fallecido”, concluye la sicóloga.

Xavier perdió a su padre el pasado mes de marzo, en plena pandemia. Sus familiares no pudieron darle el último adiós, aislado como estaba en una habitación de hospital en el momento de su muerte. Tampoco tuvieron la oportunidad de enterrarlo. Transcurridos varios meses, el ritual se redujo a la entrega a la familia de una urna con las cenizas del finado.

“Si el hecho de que fallezca un familiar directo como es un padre ya resulta de por sí doloroso, perderlo en un entorno de pandemia se convierte en algo muy difícil de sobrellevar”, relata Xavier.

“A mi padre se lo llevó una ambulancia al hospital y ya no lo volví a ver, murió solo, sin compañía de ningún miembro de la familia, no hubo ningún tipo de ceremonia ni entierro. Lo incineraron y sólo meses después pudimos ir a recoger sus cenizas. Una experiencia terrible que no le deseo a nadie y que aún está pendiente de compensar”, agrega.

A pesar de que tenía 90 años y había gozado de una buena vida, el vacío interior y la impotencia ante lo sucedido resultan difíciles de aceptar, sobre todo porque no existe un responsable directo, sino un cúmulo de malas acciones de las que en mayor o menor medida todos somos responsables, lamenta el hijo.

“Mi padre cuando era un niño sufrió una sangrienta guerra civil; y en su vejez, murió aislado y solo a consecuencia de una pandemia. Se cierra el círculo. Descanse en paz”, concluye Xavier.

Los cementerios españoles, como en otras partes del mundo, restringirán las visitas en el día más concurrido del año, lo que impedirá a muchos familiares realizar las tradicionales ofrendas a sus difuntos y reforzará de algún modo la frustración que los acompaña desde que perdieron a sus allegados, sin poder compartir con ellos sus últimos minutos de vida.

El gobierno autónomo del país vasco ha puesto en marcha terapias gratuitas para ayudar a los familiares a superar la pérdida de sus seres queridos durante la pandemia, por lo que ya ha atendido a más de 300 personas.

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