La primera imagen es la que cuenta.
con su “uniforme de campo, gris”, me dice uno de esos guardias que, desde hoy, 13 de enero, fecha histórica, han llegado al Metro , y mientras responde, mira a lontananza; a unos cuantos pasos, diez a lo mucho, otro más otea silencioso la llegada de un tren, aun de color naranja pero sospecho que pronto será pintado por un verde sardo. En el mismo andén, al centro, una mujer policía, de azul pintado de azul, subida en un banquito, sopla su silbato, absurdamente, como lo hacen hace años, anunciando el esperado tren.
Evoco un corrido de la revolución, cuando una pareja de jovencitos se come a besos, sin quererse despedir, “Adiós mi rielera, ya se va tu Juan”.

Confieso mi poca simpatía por los militares. Nunca suspiré por ello (ni siquiera hice el servicio militar obligatorio). En el Metro Hidalgo, en un lado, ocho guardias nacionales y tres policías; de frente, con dirección a Taxqueña, otros tantos, número mágico para ponerlos a jugar futbol en lugar de que traigan esos rostros taciturnos, ajenos a la ciudad (“soy del estado de Pachuca” (sic), me dijo uno de ellos).
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En Hidalgo hay una escalera eléctrica cerrada, y tengo que ponerme de frente para apoyar a una señora con bastón que nadie deja pasar.
Las prisas chilangas son estrambóticas.
En otras escaleras, sin elevador ni escalera eléctrica, una pareja sube dificultosamente.
En Portales, bajo el reloj siempre descompuesto, en vez de la sempiterna imagen de una pareja de enamorados que ahí se ha citado, dos guardias nacionales, también de un gris qe parece más bien verdoso, se cuchichean y una de ellas sale de prisa (sospecho que a buscar un baño o a investigar qué tan lejos quedan los huaraches del Rábano).
Mi estación del Metro de siempre es
Mientras estudiaba en la secundaria 4, veía cómo agujeraban la otra Ribera para que por ahí pasara ese Metro “tan grandote y rapidote”, como cantaba Chava Flores.
Siempre había halagado ese medio de transporte.
En aquellos años, limpio, rápido, barato, fue la modernidad diazordacista la que nos lo trajo, aunque un siglo después de otros Metros del mundo.
Siento desasosiego al encontrar un paisaje gris campirano. Me recuerda esas imágenes de dictaduras, gorilatos, donde los militares pululan pordoquier. Me confieso pacifista y antimilitarista
La que se dice de izquierda, la Regenta que vino del CEU, de una generación post sesenta y ocho que si bien no vivió la represión de ese año fatídico, si la tuvo en mente, la padecimos, la rechazamos. Es muy nítida la imagen de que, después de 1968, en los desfiles militares del 16 de septiembre, hasta un par de décadas después, apenas se les aplaudía a los miembros de las fuerzas armadas
No me gusta ver uniformes militares inmersos entre los civiles. Como en 68, habría que decir que vuelva el ejército a sus cuarteles (creo que hasta algo así decía la Constitución, aunque hoy, el poder autoritario afirme: “no me digan que la ley es la ley”
El presidente juró regresarlos a los cuarteles.
Hoy los vemos por todas partes.
Una señora intenta subir las escaleras en el Metro Revolución y se ve que no puede ni con su alma.
Demasiado dinero para publicitarse, muy poco para alimentar los cementerios de vagones que no tienen refacciones. Las escaleras que no sirven.
El pasado es de ellos, lo construyó el mismo grupo, la misma mafia que hoy gobierna, es un decir, esta otrora hermosa ciudad.
Salgo en
, respiro el escaso aire puro, es un decir, de esta ciudad de los palacios convertida en ciudad de los batracios.
No quiero un soldado en cada Metro ni a cada metro.
sin interrupciones.
sin límites.