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Quién dijo que el vino de calidad solo podía venir en botellas pesadas y oscuras Esa imagen clásica –el vidrio macizo, el corcho de antaño o la cápsula de estaño–empieza a ceder terreno, y no por un capricho de diseño, sino por una revolución en nuestros hábitos de consumo, presión medioambiental o comercio globalizado.
Esta metamorfosis del vino tiene múltiples razones, y todas apuntan al futuro: reducir emisiones de carbono, llegar a un comercio más globalizado y, sobre todo, apuntar a nuevas formas de vivir y hoy en Menú te explicamos cada una de ellas.
Piensa en ello: si las líneas telefónicas dejaron de ser fijas para caber en los bolsillos, ¿por qué el vino no podría volverse ligero y conveniente? Claro que los amantes del ritual y el protocolo seguirán disfrutando de ese momento solemne con la botella tradicional, pero seamos honestos: cada vez somos más los que queremos descorchar (o, mejor dicho, abrir) un vino en la proa de un catamarán, bajo las estrellas en un campamento o, simplemente, tumbados al sol sin mayores complicaciones.
Latas, pouches, bag-in-box, y kegs, los atuendos del vino se diversifican a toda velocidad. Y no son solo "otros envases", son atuendos modernos que responden a cómo compramos, viajamos y cómo bebemos hoy. Es una bebida con 8 mil años de historia buscando nuevos mercados y ocasiones.
OTRAS FORMAS DEL VINO
- Bag-in-Box (BiB): bolsa flexible (generalmente plástica con barrera de oxígeno) con una válvula o grifo, colocada dentro de una caja de cartón.
- Tetra Pak: envase multicapa rígido y ligero de cartón, polímeros y aluminio (o barrera alternativa). Funciona como un envase aséptico.
- Pouch: bolsa resellable y flexible. Hecha de láminas multi capa con barrera a oxígeno, luz y humedad, normalmente con taparrosca o tapón.
- Keg: contenedor rígido presurizable, normalmente de acero inoxidable o de PET reforzado. El vino se dispensa con gas inerte.
- Lata: envase metálico hermético con recubrimiento interno grado alimentario. Protege al vino de luz y oxígeno. Enfría rápido y es fácil de llevar.

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MÁS ALLÁ DEL VIDRIO
La evidencia global es clara. Aunque el vidrio aún domina el mercado: 68.7% del vino se envasa así, la tendencia es aligerar para reducir emisiones en fabricación y transporte. Hoy, sobre todo en Europa, las reseñas de los críticos dilapidan ejemplares con gravidez injustificada y cadenas minoristas presionan a los productores para reducir su huella de carbono.
En fin, el mundo “conspira” para deshacerse de esos pesos innecesarios. En paralelo, el interés por formatos alternativos va al alza. El bag-in-box, por ejemplo, ha dejado atrás el estigma de vino barato para ganar credibilidad en grandes mercados. Reino Unido lidera el consumo de esta categoría, que duplicará su valor y superará los 300 millones de libras esterlinas hacia 2030.
Impulsada por Estados Unidos y Australia, la lata se consolida como vino para llevar en porciones individuales y con alto potencial de reciclaje. Y el aluminio apunta a una expansión de 5.5% también para la década del 2030. En México, ciertos proyectos se han sacudido los dogmas para sonreírle al pragmatismo.
Visionarios para unos, ordinarios para otros. Lo cierto es que en un país con un consumo per cápita de 1.5 litros, urge ensanchar la noción y el escenario del vino.
EN-LATA-DOS
La bodega queretana Vinaltura decidió enlatar una nueva línea, VYE (Vinos y Espíritus), bajo una premisa clara, la practicidad. Recurriendo a un proveedor externo, envasaron 5 mil unidades de cada estilo. Hoy, esta presentación es top seller de su tienda en línea.
“Tienes un envase más pequeño con facilidad de apertura, no necesitas sacacorchos ni copas; lo puedes tomar directo del envase. Vimos la facilidad del reciclaje, un manejo de residuos más sencillo y también menos desperdicio, porque a veces se te antoja una o dos copas nada más y no quieres toda la botella”, explica Abel Monola, director comercial de la bodega.
Fernanda Gutiérrez Zamora, cofundadora de Lataland, única distribuidora mexicana dedicada al vino en lata, ve el fenómeno desde el mercado. De acuerdo con su percepción, la categoría en México ha crecido exponencialmente y el motor, además de juventud, son momentos de consumo.
“Me atrevo a decir que la mitad de las zonas productoras de vino en México tiene algún proyecto enlatado. Hay representación, pluralidad de origen y una oferta amplia de estilos, desde vinos muy serios, técnicamente bien elaborados, hasta marcas poco atractivas para paladares más experimentados, pero que tienen un nicho entre los nuevos consumidores. En la parte de diversidad y representatividad, vamos bien”, agrega la experta.
México suma alrededor de 25 marcas enlatadas; Baja California y Querétaro (regiones vitivinícolas más representativas) encabezan la oferta, aunque con dispersión y discontinuidad productiva, lo cual representa para Lataland un gran desafío.
“Encontramos, además, una dificultad importante en la percepción del precio. No porque el vino sea caro, sino porque se compara con otras bebidas enlatadas. Al consumidor le parece caro 130 pesos por lata, pero no considera que, en equivalencia, tres latas tienen el mismo líquido que una botella por la que, sin problema, pagaría 390 pesos”, acota Fer.
Salvo Rosadito, que se ha abierto paso en una cadena de cines, o RG|MX que se coló al menú a bordo de una aerolínea, el resto de las etiquetas parecen estar lejos del alcance masivo y el paisaje cotidiano. Tiendas de conveniencia, conciertos y eventos deportivos suenan a fantasía lejana. A pesar de ello, la empresaria se muestra optimista respecto al futuro de las latas.
“Es un envase que llegó para quedarse si logramos comunicar sus beneficios. La gente, cuando consume vino en lata, no está buscando qué uva es y de dónde viene; está buscando practicidad, simplicidad, portabilidad, consumo moderado, y no desperdiciar una botella”, añade.
SIN ATADURAS DE TIEMPO O CANTIDAD
“Quiero sólo una copita para maridar mi cena”. “Ojalá pudiera chiquitearme este vino y hacer que dure un mes”. El dilema de un día cualquiera; la delgada línea entre descorchar o no ese vino es, a menudo, el tiempo y la moderación. ¡Ey, querido enófilo! Tus deseos han sido concedidos.
Lulú Martínez Ojeda, enóloga de Bruma y Bodegas Santo Tomás, es una de las voces más influyentes del vino mexicano. Su motivación para experimentar con nuevas formas no fue otra que acercar el vino a nuevas generaciones sin perder calidad.
Su experiencia con las alternativas es contundente. Luego de concluir que no todos los varietales son aptos para enlatarse (pues la falta de oxígeno puede provocar un defecto llamado reducción, en el que brotan olores desagradables), Martínez optó por pouches individuales (150 mililitros = dos copitas).

“La nueva generación está tomando menos, pero mejor y más sano. El pouch (una especie de bolsa) es una manera de consumir diferente y es sencillo porque no ocupa lugar, no pesa y no reduce el vino”, señala la enóloga. Apenas en noviembre, Bruma lanzó al mercado su bag-in-box: 3 litros de vino por mil 400 pesos.
Lejos de ser un formato menor, resultó un aliado de placer cotidiano con despegue exorbitante. “Hice sólo 100 bag-in-box y vendimos el equivalente a 33 cajas de vino en menos de dos meses. Para nosotros eso es mucho de una sola etiqueta”.
“Mi récord con el bag-in-box en casa es de 42 días, de la primera copa que me sirvo a la última. Son cuatro botellas, no tienes que abrir nada, no se te echa a perder, no te tienes que estresar, llegan amigos y les sirvo una copa directo del refri”, relata Lulú sobre su propia experiencia con el vino en caja de cartón reciclado que arrasó en ventas.
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MÁS COPEOS, MENOS RIESGO
Menos a la vista, pero no por ello poco presente, el keg, un contenedor rígido presurizable de 20 o 30 litros, también ha comenzado a ganar sus espacios, particularmente en hoteles, bodegas, wine bars y restaurantes.
“Desde hace cinco años, es tamos haciendo kegs de blanco, rosado y tinto para Puesto, un grupo restaurantero californiano. Tanto el keg como el bag-in-box tienen cabida en restaurantes que normalmente dirían: 'paso, no tengo vino porque no es mi mercado principal’. El riesgo es menor”, ahonda Lulú.
Aumentar la variedad de etiquetas por copeo sin dejar escapar utilidad en mermas es una disyuntiva frecuente para centros de consumo. La respuesta puede estar en estos recipientes que permiten servir el vino desde una llave, como cerveza.
“Estamos empezando la distribución de kegs. Un contenedor de 20 litros de PET reciclable que ahorra prácticamente 15 botellas, sin merma, un producto bajo demanda y con tu cadena de suministro garantizada”, acota Abel, de Vinaltura.
Para quienes viven aún bajo el paradigma de que la calidad del vino es directamente proporcional a la gravidez de la botella que lo contiene y miran con suspicacia estas nuevas propuestas, la enóloga de Bruma tiene una respuesta contundente: “No hay razón técnica para que el vino sea de menor calidad que si lo tomas de una botella. Que es menos romántico; que es una manera diferente de consumirlo; quízá. Pero técnicamente, no sufre. El vino es alimento antes que ceremonia; el vino es placer, debe ser sencillo, abordable”.
MÁS ALLÁ DEL RECIPIENTE
Sustentabilidad y modernización no terminan en el envase, taponado y etiquetado son parte del combo. Por ejemplo, Martínez migrará la línea joven de Bodegas de Santo Tomás a botellas ligeras con taparrosca, además de integrar etiqueta y contra en una sola para reducir papel.
Todo obedece a la misma lógica: menos huella, más ocasión, más disfrute. Por su conveniencia para la apertura y el servicio, la taparrosca de aluminio se ha normalizado en regiones del Nuevo Mundo; especial mente Australia, Nueva Zelandia, Estados Unidos y Sudáfrica optan por este tapón para sus blancos y rosados jóvenes.
En un esfuerzo por disminuir residuos, diversas bodegas han prescindido de las cápsulas de estaño. Hoy no es raro ver cuellos de botella desnudos. El sellado con cera vive, igualmente, un renacimiento como alternativa sustentable y recurso de identidad artesanal de cada productor. El etiquetado ha emprendido su propio camino hacia una renovación menos contaminante.

Papeles, tintas, adhesivos todo suma o resta en la huella. “Podríamos decir que las etiquetas más sustentables son aquellas que utilizan papeles certificados FSC (Forest Stewardship Council), provenientes de bosques gestionados de manera responsable, y las que usan tintas a base de agua sin solventes volátiles.
“En un mundo donde el 40% de los residuos plásticos proviene del empaque, cada etiqueta importa. La elección de estos materiales no solo disminuye residuos y la huella ambiental, sino que impulsa una nueva relación entre marca y consumidor, basada en la transparencia y la confianza”, explica Nepthali Quiroga, director comercial de Etiqus, proveedor especializado en etiquetas.
LA REVOLUCIÓN: LAS NUEVAS CARAS DEL VINO MEXICANO
Las voces de Fer, Abel, Lulú y otros tantos productores de vino que no hablan de moda sino de futuro, coinciden en algo esencial: el formato no rebaja al vino; lo adapta. Ciertamente, la industria mexicana dejó de preguntarse si se podía y empezó a plantearse en qué ocasión y para quién.
Este nuevo ecosistema de envases alternativos que invitan a beber sin miedo ni pretensiones, con menos desperdicio y bajo una lógica más sostenible se afianza, poco a poco, en las playas, en el día de campo o en la cena informal de cualquier martes. Es así como el vino se vuelve cada vez más más portátil y mucho menos solemne.
La revolución, finalmente, no está envasada en la lata ni guardada en la caja: está en la soberanía de brindar en la ocasión y la forma que cada uno prefiera. En el más amplio de los sentidos, el vino reafirma la fluidez como una de las propiedades más distintivas de los líquidos.
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