En el abundante, nutritivo epistolario entre Octavio Paz y Carlos Fuentes las cartas del año 68 se cuentan entre las más encendidas. Mientras aparece (espero) una rigurosa edición crítica de esa correspondencia, comentaré una carta de Fuentes escrita hoy justo hace medio siglo.

Es el 29 de mayo de 1968 y Fuentes, que vive en Londres, le escribe a Paz (que vive en la India) que viajará el día siguiente a París, pues lo que está ocurriendo “es demasiado exaltante para no participar”: ambos escritores creen que está a punto de ocurrir la primera revolución en un país avanzado, como quería Marx.

Propiciado por “la leyenda que él mismo construyó” —como escribe Jorge Volpi en La imaginación y el poder. Una historia intelectual del 68—, suele pensarse que Fuentes pasó ese mes de mayo en las barricadas de París y que, como escribió Fernando Benítez en La cultura en México, fue “testigo y actor de la rebelión de los jóvenes” y escribió “un reportaje de lo visto y vivido por él”, el que se titula París: la revolución de mayo.

Más allá de ese ejercicio de “la imaginación al poder”, tiene relieve lo que Fuentes encuentra “exaltante”. Cree que la rebelión obrero-estudiantil está convirtiendo en realidad las ideas que dice haber aprendido de Paz y por las que combaten juntos; unas ideas que “encarnan como amor, libertad, rabia, amistad”, es decir, el breviario de ese verano rijoso que pasó por Francia, los Estados Unidos, Checoslovaquia, etcétera (y que no tardaría en llegar a México).

La lista de ideas-pasiones que Fuentes enumera es esta: “una política sensual, una economía erótica, un mundo nuevo en el que la verdadera seriedad no se concibe sin humor, el fin de las grises burocracias de oriente y occidente, la revelación de la aplastante, monótona identidad de las supuestas ‘libertades’ de la sociedad parlamentario-consumidora y de las supuestas ‘necesidades’ de la sociedad de la dictadura del proletariado”.

Curiosa lista del mandado sentimental —ensalada de Marsellesa con betabel jipi y cremita Che Che Che Guevara— que en esos días se vendía barato en las boutiques contestatarias de las calles y universidades de París. Y Fuentes se fue para allá y constatar el sueño número 68: que “una verdadera revolución se hace con las ideas imposibles”, como dicen los estudiantes, y que “una verdadera revolución significará expropiar los medios de producción, pero por los obreros y para los obreros, no para entregarlas a la custodia estatal”.

A pesar de que los estudiantes “trabajan día y noche en la Sorbonne inventando el microcosmos de una nueva sociedad que entierra las falsas opciones del paternalismo capitalista y comunista”, el horizonte de lo posible continúa siendo muy ancho. Fuentes se pregunta, y a su mentor, “¿Triunfará la nueva democracia de participación contra la vieja democracia de parlamentos, partidos y referendum?” Fuentes desea que sí, obviamente (Paz, más enfocado en México, desea que haya ahí una democracia a secas).

El día 30 Fuentes, aún más exaltado, agrega que “está sucediendo la primera revolución del siglo XXI, la revolución moral y espiritual”. Ha llegado una era de acuario en la que “la información sólo obedecerá a la conciencia de los trabajadores de la información”; en la que los científicos se negarán “a trabajar con empresas dedicadas a la guerra o al lujo”. Y claro, una en la que “los estudiantes se niegan a ‘prepararse’ para ingresar a una sociedad que niega el conocimiento crítico y renovador”. En resumen: “el mundo burgués ha sido paralizado” y sus instituciones tradicionales no saben cómo echarlo a andar de nuevo.

Fuentes termina en una barricada postal gritando: “LAS IDEAS HAN VUELTO A CONTAR!!! Muerte a la solemne frivolidad!!!”

Y unos días más tarde, cuando ahora sí está en París, el Partido Comunista francés sacó a los obreros de la rebelión a cambio de un aumento de salario. Y luego los estudiantes regresaron a clases. Y Fidel Castro aplaudió la represión soviética en Checoslovaquia. Y luego la derecha arrasó en las elecciones francesas. La gran rebelión, escribe un deprimido Paz, fue sólo “una costosa fiesta de fuegos de artificio que comenzó como un drama de Brecht y acabó como opereta de Offenbach…”

Fuentes guarda silencio varias semanas. Cuando por fin le escribe a Paz, es para anunciar que un amigo le prestó un “maravilloso apartamento” en la lujosa Île Saint-Louis en el corazón de París a partir de julio. Será un verano agradable, pues andarán por ahí “Susan Sontag, los García Márquez, etc.”

No hay una palabra siquiera sobre la barricada interruptus.

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