Oaxaca de Juárez.— Los duraznos, los cerezos, los ciruelos y las plantas ornamentales que sembraban sus abuelos rememoran la infancia de , joven científica oaxaqueña cuyas investigaciones en genética y clonación arrojan resultados positivos encaminados a la creación de un nuevo antibiótico capaz de curar la tuberculosis.

Sus estudios, además, muestran que la proteína que ha desarrollado también tiene efectos antimicrobianas en el streptococcus, bacteria que causa enfermedades como faringitis, neumonía, infecciones de la piel y de las heridas, entre otras, y en el staphilococcus, bacteria que ocasiona infecciones en la sangre, en la piel, los huesos y los pulmones.

La relevancia de sus estudios por encontrar un antibiótico para curar la tuberculosis se fundamenta en que la bacteria que la provoca cada vez adquiere mayor resistencia hacia los medicamentos que existen, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), que en 2017 publicó una lista de las principales bacterias que se encuentran en un nivel crítico porque representa un problema de salud pública que si no se atiende podría convertirse en una pandemia.

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En el caso de la tuberculosis, las cifras son alarmantes, a lo que se suma que se trata de una enfermedad que se extiende en diferentes continentes, principalmente en Asia y en África, pero también en América. En el mundo aproximadamente 4 mil personas mueren al día a causa de esta enfermedad y 700 más se enferman diariamente.

En Oaxaca, por ejemplo, se han reportado 760 casos sólo en lo que va de 2023.

“La tuberculosis es una de las bacterias más antiguas que no ha podido ser erradicada. Actualmente, sí existen antibióticos para tuberculosis; sin embargo, esta bacteria se está volviendo cada vez más resistente porque los medicamentos ya no pueden matarla”, explica la científica oaxaqueña.

Su historia

Edith Bernabé Pérez nació en San Martín Huamelulpan, una población de Tlaxiaco en la región Mixteca de Oaxaca. Su infancia, relata, la vivió con sus abuelos, porque su madre debía trabajar.

“Fue una infancia bonita para mí, siempre estuve alrededor del campo. Siempre me han gustado mucho los árboles, las plantas. Mi familia se dedicaba a la agronomía y yo estuve presente en todos esos procesos”, comentó la científica.

La química, la biología y la ciencia le atrajeron desde sus estudios básicos, y le gustaba participar en los proyectos de ciencia, elaborar maquetas de la célula y las observaciones en el microscopio.

Pero fue hasta el bachillerato que Edith decidió dedicarse a la ciencia. Su intención, recuerda, era estudiar biotecnología o ingeniería genética, pero ante sus posibilidades económicas decidió estudiar Ingeniería Química en el Instituto Tecnológico de Oaxaca (ITO), donde la materia de microbiología fue clave para decidir y persistir en estudiar genética y biotecnología.

“Venir de una comunidad donde no se cuenta con todos los recursos desde un inicio me ha llevado a tener que emigrar, primero hacia la ciudad de Oaxaca, donde estudié en el Instituto, y posteriormente realizar otros contactos con otros investigadores”, dijo.

Con ese camino trazado, la joven comenzó a realizar estancias académicas en instituciones de prestigio, como el Laboratorio de Genética del Desarrollo del Centro de Investigación y Estudios Avanzados (Cinvestav) del Instituto Politécnico Nacional en Irapuato, el Laboratorio de Diagnóstico Molecular de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca, el Laboratorio de Síntesis y Secuenciación de ADN de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el Laboratorio de Ecología Molecular de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, el Laboratorio de Microbiología del ITO y en el Laboratorio Open-Lab. Hoy, todas ellas son colaboradoras de su investigación para curar la tuberculosis.

“El primer contacto que he tenido fue con un laboratorio que se llama Open-Lab de la Ciudad de México. Ellos fueron los primeros con los que interactúe para poder tomar cursos, conocer que había programas como clubes de ciencia donde podía integrarme e ir adquiriendo nuevos conocimientos de estas nuevas tecnologías que aquí en Oaxaca no las tenemos. Ese fue el primer encuentro para poder salir hacia otros lugares para poder expandir un poco más los conocimientos y afrontar estas limitantes”, comentó Edith.

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Actualmente tiene la maestría en Desarrollo Regional y Tecnológico por el ITO y el doctorado en Biomedicina Experimental por la UABJO.

Al preguntarle cómo fue que una mujer indígena pudo abrirse paso en el mundo de la ciencia, Edith comentó que todo el proceso ha sido difícil, dado que, por el hecho de ser mujer e indígena, todo ha sido muy limitante.

“Ha sido difícil. Si enfocamos hacia otras comunidades, las mujeres no tienen esa posibilidad de poder salir, es más, muchas mujeres ni siquiera saben que pueden estudiar una maestría o un doctorado, no saben que pueden ser financiadas por parte del Conhacyt para abrirse hacia el mundo de la investigación.

“Ha sido muy limitante en el sentido de ser mujer y ser indígena. A mí sí me gustaría que todo este conocimiento que se genera en el área de investigación, y más que conocimiento, todas estas oportunidades que a mí se han dado en el trayecto sí poder compartirlas, llevarlas hasta esas comunidades más indígenas que la mía, donde sí se hablan las lenguas y se mantiene su cultura, que por lo menos conozcan, sepan, que hay algo más fuera de esa comunidad para que se puedan desarrollar en el ámbito de la ciencia y la tecnología, en idiomas, en diversas cuestiones”, dijo Edith.

El nacimiento de una cura

La bacteriocina, proteína antibiótica que Edith Bernabé Pérez ha encontrado en sus investigaciones, nace de una bacteria que vive en el suelo y fue aislada de la rizosfera del maíz. En ella se encontró que generaba un halo de inhibición, es decir, que mataba a todos los microorganismos a su alrededor y por ello dedujo que podía funcionar como un antibiótico.

Fue así como la joven científica oaxaqueña inició el proceso para clonarla: “La manipulamos, le extraemos el ADN con diferentes técnicas de laboratorio, con reactivos que nos permiten poder separar ese material, y ya que la tenemos pura la podemos usar para diferentes fines; uno de ellos es clonarla”.

Cuando Edith habla sobre sus hallazgos se tiene la certeza de que se está escuchando a una experta. Así lo indica la seguridad de su voz y la elección precisa de cada una de sus palabras.

“Este material genético se corta con unas tijeras y es el que se codifica para la bacteriocina, para el antibiótico; entonces, lo saco y lo meto un receptor que me sirve para que lo integre en su genoma. Ya que lo tengo dentro me permite estudiarlo”, narra entusiasmada.

En estos meses, Edith ha realizado también la evaluación de la proteína sobre cepas de streptococcus y staphilococcus, algunos provenientes de alimentos y de otra bacteria resistente a antibióticos, donde han tenido resultados efectivos.

Con la tuberculosis actualmente está realizando la evaluación sobre 20 aislados clínicos, lo cual tarda por lo menos tres meses en crecer. Desde el día uno de la inoculación hasta saber si funciona, el proceso tarda aproximadamente tres meses. “Ahorita nos encontramos en la fase de evaluación. Sin embargo, con otros aislados sí hemos podido ver la actividad inhibitoria”, dijo

Edith sabe que los resultados de su trabajo son esperanzadores, un diagnóstico que es compartido por una decena de expertos que participan junto con la oaxaqueña en las investigaciones, como la doctora Simpson Williamson June Kilpatrick del Laboratorio de Genética del Desarrollo del Cinvestav, la doctora Lucía Martínez de la UABJO, el doctor Paul Gaytán Colín del Instituto de Biotecnología de la UNAM, Verónica Quintero Hernández del Laboratorio de Ecología Molecular Microbiana y Luis Javier Toledo Flores del Laboratorio de Microbiología del ITO, entre otros.

Todos ellos esperan que una nueva cura contra la tuberculosis esté por asomarse y corone todos los años de trabajo que iniciaron con la curiosidad de aquella niña que creció entre duraznos y cerezos en la Mixteca oaxaqueña.

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