Más Información
Un día de 1997, Damián Alcázar y Luis Estrada coincidieron en una exposición en el Palacio de Bellas Artes. Platicaron sobre un proyecto que el segundo preparaba.
El actor y director ya se conocían desde casi una década antes, cuando habían colaborado en Ámbar y bandidos, dirigidas por Estrada.
El cineasta tenía bajo el brazo el guión de La ley y la pistola, ubicada a mediados del siglo XX, que hablaba sobre la corrupción política en México y del cual se había bajado Jesús Ochoa por una telenovela.
“Había sido un proyecto difícil, lo había sometido tres veces al Imcine y rechazada igual, como que no querían que se hiciera y, cuando estaba cerca de conseguir el financiamiento, Chucho me dijo que no podría hacerla”, recuerda Estrada.
También lee: Damián Alcázar, narrador de historias violentas
“A Damián le había escrito otro personaje, pero el filme estaba pensado para Ochoa porque me había imaginado a alguien gordo, como la caricatura del poder”, agrega.
“¡Fue una casualidad!”, interviene Damián del otro lado de la mesa, en los Estudios Churubusco. Y sonríe.
En octubre de 1998 comenzaron en Zapotitlán Salinas, Puebla, casi frontera de Oaxaca, el rodaje de lo que se llamaría La ley de Herodes, cuyo estreno cumple hoy 20 años.
El lanzamiento comercial fue accidentado. En noviembre de 1999, el Instituto Mexicano de Cinematografía, que dirigía Eduardo Amerena, quiso bajarla del Festival de Cine de Acapulco y, en diciembre, se proyectó cuatro días, y sin permiso de Estrada, en la Cineteca Nacional.
No se respetaban los horarios; se interrumpía hasta tres o cuatro veces la exhibición sin previo aviso y hasta se anunciaban que las localidades estaban agotadas cuando ni siquiera había gente en las salas.
Poner en pantalla al PRI, entonces partido en la Presidencia, como un instituto corrupto, fue lo peor.
“Cuando comenzamos la filmación Luis estaba seguro de lo que hacía... y yo, temeroso”, cuenta divertido Alcázar.
“Estaba temeroso por ignorancia respecto a la situación política del país, que me venía valiendo enteramente madres, y cuando entro y leo una cosa así, lo primero que le dije fue: ‘¡nos van a meter a la cárcel!’”, recuerda.
Para frenar el estreno, a Estrada le pusieron enfrente un portafolios lleno de dinero. No aceptó. Después le dijeron que lo pospusiera unos meses, pues en ese 2000 se harían elecciones para elegir Presidente de México. Tampoco quiso. Siempre respaldado por el elenco, que daba la cara a los medios.
“Y me iba enterando que desfilaron por las salas de cine de Churubusco y de Los Pinos todo el gabinete para tratar de hacer teorías de qué les podía afectar a ellos y pensar quiénes estaban atrás de nosotros, que si obedecíamos a comunistas”, cuenta Estrada.
“Viví aterrado todo el proceso y sí pensé en irme del país, pero se me ocurrió hacer tres llamadas para tratar de resolverlo: a Vicente Leñero (escritor y periodista), a María Rojo, que era presidenta de la Comisión de Cultura en Diputados y del PRD, y a periodistas corresponsales. Aquí ofrecí una conferencia y al día siguiente era noticia internacional y ellos hablaban a Gobernación para saber por qué querían frenar una película”, detalla.
La ley de Herodes fue vista por más de un millón de personas en cines y tuvo ventas en el entonces formato VHS. Pero hasta hoy, no ha recuperado su inversión.
“¡Y todo mundo la ha visto!”, exclama Alcázar.
“Estaba una vez filmando en el desierto, llegué a un pueblo y en el camino me gritaron ‘licenciado, es usted el de la Ley’. ¡Todos los sábados la vemos en la cantina de mi compadre!”, cuenta el actor.