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En 1995 fue un alarde de habilidad narrativa convertir en largometraje el breve relato infantil de Chris van Allsburg.

El óptimo resultado, Jumanji, del menospreciado buen artesano Joe Johnston, ahora es Jumanji: en la selva (2017), séptimo largometraje —el mejor de su carrera— del irregular Jake Kasdan. Sólo que la historia original tiene un ingenioso giro gracias al bien trazado argumento del guionista con amplio sentido del humor Chris McKenna.

En vez de ser un juego de mesa con selva infestada de prodigios y peligros por casilla, hoy es un viejo juego de video que obliga a los personajes a jugarlo para sobrevivir. A consecuencia de ello se transforman. Así, los cuatro adolescentes Spence (Alex Wolff), Bethany (Madison Iseman), Martha (Morgan Turner) y Fridge (Ser’Darius Blain) se vuelven sus respectivos avatares adultos: el doctor Bravestone (Dwayne Johnson), el profesor Oberon (Jack Black), la bióloga Roundhouse (Karen Gillian) y el zoólogo Finbar (Kevin Hart).

En el filme original el concepto del juego de mesa obligaba a avanzar tirando dados para no perder la vida. Con la dramaturgia y estructura de los videojuegos, y la transformación de los personajes al obtener poderes específicos, sobrevivir el juego es, por supuesto, más complejo. Avanzar los niveles propuestos implica sortear mayores obstáculos. Para ello, Kasdan conserva una entretenida retórica de video-juego con la que da énfasis a la simple lógica inherente a las reglas planteadas, lo que basta para concluir Jumanji.

Kasdan recobra, con mano ligera, la entretenida esencia del cuento original y subraya el humor que McKenna y sus coguionistas proponen. Esta cinta está llena de nostalgia por juegos de video anacrónicos que para poderlos resolver proponían una historia con idénticos vericuetos a los que el filme plantea.

Este juguete visual, cinta sin mayor pretensión que provocar una sonrisa en el espectador y entretenerlo imaginando cómo los héroes, trabajando en equipo, resuelven su salida de Jumanji, afortunadamente no es una segunda versión sino la reinvención de un notable relato.

El tercer gran estudio dedicado a la animación —tras Pixar e Illumination—, es Blue Sky, célebre por sus Eras del hielo. Madurando su vertiente zoológica, Blue Sky entrega Olé, el viaje de Ferdinand (2017), séptimo largometraje animado del inspirado Carlos Saldanha, basado en el cuento infantil escrito por Munro Leaf e ilustrado por Robert Lawson. Publicado en 1936, fue visto como relato pacifista al jugar con el estereotipo de un toro bravo con la peculiaridad de ser noble y de gran corazón. Disney/RKO lo hizo un cortometraje ganador del Oscar como Ferdinando el toro (1938, Dick Rickard).

Ferdinand es un toro de lidia que encuentra una familia singular. Igual que en otras cintas de Blue Sky, este concepto es fundamental para su estructura dramática. Desde el planteamiento aparecen personajes que por sus diversas características son incompatibles, en apariencia, con Ferdinand. Esto genera una dinámica entre melodrama y comedia para que el personaje central madure en su autodescubrimiento.

Saldanha hace una animación más depurada que sus previas Rio & Eras del hielo. Aunque en esencia repite la misma idea, la novedad está en el certero humor que se vuelve apología de lo animal, eso que cada vez es más intensamente humano, como lo confirma este toro sensible y juguetón. Saldanha mejora sustancialmente sus habilidades. En especial para la comedia. Es este su filme más divertido.

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