Considerados hace algunos años como promesas de “sangre nueva”, los “rostros del nuevo PRI” y ejemplo de renovación generacional en el viejo partido, un grupo de gobernadores jóvenes, que llegaron al poder con edades que fluctuaban entre los 30 y los 40 años, hoy se han convertido en todo, menos en promesas cumplidas. Varios de ellos están a punto de concluir sus mandatos, otros apenas a la mitad del sexenio, pero casi todos tienen en común, después de su ejercicio de gobierno, los escándalos y la decepción.

La mayor parte de esos gobernadores ganó elecciones con el impulso del llamado “efecto Peña Nieto”, que fue precisamente el impacto electoral que tuvo la figura del joven gobernador del Estado de México que, con su ascenso meteórico apoyado en la televisión y el generoso presupuesto de su entidad, se convirtió en modelo a seguir para el priísmo de los estados. Surgieron así varios políticos jóvenes que buscaban imitar y replicar no sólo el estilo y la apariencia sino que se montaron en una idea de un “cambio generacional” más de forma que de fondo en un priísmo que buscaba el regreso al poder tras su derrota histórica del año 2000.

Al mismo tiempo que la figura de Peña Nieto crecía y se enfilaba hacia la Presidencia de la República, en estados como Nuevo León, Jalisco, Veracruz, Quintana Roo y Chiapas cobraron fuerza candidatos jóvenes en el PRI que se convirtieron todos en gobernadores, varios de ellos apoyados por lo que se conoció como la “Fuerza Mexiquense”, una especie de fundación transestatal que, con la presencia del entonces precandidato presidencial del PRI y con el envío de operadores políticos y recursos económicos, apoyaba los proyectos y campañas en varios estados del país afines al grupo del Estado de México.

Así ganó Rodrigo Medina en Nuevo León, que llegó al poder con 37 años y la peor crisis de seguridad en la historia del estado que comenzó a resolver, aunque después los escándalos de corrupción de su familia y su confrontación con poderosos empresarios regios terminaron por hundirlo. También así arribó a la gubernatura Javier Duarte, quien de ser el joven delfín de Fidel Herrera se transformó en un político conflictivo y autoritario que lo mismo se pelea con periodistas que persigue opositores o descalifica a sus correligionarios que lo critican; eso sin contar el grave problema financiero y de seguridad con el que entregará el poder en Veracruz.

En esa lista seguiría Aristóteles Sandoval, caracterizado por su frivolidad y quien para hacer su campaña se mandó diseñar una imagen y un peinado similar al de Peña Nieto porque quería parecerse al ahora presidente, y en el poder terminó sumiendo a Jalisco en una de sus peores crisis de seguridad que le valieron perder en las pasadas elecciones toda la zona metropolitana de Guadalajara y buena parte del Congreso frente a Enrique Alfaro y otros independientes. Y para rematar están el joven Roberto Borge, quien cobró relevancia nacional por sus escándalos, lo mismo con jóvenes diputadas de Quintana Roo que con viajes frecuentes al extranjero, o el gobernador de Chiapas y fiel emblema del Partido Verde, Manuel Velasco, cuyos dos momentos cumbres en la gubernatura han sido haber abofeteado a un ayudante y haberse casado con Anahí, en ese orden.

El único cambio real que impulsaron en el cargo estos jóvenes priístas fue el de su carácter: a la mayoría de ellos el poder los transformó, a algunos los enloqueció. Vinieron entonces los excesos, la corrupción, el pleito con empresarios, los escándalos, las novias, los viajes al extranjero, la persecución a opositores y la represión a la crítica. Una manera de ejercer el poder y la política que recordaba al más rancio priísmo. El rostro joven se les fue descomponiendo hasta volverse talante autoritario; la falta de experiencia se tornó en incapacidad. La “sangre nueva” se hizo vieja. Y la “renovación” del PRI se confirmó imposible.

Hoy que el “efecto Peña Nieto” se transforma en “síndrome”, ya hay corrientes dentro del partido gobernante que cuestionan si la juventud es el único requisito para hablar de “renovación” en su partido. Un ejemplo de ello ocurrió hace unos meses cuando el presidente intentó impulsar a la dirigencia del PRI a su joven delfín Aurelio Nuño; el rechazo no sólo se volvió mayoritario, sino que se reflejó en la llegada de Manlio Fabio Beltrones. Y ahora en la selección de sus candidatos a gobernadores para 2016 el PRI no necesariamente está buscando ese perfil de “jóvenes caritas” que seduzcan al electorado. ¿Será que ya entendieron que no siempre juventud, capacidad y madurez van de la mano?

sgarciasoto@hotmail.com

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