Si reflexiono con el estómago me gustaría que el gobierno de Enrique Peña Nieto terminara mañana. Al igual que muchos otros traigo enojo por la manera como ha dañado la institución presidencial en México.

Pero sobre todo cargo con miedo por las equivocaciones graves que —dados los antecedentes— puede seguir cometiendo.

El país no se merece dos años más de desconfianza política e incertidumbre sin techo.

Comprendo que figuras con respaldo popular como Gael García Bernal o Alfonso Cuarón estén apoyando la marcha del 15 de septiembre bajo la consigna #RenunciaYa.

Aunque los convocantes dicen que las razones sobran han sido listos a la hora de abrir la caja para que cada quién coloque ahí dentro sus propios motivos sobre la eventual destitución.

En mi caso encuentro al menos cinco:

Uno, la manera como la Presidencia procesó la invitación y recepción al candidato republicano Donald Trump exhibió a un Presidente que se está equivocando sobre los asuntos más delicados del Estado.

Dos, la trampa y morosidad con que ha instruido atender cuestiones de corrupción como la Casa Blanca, la investigación y acción penal en contra de los gobernadores hampones, el conflicto de interés y la avidez mercenaria de algunos de sus allegados.

Tres, la manipulación de los procesos judiciales relacionados con violaciones graves de derechos humanos. Ninguno se ha resuelto a satisfacción: Ayotzinapa, Tanhuato, Apatzingán, Tlatlaya, Nochixtlán.

Cuarto, la subordinación del Estado a los intereses meramente electoreros. Para ejemplo está el reciente nombramiento de Luis Miranda al frente de Sedesol, pero hay decenas más.

Y cinco, la conservación de un gabinete de amigos que no tienen la honradez, la entereza, el vigor, la credibilidad y la legitimidad para enfrentar al Presidente antes de que tome una decisión equivocada.

Sobre estas cinco razones tengo una sexta que me es mucho más importante. Ya la mencioné: la incertidumbre y la desconfianza política con que esta administración habrá de enfrentar sus dos últimos años.

Cuando pienso con la cabeza, este argumento final me conduce en una dirección distinta a la iniciativa del movimiento #RenunciaYa.

Temo que un proceso de destitución agravaría en vez de prevenir la crisis política que hoy se experimenta.

Para ser franco no me dan tranquilidad los poderes (legales y fácticos) que intervendrían en la construcción del gobierno que sustituiría a Peña Nieto.

No me da paz la hipersensibilidad que tiene el Ejército con respecto a todo. No estoy seguro de que el secretario de Gobernación deba sentarse en la silla presidencial antes de probarse en las urnas. No me dan confianza las cúpulas de los partidos que decidirían en el Congreso el nombre del presidente interino. No me gusta el comportamiento de la jerarquía católica que es capaz de abusar con intolerancia del las instituciones y los derechos. No me dan confianza algunos liderazgos empresariales obsesionados con lo que ellos llaman Estado de Derecho, pero que en realidad entienden como garrote con derecho. Y me daría horror imaginar a México sin jefe de Estado justo cuando el antimexicanismo se multiplica dentro de Estados Unidos.

Me hago cargo de la dificultad que implica armonizar enojo con prudencia —estómago con razón— pero en estos casos el día siguiente suele ser más relevante que el día anterior.

ZOOM: me atrae la propuesta que hizo uno de los convocantes a la manifestación —Rodrigo Cordera— en el sentido de salir a marchar para exigir que se constituya un gabinete de coalición ciudadana capaz de entregarle al Presidente lo que hoy no tiene en su equipo de gobierno: pluralidad de opiniones y contrapeso.

www.ricardoraphael.com

@ricardomraphael

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses