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Alemania nos ha devuelto nuestra realidad; sí, esa que perdemos y escondemos tras la ilusión de ver y esperar que nuestro equipo nacional logre una gran hazaña, una que quede en la historia del futbol mexicano, una de la que podamos hablar y sentirnos tan grandes como la historia misma, pero no, el equipo teutón, en su calidad de actual campeón del mundo, venció a un México que pudo hacer más, pero careció de la personalidad que se requiere para hacerse grande en torneos importantes.
Alemania caminó sobre México, incluso cuando ésta mostró un buen futbol. Diez minutos le fueron suficientes al joven plantel de Joachim Löw para asegurar su pase a la final y, a diferencia de los encuentros anteriores, el conjunto mexicano no supo sobreponerse al marcador en contra, no hubo fuerza interior que empujara a sus jugadores a componer el mal juego generado durante el inicio del primer tiempo.
En el área técnica se ausentó la inteligencia táctica que los números avalaban con malos partidos, pero buenos resultados. Las modificaciones realizadas no generaron cambios que contraatacaran el buen despliegue del rival, no hubo estrategia que cambiara el hecho que Héctor Moreno salió a dar uno de sus peores partidos, después de ser héroe en los anteriores, o varita mágica que acelerará el ritmo de Héctor Herrera en el mediocampo o que convirtiera como por arte de magia a Oswaldo Alanís en el lateral funcional que el partido necesitaba.
Caminar en Concacaf no es lo mismo fuera del territorio comandado por el “Gigante del área”. Los triunfos obtenidos en la confederación dan confianza, elevan la autoestima del equipo y también de su afición, pero olvidan un pequeño detalle: el futbol de esta región no da suficientes elementos para competir ante el futbol élite, que exige mucho más.
El nuevo fracaso de la Selección Mexicana llamado Rusia 2017 tiene varios responsables. Señalar a Juan Carlos Osorio, a sus rotaciones, a los múltiples experimentos con el sinnúmero de jugadores que alinearon previo a este compromiso en los distintos partidos, a su futbol, al planteamiento de éste y sus discursos como únicos culpables, sería lo más justo, pero el colombiano y su cuerpo técnico comparten la etiqueta de culpables con jugadores y directivos de la Federación Mexicana de Futbol.
Los culpables ahí están. México tendrá que conformarse con buscar el sitio más honroso posible en este torneo de ocho, volver hacer lo que mejor hace: dar vuelta a la página y evaluar. Sólo hay que esperar que esto se haga con una profunda autocrítica que haga que dentro de un año no volvamos a escribir sobre un nuevo fracaso.
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