Un Presidente que inaugura estadios de futbol vacíos para evitar ser abucheado, una procuradora —que en el marco de las protestas por el asesinato de cinco personas, entre ellas un periodista— sólo tuitea para desear un feliz cumpleaños a la Primera Dama, y un gobierno que no alcanza ni el 35% de aprobación (Reforma 31/07/15). Son tres estampas de la última semana que pintan a un gobierno cada vez más alejado de sus ciudadanos.

Y todo eso, a pesar de lo que un observador externo pudiera pensar, no es lo peor, sino la evidente convicción de que nada de esto es relevante para un gobierno que no tienen interés en cambiar. Certeza acreditada por los hechos y que ya ha sido asimilada por una ciudadanía que hoy sabe que no tiene caso ni protestar pues no hay nadie a quien le importe escuchar.

Así nos encontramos con más de la mitad del sexenio por delante y la pregunta obligada es si seguiremos con esta inercia los próximos cuarenta meses, con escándalos periódicos y con la sensación de que no hay nada más que hacer.

La oposición partidista, natural camino en las democracias para encausar el malestar, es inexistente. Panistas y perredistas están más preocupados por sus luchas de poder que por serle útiles a quienes los mantienen, y Andrés Manuel López Obrador, quien para muchos es todavía una fuente de esperanza, es incapaz de ir más allá de su proyecto personal por Los Pinos. López Obrador no dialoga con sociedad civil, no suma salvo que sea a su alrededor y por eso no puede ser quien encabece el rescate del país.

Sin un gobierno que conduzca y con una clase política corrupta o incapaz de reaccionar, sólo les queda a los ciudadanos mirarse al espejo para reconocerse como su propio salvador.

La buena noticia es que hay señales de que la construcción de un gran movimiento nacional es posible a partir de cinco ejes: combate a la pobreza como prioridad nacional; cruzada contra la corrupción en todos los niveles; reorientación del gasto público enfocado en resultados; nuevos paradigmas para la seguridad y justicia, y una transformación de las reglas que faciliten la participación ciudadana en la política.

Habrá quien piense que son lugares comunes. Lo son en el sentido de que hay mucho investigado sobre cada uno de esos temas y hay organizaciones que llevan años trabajando en las mejores prácticas para cada rubro. No se trata de ponerse a inventar sino de darle forma a lo que ya existe.

También hay, como pocas veces, un consenso en el sentido de que tiene que haber un cambio en el país. Quien escuche con atención lo dicho en las últimas semanas por organizaciones de sociedad civil, empresarios, líderes religiosos, etc., verá que hay muchos más consensos de los que parece a simple vista.

El siguiente paso es que en vez de dialogar con las autoridades —como suele hacerse—, el diálogo sea entre los diversos sectores con tres premisas: reconocer que lo que hoy tenemos en el país es un simulacro en el que ni la economía crece, ni la pobreza baja, ni la corrupción está derrotada, ni la política es realmente representativa de los ciudadanos.

Segundo, admitir que el problema va más allá de este gobierno, que trasciende a los partidos, y por tanto, ninguno por sí mismo podría cambiar las cosas. Y, tres, construir en ese sentido el proyecto a seguir y a debatir en las próximas elecciones federales de 2018, la agenda mínima nacional, el proyecto que sea la hoja de ruta más allá de las diferencias partidistas que se debatan en la próxima elección.

¿Es fácil que esto ocurra? No, pero lo otro, esperar a que este gobierno reaccione o que la clase política decida hacer algo distinto a lo que ha hecho en las últimas décadas, es apostar con toda seguridad por el fracaso. Y me resisto a creer que ese es nuestro destino inevitable.

Politólogo y periodista.

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