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La era Trump y la búsqueda de la verdad al borde del caos en la Casa Blanca. La opinión es un derecho pero los hechos son incontrovertibles. Sin excepción ni alternativas a la demagogia xenófoba que se apoderó del conservadurismo estadounidense en pos de alcanzar el “tradicionalismo” del origen fascista. Dinero, dinero, dinero. Y la acumulación en las alturas para que algo se derrame y llegue a la inmensa mayoría empantanada en la pobreza.
Hechos consumados y en la primera conferencia de prensa levantó su muro mister Trump: Los medios, la prensa son el enemigo de Estados Unidos. Del mundo con el sello dorado de la marca Trump. Y los vecinos del sur en el pasmo: no acordamos marchar en unidad porque nos negamos a reconocernos en el otro, así sea vecino, compatriota o compadre. En el nombre de la política como arte del dislocamiento y el desprecio del otro. Y ahí vamos. Luis Videgaray ejerce el aprendizaje del antiguo oficio diplomático. Y va de acá para allá exponiendo su propia “posverdad” y ensayando el papel de árbitro en el proceso interno del PRI en busca del individuo cuyo perfil sea adecuado para el peso acuñado en memoria de la moneda de plata 0.720.
O lo que quede. Ya estamos en el año de prueba, en el quinto del sexenio, tiempo para que el inquilino de Los Pinos, de ayer, de hoy y siempre, vea desdibujarse el rostro de los sicofantes y se lamente con las palabras de Adolfo López Mateos: “... más te valiera no haber nacido”. Y en el Estado de México es hora de consultar al oráculo del sistema métrico sexenal: ¿Quién va a gobernar en Toluca para indicarnos el rumbo del que vendrá el sucesor de la grande? Eso, nos dicen, se acabó con el vuelco finisecular y el sufragio efectivo de la alternancia que dispersó a los ambulantes de la clase política. Pero el Enrique Peña Nieto que atinó hace seis años jugando contra la lógica hereditaria ya no es el mismo. Y hoy la pregunta no es quién del PRI puede ganar las elecciones, sino cómo capitalizar la dispersión opositora de la pluralidad que danza al son que le tocan en busca del modo de perder.
De perder con doña Josefina Vázquez Mota en la soledad del sueño panista en los años del priato: con el monopolio exclusivo de la oposición. Aunque ya no exista la hegemonía del tricolor. La danza de los polkos es ahora alegre son o enloquecedora zarabanda para bailar al ritmo que toquen los del otro lado de la frontera. En espera del muro que está ahí desde hace lustros y de la clientela política del otro lado de la frontera, cuyo apoyo nos dé algo de dignidad aunque no aporte voto alguno en busca de la mayoría mítica de la democracia sin adjetivos. Y la pluralidad encuentra rumbo común y púlpito para pregonar justicia a los paisanos que se fueron en busca de las oportunidades de mejoría que aquí hemos sido incapaces de darles.
Esta semana hubo en Ciudad Juárez versión mexicana de la revolución de las rosas. Una cadena de manos unidas como respuesta al muro de la exclusión y el racismo. Hay que reconocer el mérito de quienes lograron el acuerdo de los opuestos, asomo de unidad en la confrontación que impera. Ahí estuvo Cuauhtémoc Cárdenas, símbolo de sólida firmeza y tenaz persecución de nexos concertados con la brújula firme hacia el nacionalismo revolucionario. Y a su lado Javier Corral, el panista gobernador de Chihuahua de inquietantes alianzas y firme resistencia a las acusaciones de cercanías, o algo peor, con el omnipresente y polivalente crimen organizado. Y con la rosa blanca reminiscente de Martí en la mano, el senador Armando Ríos Piter, recién cambiada la piel perredista, en busca de renuevo que le permita presentarse como candidato independiente.
Ríos Piter se integró a la cadena humana confiado en que ya no hay partido con rumbo, ni horizonte, ni programa, ni proyecto, ni ideologías que estorben la marcha libre de los candidatos sin partido. Porque independientes no hay ni los ha habido nunca. No hay caballo de buen trote sin freno y jinete de piernas firmes. Ahí está El Bronco de Nuevo León como prueba del dicho campirano: O cabestreas o te ahorcas. Y en Monterrey se alinearon gobernadores del norte y el inconcebible conductor pro tempore de la Conago, Graco Ramírez, el ya indiciado para unirse a los que pasaron de la tocata a la fuga. Y Gustavo Madero, el que nombró escudero a Ricardo Anaya y se quedó a pie. Tercera Reunión de Gobernadores Fronterizos. Piden mesa de alto nivel. Debate de hechos alternativos, dirían los de Trump.
Rumbo al sur viajó el tercer procurador general de la República en lo que va del sexenio peñista. Raúl Cervantes Andrade voló a Brasil en busca de pistas de los presuntos funcionarios corruptos de Pemex, antes y después de su desmantelamiento, que recibirían más de una decena de millones de dólares de mordidas de las empresas Odebrecht y Braskem. Con la atención de los mexicanos fija en la fuga emprendida por Javier Duarte, el gobernador de Veracruz acusado de llevarse la quinta y los mangos, la investigación sobre los arreglos financieros con los del Brasil incluye a José Suárez Coppel, director designado por Felipe Calderón, así como al paso fugaz de Emilio Lozoya Austin por la dirección general de Pemex en el gobierno de Enrique Peña Nieto. Raúl Cervantes es abogado de experiencia, con sentido político y el sistema adversarial obliga a ser cuidadoso del debido proceso. Pero no puede darse el lujo de dar tiempo al tiempo.
Nada se olvida en los expedientes viejos y empolvados, o en las electrónicas memorias de computación binaria. Y sobre todo, aunque pasen los años no se desvanece la sospecha de los mexicanos tantas veces atropellados por un sistema de justicia en el que impera la impunidad al son de las monedas de oro. Ni el misterioso caso de la fuga de Javier Duarte, sin sombra de ciento y tantos kilos de peso, entre leyendas de cirugía plástica y, desde luego, del ineludible “compló” que se da por hecho desde que inició Andrés Manuel López Obrador su peregrinar en busca de la devaluada silla presidencial. Dicen que Duarte dejó una montaña de papel con denuncias penales contra Miguel Ángel Yunes; y éste ya recuperó cientos de millones de pesos de manos de presuntos socios asustados.
Nada se olvida. Marcelo Ebrard dejó el poder de la CDMX en trámite y renunció a su aspiración presidencial, para dar paso al estratega de Nacajuca y esperar su turno. Largos años en fuga. Ostracismo de lujo en Europa y luego en Estados Unidos, desde donde envió noticias de su activismo político a favor de Hillary Clinton, candidata del Partido Demócrata, perdedora por el peso de los votos electorales y atribulada por el recuento de su mayoría de tres millones de votos individuales a favor. Trump ganó y ahora enfrenta una investigación del Congreso sobre la intervención rusa en el proceso electoral de Estados Unidos. Todo eso y nadie olvida aquí la fuga de Marcelo Ebrard. ¿Dónde está? Y por qué nada sabemos de un proceso judicial contra la estafa de la línea 12 del Metro que tantos millones de pesos costó.
Y tanto daño causó a los habitantes de la megalópolis enloquecida en dos pisos y escenario de la guerra intestina que dejó al PRD sin más clientela política que la del hombre de las ligas y los arreglos. Miguel Ángel Mancera, heredero designado por el fugitivo Ebrard, se hizo dueño del PRD y de todo el poder de la todavía capital de la República, ya con Constitución propia y en espera de que le crezcan barbas carrancistas a quien echó del cargo de secretario de Turismo a Miguel Torruco Márquez por manifestarse partidario de López Obrador: ¡El que paga manda!
Y el predicador del perdón salió milagrosamente del país y estuvo en la Calle Olvera de Los Ángeles. Pa’los dreamers de allá, los soñadores de acá mero.