Donald J. Trump miente. Siempre miente. Y después de agraviar, de insultar y acusar a un pueblo, a una nación soberana, independiente, capaz de haber sobrevivido a la convivencia y vecindad con el expansionismo de EU, tropieza con su propia ignorancia y amenaza imponer a México un elevado arancel a todas sus exportaciones: Cuota de mentiritas para entrar al falso paraíso de Trump el tirano.

No hacía falta que el Nobel Paul Krugman calificara el costoso absurdo del gesticulador que pretende imponer sus reglas al vecino y al mundo entero de “incompetencia a todos los niveles”: Hasta nuestro tímido canciller desempolvó sus cuadernos de economista y se irguió sobre su sombra para reconocer el dislate. Desconcertante noticia, diría Luis Videgaray, prisionero del pasmo en la Casa Blanca. Menos mal que ya en México, una vez que se hizo pública la decisión de EPN de no acudir al encuentro acordado, una invitación a rendir pleitesía al ignorante tirano y hundirse en descrédito, impopularidad y desprecio del pueblo, el secretario de Economía, Ildefonso Guajardo, mostraría que de algo sirve la experiencia y declarara con una sonrisa que México ya veía hacia el sur y ya negociaba con Brasil y Argentina.

Además de la Unión Europea, Japón, Corea del Sur y China, entre otros. Y que el valor del mercado mexicano para la agroindustria del país del tiranuelo sería muy alto en divisas y más en empleos perdidos. Pero ya había aparecido el tuit de EPN: ...no asistiré; y el ocioso debate entre quienes prefieren dar la razón a cualquiera, incluido el tirano de las mentiras, que al Presidente de México, congelado en un ínfimo doce por ciento de popularidad. Si no hay voluntad para pagar la erección del monumental muro de la ignominia y la xenofobia, es mejor que no venga a la reunión, dice la nota que dirigió Trump a Peña Nieto. Tras de los muros de la casona de Pennsylvania Avenue, Luis Videgaray suspiraba y se daba ánimo para decirnos que la visita de los funcionarios mexicanos fue “constructiva”. La política exterior mexicana reducida a tartajeos, de espaldas a su tradición y valor que rechazó la sumisión y supo recibir a los perseguidos, a los “trasterrados” de la América nuestra y del mundo entero.

Habría que atender a Krugman: “incompetencia a todos los niveles”. Y en la hora de sobreponerse a las amenazas de Trump y sus súbditos incapaces de distinguir dictadura y tiranía, Peña Nieto mal puede darse el lujo de tropezar tres veces con la misma torpeza. Y las que seguirán. Porque sobre el debate bizantino de quién fue el primero en negarse al encuentro, el NO del mexicano resonó en toda la escala de nuestra comunidad desigual: la unidad dejó por un momento de ser recurso retórico y hueco; la amenaza alcanza a todos.

Cada quien a su manera. Fieles al estilo propio y al tamaño del miedo. Pero el desencuentro con Trump, el de las mentiras, hizo resonar la viejas campanas de bronces pueblerinos. Y aparte del extraño ayuntamiento de los de arriba y los mexicanos del común, en el mundo entero hubo reconocimiento a la razón que asiste a México y a su gobierno; las ondas del miedo dejaron de ser ecodistantes y en Europa vieron con claridad la amenaza de la tiranía ignara a la Unión forjada tras superar el horror de la guerra al nazifascismo y la división de los muros, ideológicos y materiales.

Es la hora de México, han vuelto a gritar los ilusos y sicofantes. No, pero es la hora de vencer la tiranía del ignorante empeño en dar marcha atrás al proceso de la Historia; de vencer a la razón y borrar los horizontes del Siglo de las Luces. Como todo tirano, Trump pretende hacer sus propias reglas y someter al mundo al miedo y la sinrazón.

Así como los alcaldes de Nueva York, Los Ángeles, Boston, Chicago y tantas otras ciudades santuario se han negado a ceder a las pretensiones de Trump, Michael Müller, alcalde de Berlín, pronunció un firme llamado a éste: “¡No construya ese muro!... Nosotros los berlineses sabemos mejor que la mayoría el dolor que se causa cuando todo un continente es dividido por alambre de púas y muros” (Jesselyn Cook en The Huffington Post.) Y en Kallstadt, el pueblo alemán donde nació su abuelo, no hay ni respaldo ni simpatías por el aislacionismo del falso Midas de Manhattan. Con un dejo de timidez, o de civilidad política que contrasta con la prepotencia de Trump, tanto Ángela Merkel como Francois Hollande pidieron a la Unión Europea cerrar filas ante el desafío que supone Trump.

Ese que ha decidido recuperar su fronteras y cerrarlas al libre tránsito de personas, a extranjeros incluso con visa, como los dos iraquíes detenidos el viernes pasado; uno de ellos sería liberado y al otro simplemente se le arrojó de la nación en la que un poema al pie de la Estatua de la Libertad proclama la bienvenida a los pobres y perseguidos de la Tierra. Poco ha de durar la tregua en la guerra tuitera de comercio y amenazas de deportaciones masivas. La maquinaria orwelliana acudió al antiguo teléfono para volver a dar voz a las post-verdades y exponer “hechos alternativos”: las mentiras. EPN y Trump hablaron durante una hora y acordaron que el de Washington ama a México, que hay gran simpatía entre ambos y pronto habrá noticias de arreglos muy favorables a México.

Menos mal que EPN dejó grabado que no se tocaría más el tema del muro y del pago a costa de los mexicanos. Pero ahí sembró la semilla de la mala hierba, del envilecido lenguaje político en el que Santiago Creel acuñó el terminajo “sospechosismo”. AMLO, el estratega de Nacajuca cuya fama lo ha llevado a ser visto como beneficiario del desplome de la popularidad de Enrique Peña y de la exhibición patética de Videgaray, recuperó el tono de Savonarola para condenar a la hoguera de las vanidades la negociación “en lo oscurito” de Peña y Trump.

Llegó la hora de escribir el tercer sobre de la leyenda del sistema métrico sexenal: “Échame a mí la culpa”. Aunque Enrique Peña Nieto está ante la ocasión de confirmar y consolidar la fuerza de la institución presidencial. No la del señor Presidente, no la imaginaria de la sumisión que adoptaron durante décadas los que acudían ante el gran Tlatoani vestidos de mendigos y acabaron por creer que el árbitro de última instancia partidista era dueño del poder y del futuro de cada aspirante a hacer política para hacer dinero. La transición en presente continuo hizo a los del sistema plural de partidos conversos al hábito del cambio de chaquetas, mozos de estribo de los dueños del capital; poder constituyente designado por la oligarquía, actores de una tragicomedia en busca de autor.

Por eso hubo rebelión en los mandos de los partidos políticos al convocarlos a la unidad nacional el presidente del CEN del PRI, Enrique Ochoa. Ingenuidad o torpeza que montó el escenario para que perorara Ricardo Anaya, dirigente de un PAN dividido, desmoronado y aferrado a lo que Jesús Reyes Heroles llamó, atinadamente, la obsesión de ejercer el monopolio oposicionista. La señora Barrales supo asumirse ofendida y Ángel Mancera, dueño del PRD, consolidó su negativa a militar en el partido y, a pesar de eso, ser su candidato “independiente” a la Presidencia de la República.

Del resto mejor no hablar. La tiranía de Trump en la era del miedo obliga a sumar, así seamos de tan distinta especie, los unidos para sobrevivir. Es hora de recitar una y otra vez las palabras de Juárez. Las del respeto al derecho ajeno y las de la vigorosa certidumbre: “El triunfo de la reacción es moralmente imposible”. Como lo es el de la tiranía de la mentira que pretende imponer la sinrazón y ya ha puesto a prueba la libertad de expresión, nada menos que en la tierra de Thomas Jefferson, el del gobierno de “nosotros el pueblo”; el demócrata que dijera que puesto a escoger entre un país sin gobierno y un país sin prensa libre, optaría por aquel...

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