Hoy, en la víspera de que se cumpla el primer año de la noche terrible de Iguala, hay que hacer un reconocimiento: a los padres, madres, familiares de los 43 normalistas; de los jóvenes muertos, de los heridos. A un año se han logrado ya muchas cosas en este país —como que por primera vez un grupo interdisciplinario e independiente, el GIEI, de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, sea “coadyuvante”, es decir, ayude formalmente, a una investigación nacional y al menos se “considere”, “analice” que se van a tomar en cuenta sus recomendaciones (deberían hacerlo)—.

Pero estamos ante una oportunidad en la historia de México que podría llevarnos más allá. ¿La tomaremos como país?

Ayer, en la segunda reunión que sostuvieron las víctimas de Ayotzinapa con el presidente Enrique Peña Nieto y una buena parte de su gabinete, los padres, madres y familiares plantearon caminos más allá que sólo la continuación dolorosa de la búsqueda de sus hijos; que su propia justicia y cosas tan básicas —terribles— como la atención médica adecuada a los heridos (es el colmo).

Ayer estos hombres y mujeres se asumieron no sólo voceros de las víctimas de no sabemos cuántos desaparecidos (parte de la tragedia)… sino que se fueron más allá: propusieron —ante la desconfianza en las autoridades— que busquemos más apoyo internacional.

Ya sé: muchos se azotarán. Dirán que es el colmo que no “confiemos” en nosotros mismos, incluso habrá quien lance comentarios xenófobos, que diga que para variar somos “malinchistas”. Dirán que tenemos científicos, genetistas y peritos muy capaces. Sé que sí, aunque tampoco el gobierno, me parece, ha sabido comunicarlo.

Repetirán, como ayer dijo Eduardo Sánchez —el vocero que, muy cuidadoso, no se salió de su guión— que el Presidente ordenó analizar a la PGR, a las secretarías de Gobernación y de Relaciones Exteriores “con prontitud” pero “a fondo” (términos que seguido se contraponen) la “viabilidad” de aceptar la creación de una Comisión Internacional contra la Impunidad y la Corrupción en México, apoyados en la ONU, como sucedió en Guatemala.

En lugar de decir, “no, no queremos”, se escudarán en elegancias jurídicas como ayer Sánchez al responder —esquivar— la pregunta del corresponsal de El País, Jan Martínez Ahrens, al decirle que si el GIEI entrevistaba o no al Ejército estaba en el documento de cooperación que se firmó al inicio de su mandato. Y no, no pueden; tampoco podían y sí entrevistaron a otros y ayudaron a la PGR incluso a acercar sus testimonios. La verdad es que el Ejército no quiere, punto.

La palabra clave aquí es “viabilidad”. Se trata, en el fondo, de si hay o no voluntad política. Pero seguro nos dirán que hay mil razones jurídicas como que la PGR —o más bien el MP— es la única facultada para tomar decisiones que deriven en consignaciones, que todo lo demás es “coadyuvancia” (ah, la palabreja).

Lo cierto es que si quisieran hacerlo viable y alguna ley se interpusiera, pues el gobierno de las reformas se plantearía hacer otra más. Pero no veo, hasta hoy, ánimo de la clase política —no sólo la priísta, pero quizá sobre todo ellos— para ceder ante algo así. Dirán que es por nacionalismo, soberanía. No nos dirán que también es porque les da pánico.

Si de por sí les da miedo el apenas propuesto Sistema Nacional Anticorrupción (y las leyes que hay que reformar)… Sólo pregúntenle a los muchos gobernadores a los que les encantaría que no existiera, pero jamás lo dirán públicamente.

La misma tardanza en aceptar el caso Ayotzinapa como una crisis, el desdén inicial, sumada a muchos años de injusticias cotidianas se convirtió en una bola de nieve y logró algo grave: si ya creíamos poco en las autoridades, en sus instituciones, ahora es menos. No es sólo responsabilidad de esta administración federal.

“Viabilidad”, pues. Aceptar más apoyo internacional es una decisión que podría marcar la administración de Enrique Peña Nieto. Su legado. Él pensó que sería diferente y trabajó para ello: sintió que podría ser el gran reformador (que aún, sí, lo puede ser); apostó a que vería los resultados de las reformas (eso está más difícil).

Nunca le cruzó por la mente que podría ser también el presidente que se decidió a atacar con todo a la corrupción, ni creo que lo haya deseado. Pero así es la vida. Podría decidirse a serlo, con todas sus consecuencias.

Sería buenísimo.

Histórico.

Y poco posible (al menos sin presión social).

Pero entonces, ¿qué hacemos para restaurar la credibilidad en nuestras instituciones?

Ricardo Anaya, líder nacional del PAN, quiere cortar con toda sospecha de que su partido, vía el gobierno  poblano de Rafael Moreno Valle, está en contra de las candidaturas independientes.

En los próximos días, sus legisladores  presentarán  una iniciativa a fin de que los requisitos para las candidaturas independientes queden  homologados en todo el país. Es decir, adiós a los deseos de los gobernadores para echar a andar su Ley Anti-Bronco en sus estados.

Dice que ellos están en contra de todos los obstáculos que permitan a los ciudadanos sin partido participar en una contienda electoral. La apuesta de los panistas es que todos los partidos la avalen. ¿Se sumará el PRI con su experiencia en Nuevo León?

Ayer, en Washington se vivió quizás uno de los eventos más importantes, políticamente hablando, de los últimos años. El Papa Francisco  habló ante los integrantes del Congreso de Estados Unidos, integrantes del gabinete de Barack Obama, los Ministros de la Corte Suprema, y cerca de 50 mil personas apostadas a las afueras del Capitolio.

Francisco, quien se convirtió en el primer jerarca católico en visitar esa tribuna en la historia, hizo un discurso bellísimo. Casi una cátedra de moralidad en la política. Le recomiendo verlo o leerlo con calma y releerlo. Puede hacerlo aquí: . Aunque fue un discurso perfectamente dirigido a la clase política estadounidense (con todo y resortes emocionales para que “les pegara”) en realidad es un retrato de los problemas del mundo actual.

Rescato algunos pasajes:

--En los últimos siglos, millones de personas han alcanzado esta tierra persiguiendo el sueño de poder construir su propio futuro en libertad. Nosotros, pertenecientes a este continente, no nos asustamos de los extranjeros, porque muchos de nosotros hace tiempo fuimos extranjeros. Les hablo como hijo de inmigrantes, como muchos de ustedes que son descendientes de inmigrantes...Debemos elegir la posibilidad de vivir ahora en el mundo más noble y justo posible, mientras formamos las nuevas generaciones, con una educación que no puede dar nunca la espalda a los vecinos, a todo lo que nos rodea. Construir una nación nos lleva a pensarnos siempre en relación con otros, saliendo de la lógica de enemigo para pasar a la lógica de la recíproca subsidiaridad, dando lo mejor de nosotros. Confío que lo haremos.

Se refirió a la venta de armas que hace Estados Unidos hacia otros países. Cuestionó este mercado y señaló que se hacer “Tristemente… simplemente por dinero; un dinero impregnado de sangre, y muchas veces de sangre inocente”

Delante de los Ministros de la Corte Suprema, reiteró su labor a lograr la abolición de la pena de muerte:

--Estoy convencido que este es el mejor camino, porque cada vida es sagrada, cada persona humana está dotada de una dignidad inalienable y la sociedad sólo puede beneficiarse en la rehabilitación de aquellos que han cometido algún delito.

No fue sólo eso, sino que finalizada la visita, el Papa Francisco salió al balcón del Congreso a saludar a cerca de 50 mil personas que lo aguardaban. Habló en español y pidió que oraran por él.  “A quienes no creen, o no pueden rezar, les pido, por favor, que me deseen cosas buenas”.

Si en lo que resta del sexenio el Papa Francisco cumple su promesa de venir a México, ¿qué funcionario o legislador podría repetir las reacciones del republicano y presidente de la Cámara de Representantes,  John  Boenher?  Él no pudo contenerse y tanto en la tribuna legislativa como en el palco, tuvo que secarse las lágrimas.

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