La condición agonal del deporte suele provocar pasiones, esto es, afectos u odios exagerados hacia algún atleta o equipo. El éxito de los deportistas está determinado por los resultados, que a su vez generan una jerarquía de valores basada en la rivalidad y el rendimiento. La rivalidad atrae, pero las vicisitudes de la contienda también generan sentimientos que pueden ir más allá del sentido común y la razón. Las pasiones deportivas se manifiestan como reacciones extremas de adhesión o rechazo hacia algo o alguien. Bajo su imperio el aficionado se desequilibra, se desquicia y suele caer en conductas irracionales.

Aunque las principales motivaciones del deporte son la diversión y el entretenimiento, también puede generar hostilidades que igual involucran a personas o clubes, que a ciudades o naciones. Normalmente une y anima, pero a veces polariza y apasiona más de la cuenta.

Otro factor que caracteriza a la competencia deportiva es su condición de espectáculo que, como tal, mueve a las multitudes a tomar partido por algo o alguien. El arqueólogo francés Paul Veyne, en uno de sus ensayos dice: “una confrontación deportiva es un sistema semiótico tal, que si uno se inclina a favor de una parte, saca mayor rendimiento gratificador, dentro de la economía del placer del espectáculo. Aplicado este sistema a la práctica, por lo común la opción que se impone es la inducida por la ancestral conciencia aldeana: tomar partido por los de casa”.

Sin embargo, el pensador Francois Maire Arouet de Voltaire (1694- 1778) escribió: “Para alcanzar nuestros propósitos es mejor que nos dirijamos a la pasión de los hombres, y no a su razón”. En los deportes, la opción nacionalista o localista, según plantea en un artículo el periodista español Josep Ramoneda, “sería una consecuencia de la propia estructura del juego, una forma, la más inmediata, de implicarse en la contradicción interna que la confrontación comporta. Y esta contradicción sería la clave del éxito masivo de los espectáculos deportivos… El hombre es un ser para la acción, para actuar siempre hacia fuera: las pasiones son prolongaciones del alma hacia lo exterior. El hombre es un espectador incapaz de mantener la distancia. La distancia aburre. Busca gratificación y ésta sólo se obtiene con la fantasía del que ha aportado alguna cosa al resultado: su implicación”. Es más, el escritor británico Benjamin Disraeli (1804- 1881) afirmó: “El hombre es verdaderamente grande sólo cuando actúa a impulso de las pasiones”.

rjavier_vargas@terra.com.mx

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