Hay quienes aún se preguntan si vale la pena dedicarle tiempo al futbol, a entender su esencia, a apasionarse por algunos colores, a celebrar las victorias y a llorar las derrotas; hoy yo les diría que no son necesarias las explicaciones que justifiquen la entrega y el gusto por uno de los deportes más bellos del mundo, no después de haber presenciado la mejor final en mucho tiempo.

Y es que, justo cuando habíamos vaticinado una vuelta condenada a la derrota de Pumas y al pleno dominio de los Tigres, el destino se encargó de cambiarnos la jugada.

El futbol nos jugó la mejor pasada, quitándole a lo impensable las primeras dos letras y regalándonos episodios que fueron del dramatismo a la alegría, de lo imposible a lo posible, de lo esperanzador a la realidad, y de lo que más de uno creíamos concretado a lo sorpresivo.

Debo decir que el planteamiento defensivo de Tigres no fue su mejor carta en la vuelta. El ‘Tuca’ Ferretti erró en su estrategia, incluso provocando molestia y desilusión en una afición que esperaba ver a su equipo aguerrido y con la posesión del balón para ahogar a su rival. Ferretti estuvo a nada de pagar cara su decisión, aunque finalmente, el destino tenía escrito lo contrario.

Tigres se coronó campeón, gracias al ímpetu de sus jugadores, a que supieron ponerle la cara a un juego que se les salió de control, en el que el factor mental estaba a favor de su rival y en el que se vieron alcanzados.

Lejos de casa, sin un estadio que los apoyara, Tigres tuvo que recomponer el camino y mantener bien fría la cabeza para conseguir su cuarto título.

A pesar del notorio cansancio, el equipo sacó la fuerza necesaria para cerrar con broche de oro un torneo que en un principio resultó complejo por los compromisos internacionales que obligaron a la constante rotación del plantel. Tigres tuvo muy claro su objetivo y validó la enorme inversión de su directiva al levantar merecidamente la Copa.

Por su parte, Pumas recuperó su mística y personalidad, salió dispuesto a morirse en la cancha y logró lo que pocos se hubieran imaginado: empatar el global para alargar a tiempos extras, y posteriormente llevando la definición del campeón hasta la tanda de penaltis.

Si bien es cierto que al final, la expulsión de Eduardo Herrera le cobró factura, también lo es que para ganar desde los 11 pasos se necesita, además de talento, una dosis de fortuna, con la que esta vez no contaron.

El hubiera no existe, pero si Pumas hubiera jugado la ida como lo hizo en la vuelta, tal vez el presente fuera distinto. Aún con la derrota, hay que aplaudir la entrega y dinamismo con los que afrontaron un reto que lucía complicado y que estuvieron a punto de revertir a su favor; hay que destacar que no bajaron los brazos, que levantaron a la afición desde la tribuna y que provocaron cánticos de aliento cada vez que se acercaron en el marcador. Su afición debe estar tranquila, porque su equipo se despidió como un grande.

Hoy, los aplausos y la victoria son para el futbol mismo, que nos regaló un glorioso capítulo, pues no importando los colores, nos demostró por qué este deporte mueve al mundo. Felicidades a Tigres por un título más en su historia, y a Pumas, mi reconocimeinto por habernos mostrado que nada está escrito en el futbol.

Twitter: @InesSainzG

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