Sólo quiero hacerle dos preguntas —le dije a Jesús Murillo Karam.
Había buscado por todos los medios una entrevista con el ex procurador. Pero siempre se negó a dármela. Una tarde, sin embargo, recibí una llamada. Murillo me invitaba un café, en el entendido de que lo que tendríamos no sería una entrevista, sino una conversación.
Me recibió esa misma tarde en su biblioteca, cobijado por anaqueles de caoba en los que se apilaban novelas y libros clásicos de todos los tiempos. Las dos preguntas que le hice esa tarde fueron estas:
—¿Cómo llegó usted al basurero de Cocula?Y:
—¿Está absolutamente convencido de lo que usted llamó la “verdad histórica”: que los estudiantes de Ayotzinapa fueron asesinados e incinerados en ese sitio?
Anoté apresuradamente en una libreta lo que Murillo respondió:—Yo había ido a Chilpancingo a reunirme con los padres de los alumnos. Uno de ellos nos pidió que checáramos el área de Cocula porque había oído decir que podrían tenerlos retenidos en una capilla abandonada. Unos vecinos o una vecina, no recuerdo bien, decían que habían oído sus gritos en la capilla. El dato me pareció serio porque sabíamos que Cocula era un sitio complicado: una zona de actividad delictiva… Pedí que la PGR y la Policía Federal fueran al municipio a investigar.
Según el relato de Murillo, lo primero que hicieron los investigadores fue ir a las oficinas de Seguridad Pública y pedir las bitácoras del 26 de septiembre de 2014 para ver si alguna unidad policiaca había reportado algo anormal. Las bitácoras decían que los elementos de la policía municipal habían estado cuidando una boda. No había indicio alguno de disturbios. Tampoco, de que las unidades se hubieran trasladado al municipio vecino: Iguala.
—Una señora de la comandancia, la encargada de llevar las bitácoras, se puso nerviosa al ver eso lleno de federales y ministerios públicos, y admitió que el subjefe de la policía las había cambiado. Quitó las bitácoras originales y metió unas bitácoras en las que todos habían cuidado los alrededores de la boda. Cuando fuimos a revisar las patrullas para ver si había algún indicio, descubrimos que estaban recién pintadas y que les habían cambiado los números.
Los investigadores fueron por los municipales y los interrogaron. Admitieron que habían entregado a los alumnos a los Guerreros Unidos.
—Nos dijeron: “Se los dimos a Fulano en tal lugar”. Y uno de ellos nos dijo que habían llevado a los estudiantes a un basurero. Así comenzó la búsqueda. Revisamos varios basureros y decenas de lugares. Luego llegó una llamada anónima que mencionó concretamente el basurero de Cocula y vino también la confesión de Agustín García, El Chereje, que nos dio el lugar exacto donde ocurrieron las cosas. Cuando me avisaron lo que habían encontrado, viajé a Iguala y bajé como pude al fondo del basurero. Eran visibles todavía los restos de un gran incendio y había miles de elementos de prueba, entre ellos las herramientas que usaron. El propio EAAF halló ahí los restos de 17 personas.
Hice entonces la segunda pregunta: ¿Está absolutamente convencido de lo que usted… etcétera?
Según mi libreta de notas, Murillo respondió más o menos esto:
—Estoy absolutamente convencido de que ahí mataron a un grupo grande, unos dicen que de 17, otros que pudo ser hasta de 46 (pues, según una versión, habrían juntado a los 43 alumnos con tres personas que tenían retenidas de antemano). Es muy sencillo: los testimoniales hablan del incendio en el basurero, todos los peritajes (salvo uno, el de José Torero) coinciden en que hubo incendio, el mismo EAAF va al lugar y encuentra los restos carbonizados de 17 personas. Sí. Estoy convencido de que el incendio existió.
Ya de salida pregunté al ex procurador si no creía posible que en su investigación hubiera fallas serias.
—En una investigación tan grande puede haber muchas fallas. Pero esas fallas no cambian lo esencial: que un grupo criminal retuvo a los estudiantes y asesinó a buena parte de ellos en el basurero de Cocula.
—No es una entrevista, es una conversación —me dijo Murillo en la puerta, antes de despedirme.
Entendí. No publiqué una palabra. Lo hago ahora, seis meses después, cuando se cumplen dos años de la desaparición de los estudiantes. Lo hago en el entendido de que publico una conversación, no una entrevista: una versión más en la confusa historia de un crimen que parece destinado a no cerrarse.
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