Por Gabriel Guerra Castellanos

Hillary Rodham Clinton lleva esperando este momento ocho años, desde que se le esfumó cuando Barack Obama le ganó la candidatura que parecía estaba en sus manos.

Hillary Rodham Clinton lleva esperando este momento 24 años, cuando su esposo obtuvo la nominación del Partido Demócrata y ellos, los dos, inauguraron un estilo conyugal de gobernar. Como impulsora de la reforma de salud, como miembro del famoso Kitchen Cabinet, Hillary saboreó desde entonces el poder y se enamoró de él.

Hillary lleva esperando este momento desde el año pasado, cuando comenzó el proceso de selección de los demócratas y en cada momento en que la terca realidad y la aún más terca presencia de Bernie Sanders hicieron temer que, una vez más, se le podría escabullir la nominación.

Y, finalmente, Hillary Rodham Clinton tuvo que aguantar la última semana, la de la convención republicana, en la que fue objeto de una oleada interminable de ataques, ofensas, infundios. En la fiesta del otro partido, ella fue el personaje principal, sin poder participar ni meter las manos para defenderse.

Así que ahora, al fin, llega SU momento. La convención que le dará lo que ninguna mujer estadounidense ha obtenido, lo que ninguna ex primera dama ha logrado: la candidatura a la presidencia de uno de los dos partidos principales del país más poderoso del mundo. Se dice fácil, pero Hillary ha logrado romper el infame techo de cristal que la mantenía a ella, y simbólicamente a millones de mujeres, relegadas en la segunda fila.

No tendrá mucho tiempo para festejar ni para regodearse. Para pasmo de muchos, su contrincante republicano le representa un desafío real que genera tales niveles de entusiasmo que bien podría sorprender a expertos y a encuestadores. Donald Trump, como antes Bernie Sanders y antes Barack Obama, es un contendiente de verdad, un rival digno de temerse.

Y más allá del aparente destino fatídico que hace que Hillary se tope con adversarios menospreciados que terminan siendo formidables, su gran reto ahora consiste en saber presentar, junto con su compañero de fórmula, un perfil capaz de derrotar al candidato no en el terreno de la lógica y la razón, sino en el campo de la víscera y la emoción. Trump ha convertido esta elección en un referéndum sobre la gestión de Obama por un lado, y en el espejo de la ignorancia y los prejuicios de la población en torno a temas como la ley y el orden, el libre comercio y la migración.

Pese a tener la ventaja en la mayoría de las encuestas, hoy Hillary está a la defensiva y necesita urgentemente una narrativa atractiva para su campaña que pueda trascender el tema de género y del rechazo a las posturas más extremas de su contrincante. Claramente más cerebral y sensata que Trump, Hillary no logra conectar emotivamente con sus públicos, en parte precisamente por su inteligencia y capacidad para el pensamiento lógico y racional.

No la tendrá fácil, dado el ánimo de un electorado que siente que su país va en la dirección equivocada y que ha perdido rumbo e identidad. En ese entorno, ser la candidata del status quo no le ayuda, y tendrá que ser original e imaginativa si quiere darle la vuelta al “momentum” de Trump.

Para quienes observamos esta elección desde lejos, la opción parece evidente, de sentido común. Lamentablemente ese es el más ausente en este proceso electoral estadounidense, y la radicalización de su rival obligará a Hillary a descender, esperemos que no demasiado, a sus niveles políticos y retóricos.

Nos espera una fea y deprimente campaña. Ojalá que el resultado final haga que valga la pena aguantarla.

Analista político y comunicador
Twitter: @gabrielguerrac
Facebook: Gabriel Guerra Castellanos

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