El mal entendimiento sobre las causas de la crisis que comenzó en 2008 podría generar mayor inestabilidad en un futuro. El sobre endeudamiento y la desigualdad continúan siendo favorecidos por los estímulos monetarios inyectados por los principales bancos centrales. Actualmente los organismos internacionales discuten medidas adicionales para enfrentar lo que podría ser un nuevo orden económico, aunque dichas medidas parecen todavía poco realistas.

La crisis financiera que comenzó en 2008 con la quiebra de Lehman Brothers, y que se propagó después al resto del mundo, se hizo evidente ante los vacíos regulatorios del sistema financiero internacional. No obstante, parecería que el origen real de la debilidad ha sido el incremento acelerado en los niveles de deuda, así como los desequilibrios globales incentivados por la excesiva liquidez. De acuerdo con cifras del Banco Internacional de Pagos, del 2007 a la fecha lejos de reducirse el apalancamiento se ha registrado un incrementado de cerca de $60 billones de dólares en los niveles de deuda global. En parte, ello ha sido impulsado ante el uso excesivo de la política monetaria como medio de crecimiento.

La liquidez inyectada por los bancos centrales lejos de favorecer a la economía real, ha sido un incentivo para promover el endeudamiento. Los nulos rendimientos en economías desarrolladas, e incluso negativos en algunos casos, han impulsado a los inversionistas a buscar proyectos de mayores rendimientos principalmente en economías emergentes. Dado ello, no sorprende que entre 2008 a 2014 el sistema financiero chino pasara de $10 billones a $25 billones de dólares, alcanzando así al sistema financiero estadounidense. Como consecuencia de la excesiva liquidez, entre 2005 y 2014 la exposición de economías avanzadas en activos emergentes ha aumentado de una proporción del 4% del PIB a un 10%. Lo anterior muestra que la volatilidad financiera relacionada con el ciclo económico será mayor que en los ciclos anteriores ante dichos flujos monetarios.

Mientras tanto, cada vez se reconoce más el impulso que los estímulos monetarios tienen en la desigualdad. La preocupación por este tema va más allá de un sentido social y se relaciona con los detrimentos de la inequidad en el crecimiento sostenido de una economía. Ello ante las afectaciones que puede acarrear en cuanto al comportamiento de los consumidores y ahorradores. Un menor poder adquisitivo de la masa salarial podría reducir el crecimiento a largo plazo de la economía, lo que además se suma al endeudamiento en economías emergentes y al envejecimiento poblacional en economías avanzadas. Corregir dichos factores requiere de medidas estructurales que van más allá de las monetarias, las cuales podrían ser incluso ineficaces ante un menor crecimiento estructural.

Ante este escenario, los organismos internacionales han comenzado a analizar la viabilidad de medidas que hasta hace unos años parecían ser temas improbables tales como la posible regulación de las tasas de interés, una divisa única o bien varias complementarias, reducir el rol de los bancos centrales, entre otras medidas que desincentiven el ahorro y limiten los flujos especulativos. Si bien hasta ahora estos temas aún se encuentran a nivel de debate, una nueva ola de turbulencias financieras podría alinear la balanza hacia dichas políticas, lo cual sería una limitante para la economía de mercado. Si bien ello podría favorecer la estabilidad financiera, promover el crecimiento de la economía real requiere de medidas adicionales para corregir factores como la informalidad, la baja participación laboral y las inversiones productivas.

*Analista en Economía Internacional

 daniela.ruiz@barcelonagse.eu

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